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En un contexto de grave crisis financiera, el aumento de las tensiones imperialistas

Anonyme, Domingo, Marzo 9, 2008 - 09:03

Es aún difícil medir la amplitud que tomará este episodio de la crisis, pero lo que nos importa aquí es ver cómo esta evolución de la crisis extiende sus efectos sobre las políticas imperialistas de los diferentes Estados; cómo la guerra económica (que es a la vez una causa y un efecto de la crisis de sobreproducción) a la que se libran las potencias imperialistas, pequeñas o grandes, toma cada vez más la forma de una preparación guerrera directa.

En este inicio de año 2008, el desarrollo de la crisis financiera es uno de los aspectos de la situación internacional que concentra sin duda la mayor atención de los medios de difusión.

La caída de la mayor parte de los índices bursátiles; el retorno anunciado de la inflación; la caída prevista de las tasas de crecimiento; las primicias de una nueva recesión; las pérdidas considerables de las instituciones bancarias y financieras más reputadas; la pérdida de confianza entre las diferentes instituciones que dudan en prestarse dinero entre ellas, la obligación que eso entraña para los Estados y sus bancos centrales de ayudarles poniendo a su disposición miles de millones de dólares y euros… Tal es en pocas palabras el panorama de la situación financiera y económica mundial.

El llamado episodio de las “ subprimas” estadounidenses, que no fue sino el detonante y el primer síntoma de esta nueva expresión de la crisis fundamental que conoce el capitalismo desde hace décadas, no debe ocultar la realidad y la naturaleza profunda de esta crisis. Se trata tanto de una crisis de sobreproducción, de la crisis de un sistema que produce demasiado y no logra ya dar salida a sus productos más que recurriendo sistemáticamente a subterfugios, tales como el crédito, para mantener la continuación de su ciclo de producción. Pero toda política de este tipo tiene sus límites y, como escribíamos anteriormente

“No hay duda que el sobresalto en curso (porque hay que saber que estamos apenas en las primeras fases de este episodio) conducirá a los mismos resultados (destrucción de capitales y medidas antiobreras); que la burguesía no podrá encontrar otro “remedio” que la inyección de liquidez en el mercado y su corolario: un nuevo paso en el endeudamiento masivo; y que, a plazo, otra sacudida de la crisis sucederá a ésta… si es que ésta puede ser superada.” (Boletin de la Fracción Nº 41)

Es aún difícil medir la amplitud que tomará este episodio de la crisis, pero lo que nos importa aquí es ver cómo esta evolución de la crisis extiende sus efectos sobre las políticas imperialistas de los diferentes Estados; cómo la guerra económica (que es a la vez una causa y un efecto de la crisis de sobreproducción) a la que se libran las potencias imperialistas, pequeñas o grandes, toma cada vez más la forma de una preparación guerrera directa.

Competencia económica e intenciones imperialistas

De Chad a Kosovo, de Pakistán a Birmania – sin hablar de la situación en Irak o Israel/ Palestina- por todas partes en el mundo se ve cómo se multiplican y desarrollan los focos de tensiones. Y, en cada caso, se constata que un pequeño grupo de países se ponen como supuestos “mediadores”, como “pacificadores”. Si las intenciones reales de estos países fuera reducir, o incluso suprimir las tensiones, no se podría decir que el resultado ha sido muy bueno. La situación en Irak no deja de degradarse, las relaciones entre Kosovo y Serbia están casi empantanadas, en Afganistán el gobierno oficial y sus comanditarios de la OTAN apenas controlan la llamada zona verde de la capital, Pakistán es a su vez seriamente sacudido, la “Cumbre de Annapolis” de noviembre de 2007 no mejorará en nada la situación en Medio Oriente, en tanto que Chad, Sudan, Kenia y otros países de la región se hunden irremediablemente en una guerra larvada.

