En los últimos seis meses la crisis argentina se viene desarrollando a un ritmo para muchos inesperado, las turbulencias
económicas , políticas y sociales se suceden y combinan conformando una marea ascendente irresistible. Factores que se
venían acumulando pacientemente en el último decenio emergen ahora ante un poder crecientemente autista embrollado
en su propia trampa conservadora. La recesión y el endeudamiento externo han amenazado en varias oportunidades
convertirse en depresión y cesación de pagos. Renunció el vicepresidente (en el lejano octubre del 2000), cambiaron uno
tras otro los gabinetes ministeriales mientras se multiplicaban los cortes de ruta, las huelgas y otras formas de protesta
popular. Hartazgo desde abajo, desprestigio de los dirigentes políticos del sistema pero también búsqueda desde arriba de
recomposiciones autoritarias que apuntan hacia un futuro siniestro mezcla de "apartheid" social, subordinación colonial
y eternización de la decadencia económica. Ello no ocurre en una isla desafortunada rodeada por un mundo feliz sino
dentro de un contexto de crisis internacional, ahora centrada en los Estados Unidos, cuya economía se desinfla, con
caídas bursátiles, del consumo y de los beneficios empresarios afectando tanto a los países desarrollados como al
conjunto de la periferia donde nuestra realidad nacional se parece cada vez mas a un "fin de régimen", de duración
incierta, tal vez muy prolongada.
Argentina: crisis de régimen
Jorge Beinstein *
Le Monde Diplomatique
En los últimos seis meses la crisis argentina se viene desarrollando a un ritmo para muchos inesperado, las turbulencias
económicas , políticas y sociales se suceden y combinan conformando una marea ascendente irresistible. Factores que se
venían acumulando pacientemente en el último decenio emergen ahora ante un poder crecientemente autista embrollado
en su propia trampa conservadora. La recesión y el endeudamiento externo han amenazado en varias oportunidades
convertirse en depresión y cesación de pagos. Renunció el vicepresidente (en el lejano octubre del 2000), cambiaron uno
tras otro los gabinetes ministeriales mientras se multiplicaban los cortes de ruta, las huelgas y otras formas de protesta
popular. Hartazgo desde abajo, desprestigio de los dirigentes políticos del sistema pero también búsqueda desde arriba de
recomposiciones autoritarias que apuntan hacia un futuro siniestro mezcla de "apartheid" social, subordinación colonial
y eternización de la decadencia económica. Ello no ocurre en una isla desafortunada rodeada por un mundo feliz sino
dentro de un contexto de crisis internacional, ahora centrada en los Estados Unidos, cuya economía se desinfla, con
caídas bursátiles, del consumo y de los beneficios empresarios afectando tanto a los países desarrollados como al
conjunto de la periferia donde nuestra realidad nacional se parece cada vez mas a un "fin de régimen", de duración
incierta, tal vez muy prolongada.
La decadencia argentina
El inicio de la declinación de la economía argentina suele ser establecido en el segundo lustro de los años 70 durante la
dictadura militar cuando emergió hegemónico el sector financiero como cabeza de un sistema mas vasto de actividades
especulativas que fue dejando en un segundo plano a los sectores productivos principalmente la industria (ver el gráfico
"El nacimiento del monstruo: estancamiento industrial y expansión financiera"). Entre 1976 y 1981 esta última apenas
creció un 2 % en términos reales mientras el sector financiero lo hizo en casi 150 %, ese fenómeno formo parte
periférica de un movimiento global iniciado con el shock petrolero de 1973-74 cuando se fueron generando crecientes
excedentes financieros (en esa época eran los famosos "petrodólares") que no podían ser absorbidos por la economía
real, el capitalismo global ingresaba en una etapa de sobreproducción crónica que con altibajos ha persistido hasta hoy.
