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El otro estado del apartheid

Anonyme, Lunes, Junio 15, 2009 - 17:40

Ronnie Kasrils

Ronnie Kasrils
Pañestine Think Tank

Traducido por Andrés Prado para Rebelión

Me dejarán comenzar citando a un sudafricano que allá por 1961 afirmó con énfasis que “los judíos tomaron Israel de manos de los árabes que llevaban viviendo allí por mil años. Israel, al igual que Sudáfrica, es un estado del apartheid.” (Rand Daily Mail, 23 noviembre 1961). Aquellas no fueron las palabras de Nelson Mandela, el arzobispo Tutu o Ruth First; aquellas fueron las palabras de ningún otro que el arquitecto del mismo apartheid: el primer ministro, el racista Dr. Hendrik Verwoerd.

Estaba irritado por las críticas a la política del apartheid, el discurso “Vientos de Cambio” de Harold Macmillan y el creciente clamor internacional que siguió a la masacre de Sharpeville, en contraste con el apoyo incondicional de Occidente al Israel sionista.

Para estar seguros hay que decir que Vewoerd tenía razón. Tanto la Sudáfrica del apartheid como el Israel sionista son estados colonizadores creados sobre la base de una cruel desposesión de la tierra y los derechos de nacimiento de su población indígena. En el caso de Israel, está documentado sin pudor alguno desde los tiempos de Herzl pasando por Jabotinsky, Ben Gurion, Menachem Begin, Moshe Dayan hasta Sharon et al. Los dos estados predicaron y aplicaron una política basada en la etnia y la raza; en la demanda extraordinaria de los judíos en Israel y los blancos en Sudáfrica de ciudadanía exclusiva; en el monopolio de los derechos legales referidos a la posesión de la tierra, la propiedad y los negocios; en el mayor acceso a la educación, la sanidad, avances sociales, deportivos y culturales, servicios municipales y de pensiones a costa de la población indígena original; en el virtual monopolio de afiliciación a las fuerzas militares y de seguridad, y en un desarrollo privilegiado acorde con sus propias filosofías supremacistas- incluso las leyes de matrimonio de ambos países han sido diseñadas para salvaguardar la “pureza” racial. El hecho de que a la minoría palestina dentro de Israel se la permita votar, difícilmente maquilla la injusticia en el resto de asuntos relativos a los derechos humanos más básicos. En cualquier caso, aquellos palestinos a los que se les permite presentarse a las elecciones al Knesset (parlamento de Israel), lo hacen a condición de no atreverse a cuestionar la existencia de Israel como estado judío.

A los así llamados “no-blancos” en la sudáfrica del apartheid: indígenas africanos, otros con mezcla racial o de origen asiático- como los no-judíos de segunda o tercera clase en Israel mismo, por no hablar de las zonas ocupadas militarmente- se los consignó a un estatus de no-ciudadanía de existencia kafkiana, sujeta a toda clase de discriminación y prejuicios, como leyes que prohibían su libre circulación y acceso al trabajo y al comercio y que dictaminaban donde podían vivir, etc...

Verwoerd habría sido totalmente consciente de la desposesión de la población indígena de Palestina a manos de Israel en 1948- el año en que su partido del apartheid llegó al poder de forma similar- de la evidente destrucción de sus pueblos, las masacres premeditadas y la limpieza étnica sistemática.

En unos pocos años tras la toma del poder en 1948 el régimen de apartheid sudafricano ya estaba limpiando sin compasión ciudades y pueblos de los así llamados “puntos negros” - donde los “no-blancos” vivían, estudiaban, comerciaban y se socializaban- derrumbando casas, cargando camiones militares con familias enteras y reubicándolas a la fuerza en asentamientos más lejanos. Al contrario que las “reservas de nativos”- que pronto se reconstituirían como Bantustanes- estos asentamientos no estaban demasiado lejos de las areas industriales ya que la economía crecía con fuerza gracias a la cantidad de mano de obra negra barata.