Ante esta multiplicación de las tensiones, ante la manera en que son “abordadas” por la “comunidad internacional” (hay que entender por eso el colectivo de las potencias imperialistas, grandes y medianas), una evidencia se impone: su lógica de conjunto toma una orientación cada vez más clara hacia la “solución” burguesa a la crisis. Esta salida guerrera que se impone a la burguesía requiere cierto número de “preparativos”, de condiciones que deben ser cumplidas. A lo que asistimos, de manera cada vez más clara, es precisamente a estos preparativos; los diversos “encuentros”, “conferencias”, “cumbres” y otros “procesos” son solamente el teatro en el cual los diferentes imperialismos rivales se enfrentan, aparentando el bello papel de “trabajar por la paz”. Basta con tomar los ejemplos más sobresalientes y descubrimos lo que está en juego y las ambiciones de los principales protagonistas para darse una idea precisa.

El hecho de que estas tensiones crezcan en una situación económica cada vez más incierta no es casualidad. El endeudamiento extraordinario sobre el cual reposan las economías de las grandes y medianas potencias les obliga a llevar a cabo políticas agresivas, por una parte para tratar de imponer sus productos en los mercados más rentables, por otra parte para apropiarse de las materias primas de las que su industria tiene la mayor necesidad y, finalmente, con el objetivo de proteger o extender sus zonas de influencia frente a las otras potencias. Política tradicional del imperialismo que a comienzos del siglo pasado Lenin por un lado y Rosa Luxemburg por el otro habían puesto en evidencia y que, actualmente, toma una forma particularmente aguda y evidente debido a la crisis económica.

En todos los continentes, en todas las zonas del planeta, una competencia encarnizada se desarrolla entre las potencias imperialistas de primero y segundo orden. Cada una, con sus medios, se esfuerza por defender los intereses de su capital nacional, por combatir a los imperialismos rivales. Para esto, todos son llevados a jugar con las oposiciones y conflictos existentes en el interior de los países o regiones en los cuales tienen intereses que defender. Y a crear estas tensiones y conflictos si es necesario.

Todas las zonas de conflictos, todas las situaciones de tensiones a través del mundo corresponden a este esquema. No haremos una lista exhaustiva aquí, nos contentaremos con ilustrar este hecho mediante algunos ejemplos significativos.

Para los Estados Unidos, que ven cada vez más cuestionada su supremacía, es esencial contener las ambiciones de los países europeos que están más directamente en oposición a ellos. Es esto lo que explica particularmente el embrollo serbo-kosovar. En el corazón mismo de Europa, este foco de discordia entre los intereses alemanes por una parte y rusos por el otro es sin cesar reanimado por algunos países (entre ellos los Estados Unidos y Francia, por ejemplo) que no tiene ningún interés en que Rusia, en cuanto a los primeros, extienda demasiado su zona de influencia volviéndose representante de los intereses eslavos, o que Alemania, para la segunda, extiende su influencia en el sur de Europa y logre acceder a los mares cálidos (Mediterráneo, en este caso). Son los conflictos y tensiones entre las grandes y medianas potencias que hacen que esta situación perdure y es obvio que las reuniones, conferencias, y otras “cumbres” que se supone deben encontrar una solución a esta situación solamente son el teatro en el cual se expresan estos conflictos y tensiones.

De la misma manera, el desarrollo de la presencia militar de los Estados Unidos en las repúblicas del sur del Cáucaso (en el límite entre la zona de influencia tradicional de Alemania y la región en que Rusia se esfuerza por hacer valer sus intereses) solamente puede tener sentido en la medida en que Rusia vuelve a ser una potencia imperialista importante ya que su alianza con Alemania y Francia, si llega afirmarse y reforzarse implicaría el riesgo de plantear un gran problema al imperialismo norteamericano.