En Argentina el nacimiento de la hegemonía financiera-mafiosa aparece desde el punto de vista interno como resultado
del agotamiento y descomposición del proceso de industrialización subdesarrollada (evidente desde fines de los años 60)
cuya mas alta expresión política había sido el peronismo en su primera experiencia de gobierno (1945-55). Dicho
proceso nunca había podido superar el viejo esquema agroexportador con el que coexistió de manera inestable, confusa;
dependía para funcionar de las divisas de las exportaciones provenientes del sector rural lo que marcaba una debilidad
estratégica fundamental en su inserción internacional. Ello prosiguió hasta mediados de los 70 a través de una
interminable sucesión de golpes, contragolpes, asociaciones intersectoriales en los que participaban las transnacionales
que iban ocupando posiciones, los acreedores externos (liderados por el FMI), los industriales mas o menos "nacionales",
los intereses de la alta burguesía rural y comercial, los sindicatos, etc., bajo la apariencia de un eterno "empate" donde
nadie conseguía vencer.
En realidad se producía poco a poco la subordinación imperialista del aparato económico argentino (por medio de la
deudas externa, las inversiones extranjeras, el debilitamiento comercial) convergente con la concentración de ingresos y
la degradación del Estado.
Dicho movimiento general de retroceso debilitaba, quebraba una tras otra las zonas de protección económicas,
institucionales y sociales envenenando, pudriendo al capitalismo local en su conjunto. En 1976 se produjo un gran salto
cualitativo marcado por la avalancha especulativa, la caída salarial, la apertura importadora salvaje coincidente desde
nuestra especificidad periférica con el proceso global de hegemonía financiera, aportando al mismo una degeneración
sangrienta original.
El fenómeno culminó en los años 90. Podríamos dividir a ese período en tres etapas: durante la primera, hasta 1994, se
produjo la desnacionalización de las empresas públicas y de la mayor parte de las privadas nacionales, los fondos
ingresados por dichas operaciones sumado a un flujo significativo de narcodólares y otras corrientes financieras ilegales
facilitaron la expansión del consumo en las clases altas y medias combinada con una ola de importaciones resultado de
la apertura comercial. Creció el PBI aunque el ministerio de economía bajo la dirección de Cavallo infló las cifras pero
también creció la desocupación y la precarización laboral, la pobreza y la indigencia. Se estableció un sistema de saqueo
a gran escala controlado por un reducido núcleo de empresas y redes financieras básicamente extranjeras sobre la base
de superganancias originadas en tasas de interés astronómicas, altas tarifas de servicios públicos, etc., concentrando
ingresos, evadiendo fondos al exterior. El "plan de convertibilidad" fue el instrumento decisivo de ese esquema: congeló
la paridad cambiaria sobrevaluando la moneda local, dio vía libre a las importaciones y a las operaciones financieras.
En el segundo semestre de 1994 el sistema ya mostraba signos de deterioro, se desaceleraba la recaudación fiscal,
aumentaba la desocupación en numerosos sectores y también la voracidad de los grupos financieros que presionaban
cada vez mas a un Estado declinante en busca de nuevos negocios (rebajas tributarias, apropiación de aportes
previsionales, etc.). La crisis mexicana fue el detonante externo de un panorama nacional donde se multiplicaban los
signos de degradación.
Se abrió entonces una segunda etapa expresión del fin del auge neoliberal. La recesión de 1995 pudo ser superada solo
por dos años pero a costa del incesante aumento del endeudamiento externo, en un movimiento condenado a agotarse,
durante ese tramo aparecieron las primeras protestas populares significativas, Cavallo se alejó del gobierno, comenzó el
deterioro de la popularidad de Menem. La crisis asiática de 1997 estrechó considerablemente los márgenes financieros
internacionales de un régimen que se reproducía gracias a los créditos externos. A partir de allí fue evidente la
contradicción entre el crecimiento económico general y la presencia de un poder capitalista depredador que devoraba
porciones crecientes del Ingreso Nacional.
