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La tentación de abísmo en la obra de Oscar Portela, por Graciela Maturooscar-portela, Miércoles, Enero 9, 2008 - 18:27
Oscar Portela
La palabra de Oscar Portela se eleva como una salvaje plegaria, mezclada de blasfemia, para decirnos el despojo y la destrucción que se inician en su propio cuerpo . La palabra de Oscar Portela se eleva como una salvaje plegaria, mezclada de blasfemia, para decirnos el despojo y la destrucción que se inician en su propio cuerpo . La tentación del abismo en la obra La palabra de Oscar Portela se eleva como una salvaje plegaria, mezclada de blasfemia, para decirnos el despojo y la destrucción que se inician en su propio cuerpo . Construye un arca para la salvación del mundo, como lo proponía el cristiano Dostoievsky. Intenta nombrar los restos del naufragio, tender el exorcismo de la memoria para impedir que el viento final arrase con lo que queda de humanidad sobre la tierra. Tal el contenido de estos poemas que nos avasallan y acongojan, pero también nos iluminan. Graciela Maturo. Buenos Aires Argentina Ensayo de Graciela Maturo * Oscar Portela pertenece también en su talante vital y en su obra toda, a esa legión que no solo es americana sino que reclama el derecho a serlo plenamente. Esto no lo priva, sino que por el contrario lo obliga a un diálogo permanente con el mundo de las ideas, a una elaboración profunda, desde su acá, de toda incitación filosófica y de todo estímulo creador. Su confrontación con el deconstructivismo de Jaques Derridá, será pues una confrontación creativa, poética, capaz de extraer de su ejercicio dialéctico abierto a últimos confines de la razón su cuota instauradora de sentido, su nueva "imago mundi". Oscar Portela, con el talento y la creatividad profunda que viene desplegando en su obra, recobra órficamente el valor genesíaco de la tiniebla, no para gozarse en un universo sígnico despojado de realidad, sino para incorporar plenamente a su visión, el polo negativo. He dicho de él - y lo han afirmado otros -, como de Ramponi, Castilla, Solá González, que son poetas nacionales por venir de su región, sin que esto se entienda como un mero apuntar a lo descriptivo o lo folklórico. Hay un pensamiento en la poesía de Portela como la hay en la de Novalis, Goethe, Huidobro, Neruda, Molinari. Un pensar hecho de intuiciones, percepciones, afectividad, pulsión, intelección. No es la suya la vía de un tanteo onírico o de una vaguedad sensorial, sino la riqueza de un intelecto amoroso que no renuncia en ningún momento a la tarea de comprender. Ejercicio activo de la memoria-desmemoria, del saber- que acrecienta el no saber, del juego de la presencia y de la ausencia. Lo diurno y lo nocturno alternan vivamente en la poesía de Portela; digamos que en sus últimos poemas, se inscribe decididamente en la vertiente nocturnal. Y no es la primera vez que asoma lo nocturno en su poesía. La noche, la oscuridad, la ausencia, la concavidad del no ser, es un latido permanente en los ritmos con que este lenguaje se manifiesta. En esa entrega total al conocer y al ser, no puede eludirse el paso por los infiernos, la morada en el desierto de donde se vuelve con la aridez de la pérdida o con la riqueza del encuentro. Es la salida a lo abierto, el momento de riesgo que significa entrar en lo vedado. El caso de Portela nos autoriza a pensar que no es América el ámbito donde los signos se fecundan en el antí-logos de las superficies textuales que se entrecruzan como diría Kristeva, sino el lugar auroral donde las escrituras se consumen y se consuman, es decir, se realizan. Discípulo de Nietszche, Heidegger, Derridá, Deleuze, Blanchot, Klossowsky y Bataille, Portela da aliento a una deconstrucción arrasadora, acepta el desafío de las cifras, se hunde en la babélica superposición de los discursos, pulveriza los signos de infinitos lenguajes. Espera finalmente el "golpe de gracia" de la imagen final, el poder de los nombres y enfrenta audazmente lo demoníaco, en un trance de desnudamiento absoluto. Se desnuda de velos y redes, del recuerdo y la voz, de los colores y de los ritos. Pretende dejar de lado cuanto a existido, su palabra y vivencia, para albergar en si la no-vida de las escrituras, la concavidad de la muerte, el Eros sombrío de las nupcias con la nada. Una apetencia de absolutez lo lleva a la frecuentación de abismos, transposiciones, migraciones, autodestrucciones, de las que sale vivo, renovado, ave fénix. Oscar Portela percibe claramente como el poema mismo es vida y muerte, construye su propio sarcófago formal que es necesario cerrar y abrir continuamente porque esos nombres a de borrarlos el "adviento". Un estudio de la expresión poética de Portela mostraría la naturaleza ritual y religiosa de su lenguaje, donde se manifiesta permanentemente la búsqueda del Uno, la realización