El “retorno” de Rusia a la escena política internacional está, por supuesto, ligado a sus recursos en materias primas pero también a otras causas de naturaleza geopolítica e histórica, tales como la extensión del territorio concernido, una cierta experiencia en términos de industria armamentista, la capacidad de jugar un papel político no despreciable en los países de su entorno próximo y anteriormente ligados a ella en el seno de la COMECON o incluso de la URSS. Pero, este “retorno” de Rusia, si condujera a estabilizar y desarrollar su alianza con Alemania y Francia, desembocaría necesariamente en la formación de un polo alrededor del cual muchos otros países serían llevados a reagruparse. Y a reagruparse, evidentemente, en oposición a los Estados Unidos. Es importante pues, para estos últimos, hacer todo lo posible para meter una cuña entre Alemania y Rusia. Esta “cuña”, son las instalaciones de vigilancia por radar y de misiles instalados en diversas repúblicas antiguamente aliadas de la URSS (República Checa, Polonia, etc.) y es esta política de los Estados Unidos y sus aliados la que explica, en buena parte, la inestabilidad de países como Georgia, Ucrania, y otros. Aquí también son los conflictos entre grandes potencias, la preparación y la instauración del teatro de una eventual próxima guerra mundial lo que explican las tensiones en el centro de Europa.

El relanzamiento de la carrera armamentista es un paso significativo en el aumento del peligro

El hundimiento de la URSS, en el periodo de los años 1990, entrañó tal debilitamiento para Rusia que ésta ya no era prácticamente audible y casi había desaparecido de la escena internacional. Los países de su antiguo bloque se comprometieron todos en acercamientos con los países europeos y sobre todo con los Estados Unidos, con el objetivo de afianzar su nueva “independencia”. Fue la ocasión para los americanos de extender la zona de influencia de su herramienta principal, la OTAN. Hay que recordar las diversas crisis ligadas al mal humor de Rusia al ver cómo algunos países fronterizos anteriormente aliados se acercaban a los Estados Unidos. Pero Rusia no tenía entonces los medios para oponerse eficazmente a este proceso y solamente lo podía constatar y sufrir.

La guerra en Afganistán fue el pretexto para los Estados Unidos que le permitió desplegar tropas en algunos países limítrofes con Rusia, instalar aeropuertos militares, y estacionar algunos equipos. En la misma lógica, y al poder contar con algunos países que se comprometen resueltamente en la oposición a su antiguo jefe de bloque, el gobierno Bush decidió comenzar a desarrollar un sistema militar de punta, el famoso “escudo antimisiles”. Se trata de posicionar materiales de vigilancia en todo un conjunto de países (especialmente en Polonia y República Checa) con el fin de prevenir un eventual ataque de misiles. Radares de gran potencia, así como misiles de última generación son así dispuestos en estos países, en zonas todas próximas a Rusia. Éste sistema vuelve evidentemente caducos los antiguos tratados entre Rusia y los Estados Unidos sobre el control de armamentos, ya que aunque el llamado “escudo” no fuera totalmente instalado, no dejaría de ser menos cierto que el margen de maniobra de Rusia quedaría ampliamente reducido en el plano estratégico, debido a la vigilancia permanente de sus actividades militares. Putin, por tanto, decidió denunciar estos antiguos tratados y retomar el desarrollo de su arsenal militar.

Para países como Alemania y Francia, también amenazados por el desarrollo de la presencia norteamericana y de sus sistemas de armas más desarrollados, la hostilidad a tales medidas es evidente. Sin embargo en el juego al tonto de las relaciones internacionales, estos dos países han elegido dejar a Rusia llevar a cabo la batalla contra las intenciones de Estados Unidos, pero apoyando sin duda bajo la mesa la política de Putin.

Detrás de este “retorno” de la Rusia de Putin a la escena internacional, es cierto que el aumento de los precios de las materias primas (especialmente del gas y del petróleo, del cual Rusia es uno de los grandes productores) juega un papel importante. Pero esto no debe hacernos olvidar que el relativo fortalecimiento de la potencia rusa está ante todo ligado al empantanamiento de los Estados Unidos en Afganistán e Irak, a la utilización por los dirigentes rusos de la campaña norteamericana sobre el antiterrorismo y también a una cierta ayuda o condescendencia de algunos países como Alemania y Francia que, durante varias crisis entre Rusia y algunos de sus antiguos “satélites” (Ucrania, Georgia, etc.) respecto a los precios del gasa que se han librado, globalmente han apoyado la posición rusa, si bien discretamente.