La tercera etapa se inició en 1998 cuando se instaló la recesión no como un acontecimiento pasajero (así lo anunciaban
los voceros oficiales) sino como un fenómeno durable, estructural. La superdeuda externa acumulada unida a un
mercado interno bloqueado por la concentración de ingresos no dejaban mayores posibilidades a la expansión
productiva, las succiones combinadas de la usura internacional y de los grupos económicos localizados en el país fueron
debilitando, paralizando a la víctima.
Ese momento que se prolongó hasta el primer semestre de 2000 empalmó con una coyuntura mundial marcada por el
repliegue hacia el centro desarrollado occidental de fondos especulativos provenientes de la periferia sacudida por una
sucesión de turbulencias (prolongación hasta hoy de la inestabilidad en Asia del Este, el derrumbe ruso de 1998, la crisis
brasileña de 1999, etc.) a lo que se agregaba la persistencia del estancamiento japonés (recordemos que se trata de la
segunda potencia económica mundial). El enrarecimiento del clima financiero y comercial global dificultaba, encarecía,
la obtención de nuevos préstamos en especial para Argentina: superendeudada, estancada y con fuerte déficit fiscal.
El círculo vicioso del neoliberalismo agotado se potenció, cortarlo o reducirlo hubiera sido relativamente sencillo desde
el punto de vista "técnico", habría bastado con renegociar los pagos de los intereses de la deuda y detener las
transferencias de aportes previsionales a las AFJP (principales causas del déficit fiscal y en consecuencia del
endeudamiento externo) y tambien terminar con el esquema de la convertibilidad recuperando la soberanía cambiaria y
el libre ejercicio nacional de la política fiscal y monetaria, pero ello era imposible dentro del sistema, del capitalismo
absolutamente dominado por una trama de intereses parasitarios. En consecuencia se impusieron los ajustes que
achicaban el Estado y bajaban salarios y otros ingresos de las clases medias y bajas orquestando transferencias hacia los
acreedores externos y los grupos económicos dominantes locales, la secuencia comenzó con Menem terminal y siguió
con De La Rua. Continuó la recesión aplastando la recaudación fiscal y engendrando mas demanda estatal de préstamos
internacionales.
Pero a lo largo del año 2000 la situación se agravó, la contracción económica interna acorraló a vastos sectores sociales e
importantes grupos de empresas (incluidas algunas extranjeras) comenzaban a sufrir el impacto de las caídas en sus
ventas y volúmenes de ganancias mientras el endeudamiento externo amenazaba convertirse en cesación de pagos, así los
señalaban con cada vez mayor frecuencia consultoras y publicaciones internacionales.
Por encima de este panorama local Estados Unidos agotaba su prosperidad, en abril comenzó la caída bursátil y hacia el
final del año era evidente la desaceleración del consumo interno y la caída de beneficios empresarios. Japón decayó aun
más y Europa Occidental comenzó a revisar a la baja sus pronósticos de crecimiento para el año 2001, el conjunto de la
periferia (en especial América Latina) no podía esperar nada bueno en el futuro próximo.
Hacia fines del 2000 la crisis argentina dio un nuevo salto cualitativo, la cesación de pagos externos (el "default") se puso
a la orden del día, el gobierno y el FMI trataron de frenarla con un salvataje financiero en torno al cual el primero lanzó
una campaña publicitaria anunciando la instalación de un "blindaje" valuado en cerca de 40 mil millones de dólares que
aseguraba estabilidad y crecimiento por un largo período. La información era falsa, la cifra real era aproximadamente la
cuarta parte del anuncio y consistía en una línea de crédito de emergencia otorgada principalmente por el FMI y que
ayudaba al gobierno a sobrevivir durante un trimestre como máximo.