Aunque Verwoerd no vivió para ver la división del territorio palestino después de la guerra de los seis días de 1967, y la consigiente creación de minúsculos Bantustanes en el West Bank y Gaza, habría admirado y aprobado profusamente las maquinaciones que enclaustraron a los palestinos en sus propias prisiones “guetizadas”. Después de todo, éste era el gran plan verwoediano, y la razón por la que Jimmy Carter pudo estar presto a identificar los territorios palestinos ocupados con el apartheid. De hecho los Bantustanes constituyen el 13% de la Sudáfrica del apartheid, misteriosamente comparable a las irrisorias y siempre decrecientes partes de suelo a las que Israel confina a los palestinos- donde se estima que bastante más de un tercio de los territorios ocupados contiene los bloques de asentamientos ilegales y el sistema de seguridad de “rejilla” con sus grotescas carreteras “sólo para judíos”. El efecto de esto es que el 22% del territorio del West Bank anterior a 1967 es en la práctica tan sólo un 12% de la Palestina histórica anterior a 1948.

Cuando el antiguo delegado del ministro de asuntos exteriores, Aziz Pahad, y yo visitamos a Yasser Arafat en su demolido cuartel general en Ramala como parte de una delegación sudafricana en 2004, él señaló alrededor suyo y dijo: “¿Ve? ¡Esto no es más que un Bantustán!” No, respondimos, apuntando que ningún Bantustán, de hecho ni siquiera nuestros pueblos y distritos, había sido bombardeado por aviones de guerra o pulverizado por tanques. Aclaramos a un Arafat con los ojos como platos que Pretoria suministraba fondos, construía impresionates edificios gubernamentales, incluso permitía a las aerolíneas bantustanes cubrir las capitales Mickey Mouse, y así causar la impresión al mundo de que iban en serio con lo del “desarrollo separado”. Los Bantustanes no estaban ni siquiera cercados.

Lo que Verwoerd también admiraba era la impunidad con la que Israel ponía en práctica la violencia y el terror de estado para salirse con la suya, sin obstáculo alguno por parte de sus aliados occidentales, siendo los EEUU de forma creciente el más clave de entre todos ellos. Lo que Verwoerd y los suyos llegaron a admirar en Israel, y buscaron imitar en las regiones del sur de África, fue el modo en que las potencias occidentales permitían a una Israel imperialista usar sus incontenibles recursos militares impunemente para expandir su territorio y contener la marea ascendente de nacionalismo árabe en su vecindario.

Después de la guerra de los seis días, el sucesor de Verwoerd, John Vorster, afirmó de manera vergonzosa: “Los israelíes han batido a los árabes antes de almorzar. Nosotros nos comeremos a los estados africanos para desayunar.” El segundo aviso añadido a colación del apoyo de los estados africanos a las crecientes luchas armadas de liberación en nuestra región.

Pero no era sólo la doctrina racial de Israel lo que excitaba a los líderes del apartheid sino el uso de la narrativa bíblica como lógica ideológica para justificar su visión, objetivos y métodos.

Los tempranos pioneros holandeses, los afrikaners, habían usado la biblia y las pistolas como cualquier otro colonizador para levantar su fuerte bastión en el interior de Sudáfrica. Al igual que los bíblicos israelitas, afirmaban ser “los elegidos de Dios” con la misión de domar y civilizar lo salvaje; despreciando la productividad y la intensidad de la gente que había cultivado la tierra y comerciado durante siglos- reivindicando que sólo ellos harían fluir la tierra con leche y miel. Invocaron un pacto con Dios para que pusiese a sus enemigos en sus manos y bendeciera sus actos. Hasta el advenimiento de la democracia en Sudáfrica, los libros de historia racial enseñaban de manera general que el hombre blanco llegó a Sudáfrica más o menos cuando las así llamadas “tribus bantún” del norte erraban a través del río Limpopo- y que fueron los colonos pioneros en una tierra desprovista de gente.

Tal mentalidad colonial y racista que racionaliza el genocidio de poblaciones indígenas de las Américas y Australasia, en África desde Namibia hasta el Congo y cualquier otra parte, tiene sus secuelas muy claramente en Palestina. Lo que es más vergonzoso de esta póstuma farsa colonial es que Occidente permita al Israel sionista aspirar a tales objetivos incluso estando en el siglo XXI.

Para nada es difícil reconocer de lejos, como Verwoerd había sido capaz de hacer, que Israel es, efectivamente, un estado “apartheid”. El sucesor de Verwoerd, Balthazar John Vorster, visitó Israel después de la guerra de octubre de 1973, cuando Egipto, en una rara victoria, reconquistó el canal de Suez, y más tarde, a raiz de un acuerdo de paz con Israel, el monte Sinaí. Después de esto, Israel y Sudáfrica estaban virtualmente hermandas como aliados militares, ayudando Pretoria al suministro militar de Israel en las inmediaciones de su retirada de 1973 y apoyando Israel el apartheid en Sudáfrica hasta el nivel de acuerdos armamentísticos y tecnológicos- desde barcos o la reconversión de cazas supersónicos hasta la asistencia en la construcción de seis bombas nucleares y la creación de una pujante industria armamentística.