Y si algunos países europeos desearon el reforzamiento de Rusia y participaron en éste, es por la simple razón de que, más allá del aprovisionamiento de materias primas, tienen necesidad de una voz fuerte, una voz que se exprese necesariamente en el mismo sentido que la suya en los aspectos esenciales, es decir en los que están ligados al rechazo de ver a los Estados Unidos tomar una posición dominante –y en su detrimento- en el continente europeo. Tal es el fondo de la cuestión que aparece cada vez más como nodal: ¡las tensiones se han instalado en el corazón mismo de Europa, allí donde se ha determinado la suerte de las dos primeras guerras mundiales!

De paso, es interesante notar que, desde la llegada al poder en Francia de Sarkozy, se ha hablado mucho en los medios de difusión de su voluntad por reorientar la política francesa en un sentido más por lo americano. Esto se basa, por ejemplo, en la decisión de reintegrarse a la estructura de comando de la OTAN. Poco importan, aquí, las balandronadas del personaje. Lo que cuenta es, primero, que esta decisión de reintegración (además de que Francia jamás se ha salido completamente de esta estructura, y la prueba es que ha sido en el marco de ésta que ha desplegado sus tropas en Afganistán) está destinada a que el imperialismo francés pueda jugar un papel más importante en las decisiones tomadas por este organismo, además de poder impulsar las decisiones que contradicen la voluntad norteamericana. El ejemplo de la voluntad francesa de haber confiado a un europeo la dirección de las operaciones de militares en el Mediterráneo es uno de los ejemplos más claros. Hay que notar sobre todo que, durante un reciente viaje a China, Sarkozy tomó abiertamente posición sobre la pertenencia a China “continental” de Taiwán, lo que representa una posición abierta y fundamentalmente antinorteamericana.

Esto permite constatar una vez más que, cualesquiera que sean las “opiniones”, “sentimientos” y “puntos de vista” que pueda expresar, en un momento dado, un representante de alto nivel de una burguesía nacional, las decisiones que está obligado a tomar están determinadas, ante todo, por los intereses globales de esta burguesía nacional.

Ecología y preparación guerrera

El tema de la ecología, de la defensa del planeta, es cada vez más destacado por los medios de difusión y la burguesía del conjunto del mundo. El protocolo de Kyoto (firmado en 1997 pero que tomó efecto apenas en 2005) y su avatar actual, la conferencia de Bali (Indonesia), se han fijado como objetivo primero controlar la producción de gas con efecto de invernadero, limitar las actividades que provocan un cambio climático con consecuencias potencialmente dramáticas para una parte de la humanidad.

De hecho, y lejos del objetivo oficial, es la ocasión para las diferentes burguesías nacionales de lanzarse mutuamente las peores acusaciones. Unos acusan a China e India, cuyo crecimiento actual es muy elevado, de mantener instalaciones industriales obsoletas, de no tomar ninguna medida para reducir la emisión de gases contaminantes, de consumir cantidades importantes de materias primas fósiles, etcétera. A otros países (como Brasil) se les reprocha sacrificar la selva amazónica, el famoso “pulmón del planeta”, para desarrollar la agricultura o extraer metales preciosos. En estas reuniones y foros, los Estados Unidos se encuentran frecuentemente en posición de acusados. Si bien es verdad que el consumo de energía por habitante es, en los Estados Unidos, el más importante del mundo, y por mucho, es evidente que son otros los motivos que provocan esos cuestionamientos. Las acusaciones de no respetar el ambiente ocultan cada vez más difícilmente los antagonismos imperialistas profundos que se desarrollan actualmente por todas partes, especialmente entre las grandes potencias; y sobre todo, por el hecho de que son objeto de una gigantesca campaña mediática, son utilizados por unos para denunciar a los otros de las más detestables políticas, de las más horribles intenciones, para acusarlos de poner por delante sus “egoístas intereses nacionales” en detrimento de los “intereses del planeta y del hombre”. Este es un medio, para cada imperialismo, de señalar al enemigo y, en otros términos, en el plano ideológico, preparar la guerra generalizada.