En marzo del 2001 reapareció la sombra del "default" seguramente como una amenaza que llegó para quedarse por un
buen período. Argentina ingresó así en una nueva etapa de su decadencia caracterizada por una triple presión que
fragiliza al extremo el esquema dominante. En primer lugar la de los acreedores externos enfrentados a un país que ha
saturado su capacidad de pagos y de endeudamiento "normal" condenado a vivir de salvatajes y refinanciaciones cada
vez mas problemáticas, dichas redes financieras pugnan por derivar hacia sus arcas crecientes volúmenes de riquezas. En
segundo lugar la de los grandes grupos económicos locales que buscan "recomponer beneficios" ante un mercado
interno que se comprime intentando pagar menos impuestos y salarios, recibir algunas transferencias adicionales,
participar de nuevos "negocios" a costa del Estado y de las clases medias y bajas. En tercer lugar la de los sectores
sumergidos, clases medias y bajas acosadas por una realidad social dramática y que a lo largo de los dos últimos años
multiplican y extienden sus manifestaciones de descontento. Esas enormes presiones han desquiciado el panorama
político e institucional caotizándolo, inyectándole irracionalidad en dosis crecientes.
Economía y política
Sería incorrecto reducir la decadencia argentina a su aspecto económico, nos enfrentamos a una totalidad donde se
entrelazan factores culturales, políticos, económicos, sociales, institucionales, conformando un conjunto que desde su
especificidad subdesarrollada, periférica, integra un espacio mas vasto: el capitalismo global, que luego de varias décadas
de financierización ha entrado en una crisis profunda. Pero hace algo mas de un cuarto de siglo en nuestro país se
agotaba el proceso industrial integrador, la movilidad social empezaba a enfriarse, esto se manifestó también como crisis
del peronismo que luego de ampliar sus bases sociales hacia las capas medias se orientaba hacia la izquierda en un
proceso de radicalización que lo empujaba mas allá de sus fronteras culturales tradicionales. El fenómeno fue abortado
por la dirigencia conservadora y en primer lugar por el propio Perón que en sus últimos meses de vida intentó
desesperadamente erradicar, desplazar lo que él visualizaba como peligro "comunista". El derrocamiento del gobierno de
Cámpora, la masacre de Ezeiza, la imposición de funcionarios y dirigentes reaccionarios, las primeras agresiones de
grupos terroristas parapoliciales (que derivaron mas tarde en la "triple A") constituyeron el legado terminal de un jefe
histórico ante el final de su ciclo que no quería por nada del mundo ir mas allá del país burgués. Mas tarde la dictadura
completó la faena con varias decenas de miles de asesinatos, encarcelamientos y exilios. Tampoco falto a la cita el
radicalismo, cuyo dirigente máximo Ricardo Balbín alentaba las primeras represiones con anatemas contra las revueltas
obreras y juveniles a las que calificaba de "guerrilla industrial" y cuando llegó el régimen militar lo nutrió con
funcionarios que ocuparon desde intendencias hasta embajadas. El nacimiento de la hegemonía financiera fue también la
señal del comienzo de la agonía de los grandes partidos nacionales que se prolongó en las dos últimas décadas del siglo
XX. Ellos habían expresado en distintos momentos históricos tendencias profundas hacia la integración social del
capitalismo en su etapa agroexportadora cuando la acumulación de riquezas la hizo posible y en su etapa industrial
dependiente del mercado popular de consumo. El radicalismo en el primer caso y el peronismo en el segundo
encarnaron esa voluntad democratizante pero imponíendole claras barreras ideológicas conservadoras, ello les otorgó
sentido de la realidad inmediata, eficacia y legitimidad mientras el sistema se ampliaba o preservaba amplios espacios de
progreso social, de mejoramiento de una amplia variedad de grupos de bajos y medianos ingresos. Pero cuando el
subdesarrollo sepultó su vieja "prosperidad", entró en decadencia, restringió su base social, hipertrofió sus rasgos elitistas
y parasitarios esas culturas políticas burguesas basadas en el ascenso y la negociación social quedaron sin fundamento.