de una minuciosa liturgia, la intensidad de la plegaria, que asume también la forma de blasfemia. El suyo es un verbo incandescente que expresa el dolor de la noche de la razón. La voluntad del Angel Exterminador que tiene sed de absoluto y despojamiento. Se propone buscar algo más que el "acuerdo de los sonidos y las natalidades", avanzar más allá, en la negación de la negación misma y se ofrece como víctima, canta a las bodas con la muerte purificadora: "muerte que nos proteges contra el exilio del cielo", como un ángel maldito entregándose a un destino inexorable. Su pasión, como toda pasión intensamente vivida, es salvadora. La intensidad amorosa de la entrega lleva en sí misma su escala de reencuentro. Se siente despeñarse al ritmo musical del versículo, se percibe el jadeo de ida y vuelta en el trabajo poético, se descubren tesoros que la marejada viene a depositar en la playa. La lucidez del poeta es el primer ejemplo del vigía que atiende a cada dádiva del mar: " nada abolirá el movimiento del azar". Aunque Oscar Portela haya tomado sus impulsos más íntimos de los filósofos citados, su impulso más profundo le viene de su propio lenguaje, de una cultura que es muerte y resurrección de una tradición cuyo padre es Orféo; en este punto el canto mismo se hace escala salvífica. Las palabras, las imágenes, son el hilo de Ariadna que han permitido al poeta héroe sobrepasar las orillas de la desmesura, para ofrecernos una obra que es al fin sólo el cuerpo, el sema, las huellas de la aventura poética. La palabra de éste gran poeta Argentino, es siempre una palabra plena, es decir el signo de una vida interior incesantemente fecundada por la pasión y la inteligencia. Se da en ella un doble movimiento de fuga y pertenencia que nos hace pensar en aquella metáfora marechaliana del pez en el anzuelo. Fuga hacia lo abismal y abierto, hacia la nada que atrae con la fuerza de un sol oscuro, y es también una de las formas de lo sagrado. Pertenencia al mundo encarnado, a la tierra, a la corporeidad destinada a sentir sus dones. Protagoniza así ese retorno al Origen que Heidegger llama Khere y que no puede ser comprendido simplemente como vuelta, ni tampoco como regresión, sino como transformación espiritual y apasionado reclamo del sentido de la vida. Se trata de la conversión del poeta a su ser más profundo, del despertar del yo trascendente, cuya búsqueda era, según Novalis, la más profunda tarea del artista. Así las imágenes, desgranadas en escala semántica y musical, se ofrecen como escalera de realización, siempre en camino de ida y vuelta, entre el tiempo y la eternidad, entre el ser y la nada, entre el goce del mundo y el sordo llamado de la muerte. El poema es remanso de felicidad en que se revela la plenitud del instante, y es a la vez el hueso en que la sed vuelve a despeñarse inagotable. La obra espléndida de Oscar Portela pertenece a la poesía americana con sus mejores fueros. Tiene el carácter ritual de una ofrenda en que el oficiante va desvelando el misterio cósmico y la secreta ambigüedad de su propio rostro. Un duelo interminable dicta estas elegías que se desempeñan como una cascada lacerante de gemidos y plegarias, doradas por los resplandores del ser que se oculta entre detritus arrastrados por el tiempo. El poeta correntino entrega a la música las notas amargas de su interrogación por la aventura del vivir, del conocer, amar, y morir, en una petición de absoluto que expresa la sed viceral del viajero sobre la tierra. Su poesía adquiere el valor de balance vital, testamento, pregunta que cala hasta lo profundo del ser, despedida del mundo y de sus dones. Es también un reclamo por la dignidad del hombre. Oscar Portela sé autoconfigura como el existente que ha llegado a una meseta de desolación, perdido el bagaje de los deseos y esperanzas que dan sentido a la vida. Su memoria, que arrastra briznas del Paraíso de la infancia, agitado por el viento de los palmerales y el amor de la madre, se siente ahora mutilada y golpeada por huracanes de cenizas. “Sólo soy un pasajero del hambre�? –dice- “Y aquello que alabé, aquello innominado que ilumino mi verbo y acaricio mi alma con las dulces promesas de los frutos más dulces, escarnio fue y castigo, y condena y exilio de mí mismo y del tiempo que hice temblor y canto�?. .... Su mirada solo advierte ahora “sal en los sembrados donde vertí mi sangre, pobres temblores y aleluyas, pobres hosannas caídos en la indigente estéril tierra de mi patria!