Y el imperialismo francés, una vez más, se distingue a la vez por la pretensión de dar lecciones a todos y a cada uno, y a la vez, en el desarrollo de este tipo de política resueltamente cínica e hipócrita. Apenas se había secado la tinta de la firma sobre el cuidado del ambiente del otoño pasado y ya Sarkozy partía a China a vender, especialmente, centrales nucleares pagándose todavía el lujo de justificar estas ventas por su voluntad de defender el ambiente.

Pero, a los ojos de la burguesía francesa y a los de todos los grandes que controlan esta tecnología, la nuclear no es solamente una fuente de energía sino sobre todo un fundamento –que buscan controlar completamente- de su predominancia imperialista; se comprende, por ejemplo que al vender tales tecnologías a países como China, Libia y tal vez Argelia, el imperialismo francés obtiene como contrapartida ventajas en términos de presencia militar en el país, de alianza y tratados (que en su mayor parte quedarán en secreto) que reforzarán su dominio en la escena internacional. Y si entre estos grandes padrinos los motivos de rivalidades no faltan, además de que van a multiplicarse, se encuentran al menos “unidos” por el hecho de no aceptar compartir el control de esta tecnología militar con “ padrinos de segundo orden” como puede verse actualmente en su “unión” (especialmente entre los Estados Unidos y Francia) contra Irán.

Estas pocas ilustraciones muestran que, detrás del gran barullo que se hace a propósito de la ecología y la supuesta “firme voluntad” de la mayor parte de los grandes dirigentes del planeta, se trata también de aquí de una lucha a cuchilladas, una lucha por la apropiación de las zonas más importantes en el plano económico y estratégico, una lucha en la cual todo los golpes están permitidos con tal de que lleven a los resultados esperados. Este gran barullo sobre la ecología les sirve pues para prepararse mejor –en los planos estratégico, militar e ideológico- para los enfrentamientos mayores hacia los cuales la crisis de su sistema les conduce.

La responsabilidad de los revolucionarios

El aumento de las tensiones y conflictos traduce, como lo hemos visto, la importancia del impacto de la crisis económica sobre las potencias imperialistas y la obligación en la que se encuentra cada burguesía nacional de llevar a cabo la batalla por la defensa de su interés nacional. Es la lógica del imperialismo, la lógica de un capitalismo en crisis profunda.

En las situaciones de este tipo, la única “salida” para el capitalismo es la marcha forzada hacia la guerra, es la preparación directa para el enfrentamiento imperialista generalizado.

La explotación cada vez más dura y directa de la clase obrera debe ir a la par, para la clase dominante, con su mantenimiento bajo los efectos de la ideología burguesa, de la cual la forma más eficaz en su versión “democrática”.

Para los comunistas, para los revolucionarios, una de las tareas y responsabilidades esenciales consiste precisamente en sacar esta situación a la luz, volverla consciente a nuestra clase, relacionando los ataques económicos vividos cotidianamente y que provocan cólera y revuelta en las filas obreras con las condiciones generales de la sociedad y los objetivos perseguidos por la clase dominante. En suma, vinculando los ataques a nuestras condiciones de trabajo, de vida, con la marcha resuelta a la guerra que continúa la clase enemiga.

Desde hace algún tiempo, la ecología y la defensa del planeta es la forma mediante la cual la burguesía trata de hacernos creer que la primera urgencia para la humanidad es combatir los peligros ambientales que amenazan a la Tierra y a los hombres. Y, por supuesto combatir “todos unidos” detrás de la clase dominante y de su Estado.

Los comunistas sostienen, por su parte, que el único verdadero peligro para la tierra y la humanidad es la perpetuación del dominio de la clase burguesa sobre la sociedad. La menor concesión en este terreno, la menor “debilidad” frente al llamado de las sirenas ecologistas sería, para los comunistas, abrir la puerta al abandono definitivo del combate revolucionario.

5 de enero de 2008.



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