Los discursos tradicionales se alejaron de la nueva realidad, los dirigentes se adaptaron a la novedad neoliberal
poniéndose al servicio del poder económico, de sus exigencias cotidianas abiertamente antipopulares. Los años 80 pero
sobre todo los 90 mostraron esa tendencia que terminó ahora en el inicio del siglo XXI por desacreditar completamente
no solo a los políticos radicales y peronistas sino también al "progresismo" encarnado principalmente por el Frepaso
cuyo fracaso señala la inviabilidad de una tentativa (que probablemente no será la última) de coexistencia entre un
mínimo de moral pública y solidaridad social con la dinámica del capitalismo concreto, marginalizador, fundado en el
pillaje.
Crisis, recomposiciones y rupturas potenciales
Estamos frente a una crisis de régimen, con sus partidos políticos, su Estado, empresas y redes mafiosas, sus
tradiciones y novedades ideológicas. La misma se manifiesta como incapacidad creciente de reproducción del país
burgués acosado por un contexto internacional turbulento, depresivo y por la reducción de la base económica local
(resultado de la dinámica depredadora que gobierna su comportamiento). Es el producto de un largo proceso de
decadencia de aproximadamente un cuarto de siglo durante el cual el cáncer parasitario fue penetrando, dominando el
sistema de poder. Esa realidad desborda a las explicaciones focalizadas en "políticas económicas fracasadas"
(neoliberalismo), problemas de corrupción estatal o pérdida de legitimidad de los dirigentes políticos aunque estos
hechos, fácilmente verificables integran, confirman el fenómeno.
Los últimos meses muestran junto al agravamiento de la crisis una tentativa de recomposición política derechista
autoritaria con el presidente De La Rua como principal protagonista visible, desde el desaguisado institucional de octubre
del 2000 (renuncia del Vicepresidente) hasta el encumbramiento delirante de López Murphy para llegar a la
incorporación de Cavallo con el otorgamiento de "facultades especiales" (legislativas) al Poder Ejecutivo. Todos esos
hechos tienen un hilo conductor que apunta hacia la conformación de una suerte de dictadura civil (con mayor o menor
maquillaje "constitucional").
Dicho intento aparece como la respuesta lógica de un sistema de poder enfrentado a un contexto externo incierto, al
borde del colapso financiero, con reducida legitimidad política y enfrentado a un rechazo popular muy extendido. Trata
así de agrupar fuerzas en torno de un núcleo duro: garantía de la preservación de las posiciones conquistadas. La
necesidad de potenciar su capacidad de intervención choca con los "obstáculos" de la vida real: el parlamento dócil pero
embrollado, los sindicatos, los movimientos de derechos humanos, los cortes de rutas, etc., lo que genera en esa elite
jaqueada tendencias agresivas autoritarias (reducir el rol del poder legislativo, seguramente en el futuro reprimir el
descontento social, etc. ). Pero por otra parte el desarrollo de la crisis aplasta el triunfalismo, incentiva las pujas internas,
las peleas por "negocios" menos abundantes que en el pasado. Ese doble movimiento de fuerzas centrífugas y centrípetas,
de desarticulación y recomposición constituye un aspecto esencial del panorama argentino. Otra componente a destacar
es la presencia ascendente de una oposición popular por ahora dispersa, sin objetivos comunes, tambien en su seno se
expresan tendencias contradictorias, algunas hacia la unión y el enfrentamiento impulsadas por la gravedad de la
recesión y tambien por la percepción de que los de arriba están en dificultades y otras hacia la dispersión o los atajos
"moderados" (camino fácil hacia futuros fracasos). En realidad los de arriba y los de abajo están en el mismo barco, son
las componentes estructuralmente antagónicas del capitalismo decadente, la recomposición de los primeros solo es
posible a largo plazo sobre la base de la descomposición popular y viceversa si las clases sumergidas se unen y pelean es
probable que la pesadilla conservadora sea superada, que un nuevo movimiento histórico de las grandes mayorías se
imponga.
* Profesor titular de la Cátedra Libre “Globalización y Crisis
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