Para los movimientos de liberación del África meridional, Israel y la Sudáfrica del apartheid representaban un eje racista y colonial. Se sabía que personas como Vorster habían sido simpatizantes nazis, detenidos durante la segunda guerra mundial- ¡y aun así honrados cual héroes en Israel y nunca más mencionados esporádicamente por los sudafricanos sionistas como antisemitas! Esto no sorprendió a aquellos que llegaron a entender el verdadero carácter y naturaleza racista del Israel sionista.

Es instructivo añadir que en su conducta y métodos de represión, Israel llegó a parecerse más y más a la Sudáfrica del apartheid y su cénit- incluso sobrepasando su brutalidad, demoliciones de hogares, desalojo de comunidades, asesinatos selectivos, masacres, encarcelamiento y tortura de sus oponentes y agresión contra estados vecinos.

Ciertamente, nosotros los sudafricanos podemos identificar la causa patológica que alimeta el odio de la élite polítoco-militar y el público en general de Israel, dando lugar al nacimiento de porturas racistas más y más extremas de sus represenantes elegidos- como evidencian los resultados de sus recientes elecciones a la presidencia del gobierno del país. Tampoco es difícil para nadie interesado en historia colonial entender la manera en la que el odio racial deliberadamente inculcado ofrece una justificación para las acciones más atroces e inhumanas contra civiles -incluso los indefensos: mujeres, niños y mayores- como las que hemos presenciado recientemente en Gaza. Es de este racismo desbocado del que se alimentan las guerras genocidas o los holocaustos.

Se puede afirmar sin exageración que cualquier sudafricano, involucrado en la lucha por la libertad o simplemente imbuido de decencia humana básica, que visite los territorios palestinos ocupados, es golpeado hasta la médula por la situación que encuentra y está de acuerdo con las muchas observaciones del arzobispo Tutu, incluyendo la más reciente de que en Israel pasan cosas “incluyendo el castigo colectivo” que nunca ocurrieron en la Sudáfrica del apartheid. (London Guardian. 28 de Mayo de 2009).

Quisiera recordar aquí las palabras de un ministro israelí, Aharon Cizling, en 1948, después de que la brutalidad de la matanza de Deir Yassim de 240 campesinos se diera a conocer. Dijo: “Ahora también nosotros nos hemos comportado cual nazis y todo mi ser tiembla.”

(Tom Segev, “The First Israelis”).

El veterano MP, Gerald Kaufman, Viejo amigo de Israel, apareció en la prensa remarcando que una portavoz de la Fuerza de Defensa Israeli hablaba como un nazi cuando fríamente desestimó la muerte de civiles indefensos en Gaza- muchos de los cuales eran mujeres y niños. No nos atrevemos a permitir el excluir de nuestro discurso lo que es heladamente obvio cual elefante en una habitación: la ascensión inexorable de fascistas como Avigdor Lieberman a posiciones poderosas en Israel; la amenaza de expulsión de los palestinos de 1948; la ejecución del “Muro de Hierro” de Jabotinsky. El Knesset ha votado ampliamente a favor de una ley que amenaza con la cárcel a cualquiera que niegue que Israel es un estado judío y democrático; se está discutienso una ley que prohíba la defensa por parte de persona alguna de un estado binacional; también un decreto que persigue los tres años de cárcel para cualquiera que guarde luto por el nakba*. Nada más y nada menos que Tsipi Livni argumenta en tandem. El escritor y activista por la paz israelí, Uri Avnery, los ha descrito como “una fábrica de leyes racistas con un aroma distintivo fascista”.

Es necesario preguntarse francamente que si los crímenes del holocausto son la cima en la escala de la barbaridad humana en los tiempos modernos, ¿dónde colocamos el coste humano de lo que ha sucedido recientemente en Gaza, las numerosas manchas de sangre contando los kilometros en las carreteras desde 1948, o los crímenes en Líbano en 1983 y 2006?

¿Cómo evaluamos lo inhumano de dejar caer bombas y soltar ráfagas de fósforo blanco sobre poblaciones civiles, de quemar a la gente viva, asándola y gaseándola en un gueto de Gaza bajo un asedio sin pausa y ningún lugar hacia el que correr o en el que esconderse? Durante 22 días de bombardeo sin tregua familias enteras se evaporaron ante los ojos de un padre superviviente o un hijo.