�? Apocalíptica conciencia de destrucción del mundo, intensa noción de la finitud, reclamo ante el Dios oculto y silencioso. Las elegías que componen sus últimos libros desgranan con lúgubre pasión el sucesivo vaciamiento del amor, el deseo, la esperanza, la voluntad de vivir. Vedme, espectral en sueños, despedirme del canto con que aromé mis horas... sentencia Oscar Portela en ambigua afirmación sobre la poesía. Las palabras, negadas e imprecadas, que siguen siendo el nexo del poeta con el origen y el sentido. Rodeado de sinrazón, penetrado por el sentimiento de vacío y ausencia, la palabra es todavía el humus sagrado en que el rapsoda mora, se expresa, muestra sus llagas, reposa. Látigo u consuelo, el canto sigue siendo una tierra más real que la tierra que se destruye ante sus ojos. No nos extrañe pues que las palabras sean el centro de la meditación de Oscar Portela, oscilante entre la búsqueda del lenguaje y el retorno a una realidad preverbal. Afrontar la destrucción de la palabra, el desgajamiento del nombrar adherido a su corazón.�? Ay de vosotras, garzas voladas por el agua del deseo, a qué llamar por mí, en mi nombre de muerto, pues quien respondería y en nombre de qué imágenes a las visitaciones que ahora me reclaman desde un presente sin presente? “. Las palabras se revelan inconsistentes, lejanas a la presencia que las funda, lejanas a toda certidumbre. Sudario, naufragio, ausencias virtuales del blanco y del azul que recuerdan a Mallarmé, imágenes de lo no imaginable, pueblan el mundo de Portela, tenso entre los polos del Paraíso perdido y la destrucción del Fin de los tiempos. Desde el sentimiento de la absoluta soledad rememora los días felices, los goces, los paisajes liberados a su fragilidad efímera, los seres amados. Pero la poesía, desde antiguo, halla en sí misma su propia respuesta y recompensa. El puro acto de confiar a la palabra la desolación y él vació, comienza colmarlo con la furia descendente del verbo. Misterio de la creación, diálogo con lo absoluto emprendido por el poeta – demiurgo que alcanza el nivel de su propia develación. Surge en su propia voz la visión abarcadora del cosmos que desborda su propia e incomprensible belleza. Y el desgarro existencial llega a engarzarse en visiones deslumbrantes de epifanía. Oscar Potela nos entrega, con el gesto de un dios exiliado y rebajado del reino, y con implícita alusión a la larga dinastía órfica de los poetas que en Occidente han compartido la herencia mítica y la lucidez critica dentro del poema. Su espléndido lenguaje surge denso de originalidad, riqueza semántica, fluidez coloquial y profusión imaginística. Portela utiliza expresiones como desta o questa, dignas de Garcilaso; incluyen vocablos poco usados como por ejemplo zureo o peto, sin caer en alambicamiento; varía infinitamente el método de la metáfora en actividad creadora que no osaríamos reducir a un conjunto de “recursos poéticos�?. La poesía que alcanza es lanzada en el alto nivel de la oda o la elegía y participa de una energía musical que pone en marcha conjuntamente a la inteligencia, la sensibilidad y la imaginación. El poeta asume constantemente la primera persona, en afirmación lírica del yo, y al mismo tiempo se configura como sujeto omnipresente: Es sombra, espectro pasajero, temeroso y osado coreuta de los dioses, desalojando de mí desterrado, conterrado, pantera, tigre. Se identifica con Orfeo buceando en el misterio del tiempo, descendiendo al Hades, descubriendo en la música de su flauta el sentido de su propia vida y muerte. Víctor Hugo escribió con sabiduría: A quoi tient l’abîme? Attendons: Oscar Portela se entrega a la angustia existencial, crea su verso desde la pasión y el desgarro, renace desde las cenizas de su muerte como el fénix mitológico, a través del canto. Hoy asistimos a los signos manifiestos de su madurez vital en el dolor y la oscuridad de una experiencia límite, que con los poemas de “Claroscuro�?, alcanza a poner a prueba sus propios límites. Desde este instantante le es irrenunciable recordar a vivos y muertos, proclamar la orfandad de la criatura humana, reconocer la fuerza augural de su propio canto. Oscar Portela se mueve en un mundo donde toda cosa visible se desmorona ; persigue, sin embargo, el rastro de lo permanente. Sabe que su misión es la fidelidad a ese rastro, que se manifiesta en el mundo y más allá de él, en su palabra. Está destinado a auscultar incesantemente su propio corazón para ofrendarlo en las aras del sacrificio. Dotado de una lucidez espectral, se reconoce como oficiante en un final de época que tiene visos de catástrofe. La palabra de Oscar Portela se eleva como una salvaje plegaria, mezclada de blasfemia, para decirnos el despojo y la destrucción que se inician en su propio cuerpo . Construye un arca para la salvación del mundo, como lo proponía el cristiano Dostoievsky. Intenta nombrar los restos del naufragio, tender el exorcismo de la memoria para impedir que el viento final arrase con lo que queda de humanidad sobre la tierra. Tal el contenido de estos poemas que nos avasallan y acongojan, pero también nos iluminan. Graciela Maturo. Buenos aires Argentina 2007
Graciela Maturo
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