Guernica, Lidice, el gueto de Varsovia, Deir Yassin, Mai Lei, Sabra y Shatilla, Sharpeville, se posicionan alto en esa escala- y los autores de la carnicería en Gaza son descendencia de víctimas del holocausto y aún, una vez más, en palabras de Cizling, se comportan como nazis.

No se debe permitir que esto quede sin castigo y la comunidad internacional debe exigir que sean juzgados por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Porque la lección es que si los perpetradores de estos crímenes nos son detenidos inmediatamente en sus acciones, tales crímenes se harán mayores y se extenderán no sólo envolviendo la totalidad del Medio Oriente e Irán, sino aún más allá. Y por supuesto, con Israel como aliado principal para los intereses nacionales de EEUU, no habrá punto final para esta saga sangrienta- con los palestinos obligados a sufrir el mismo destino que los pueblos extinguidos de la anterior era colonial.

Pero tal destino no debe permitirse que ocurra. ¿Nos atrevemos a creer que una América liderada por Barak Obama marcará la diferencia? Algunos alimentan la esperanza de que después de 15 años la “hoja de ruta”** pueda volver a la vida y con él, la quimera de una solución de doble estado. Uno observa que Barak Obama sólo reclama la paralización de la construcción de asentamientos y poco más. ¿Puede un 12% o un poco más de porcentaje en comercio de caballos ser suficiente para la viabilidad de un estado palestino? Uno lo duda. Esperamos con interés los resultados de las deliberaciones de esta conferencia. Permítanme recordarles “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll, donde una Alicia perdida pregunta a una oruga, que está sentada en una amanita muscaria, por el camino. La oruga le pregunta que dónde quiere ir ella pero la aturdida Alicia no lo sabe. “Bien”, responde la oruga, “si no sabes dónde vas, cualquier camino valdrá.”

Somos inocentes al creer que los académicos nos van a ayudar a encontrar nuestro juicio y van a señalar en la dirección correcta. Quiero creer que aquellos que valen su peso pueden ayudar. Que sus deliberaciones aquí sean productivas. Tengan en mente el trabajo del equipo de investigación del Juez Richard Goldstone del Consejo de Derechos Humanos la ONU que se ha encontrado con el rechazo frontal de Israel a cooperar sobre el baño de sangre de Gaza. Se ha entrevistado en Gaza a docenas de supervivientes, uno de los cuales vio a soldados israelíes matar a tiros a su anciana madre y a su hermana cuando huían de sus casas ondeando banderas blancas. “La comitiva fue igual que otras que ya han venido”, dijo Majed Hajjaj, “se escriben un montón de informes pero no son más que tinta sobre papel.” Podrían ser frases tomadas directamente de Edward Lear.

Comencé esta exposición citando al Dr. Verwoerd. Termino con esta famosa cita de Nelson Mandela hecha en 1997: “La ONU tomó partido fuertemente en contra del apartheid y durante años se fue construyendo un consenso internacional que ayudó a poner punto y final a este sistema perverso. Pero sabemos demasiado bien que nuestra libertad no está completa sin la libertad de los palestinos.” (Pretoria. 4 de diciembre de 1997). Así como un movimiento nacional, unido, de gente determinada, reforzado por acciones de solidaridad internacional que utilizan armas pacíficas como el boicot, la desinversión y las sanciones (BDS)***- incluyendo muchas iniciativas académicas- ganó la libertad para todos los sudafricanos, también puede ser éste el caso en Tierra Santa.

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*Nakba es un término árabe (النكبة) que significa "catástrofe" o "desastre", utilizado para designar al éxodo palestino. N. Del T.

**La “hoja de ruta” para la paz es un plan para resolver el conflicto palestino-israelípropuesto por un “cuarteto” de entidades internacionales: EEUU, UE, Rusia y la ONU. N. Del T.

*** Boycott, Divestment and Sanctions (BDS) se refiere a una campaña económica internacional contra Israel iniciada por la llamada de 171 oenegés palestinas el 9 de julio de 2005 que avoga por el boicot, la desinversión y las sanciones contra Israel hasta que cumpla con la ley internacional y los principios universales de derechos humanos. N. Del T.

http://palestinethinktank.com/2009/06/13/ronnie-kasrils-the-other-aparth...



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