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Nineteenth-Century Latin American Praetorianism

Anonyme, Sábado, Diciembre 10, 2005 - 19:19

Eduardo R. Saguier

Para todos los autores citados en este articulo, con sus respectivas diferencias y especificidades, las categorías mencionadas y sus distintas derivaciones no se debían asociar o fijar exclusivamente a forma de gobierno alguno, ya sea antiguo o moderno, pre-colonial, colonial o neo-colonial, feudal o capitalista, europeo o americano, y democrático o despótico.

El Pretorianismo Decimonónico Latinoamericano.

por Eduardo R. Saguier
Senior Researcher--CONICET-Argentina

La noción de pretorianismo se venía aplicando esencialmente al mundo antiguo, tal como la había ensayado Montesquieu, para quien dicho régimen de poder estaba íntimamente ligado al despotismo. Como un intento de perfeccionar la obra de Montesquieu (Consideraciones sobre las Causas de la Grandeza de Roma y su Declinación), Edward Gibbon abundó también sobre el pretorianismo inherente a la debacle de Roma --dejándose influir por la teoría de los cuatro estadios-- que fue a su vez la fuente en la que se inspiraron para sus tesis evolucionistas, entre muchos otros, Hegel, Constant, y Guizot; y más luego el propio Auguste Comte con su ley de los tres estados: teológico, metafísico y positivo; y Lewis Morgan, con su teoría de las tres fases: salvajismo, barbarie y civilización.

Pero diferenciándose del evolucionismo lineal de Comte y de Morgan, y como fruto de una suerte de crisis conceptual, diversos autores posteriores ensayaron exhaustivos análisis de diversas categorías históricas: entre ellas las categorías políticas (cesarismo, despotismo, absolutismo, totalitarismo, regalismo, putschismo), las religiosas (mesianismo, milenarismo, secularismo, fundamentalismo), las étnicas (racismo, chauvinismo), las militares (burocratismo, pretorianismo), las sociales (nomadismo, urbanismo, gremialismo, colectivismo), las económicas (mercantilismo, proteccionismo. industrialismo, imperialismo) y las culturales (laicismo, fetichismo, catastrofismo).

Así como para Lévi-Strauss --influido por Freud—aquellas categorías culturales tales como la del fetichismo no era considerada un elemento exclusivo de región geográfica o etapa histórica alguna; para Haubert (1969) tampoco lo fue el mesianismo; y para Farhang (1996), Hajjar (1995) y Peters (1999) el fundamentalismo. Con referencia a categorías étnicas como el racismo, tampoco Finzsch (2005) la consideraba exclusiva de regiones o etapas específicas; ni Shinondola (2005) con relación al chauvinismo o la xenofobia. Y en cuanto a las categorías políticas tales como el imperialismo, Pagden (1995) tampoco las reducía a lugares y períodos determinados; ni Baehr (1998) con respecto al cesarismo; ni Rapoport (1962) con relación al pretorianismo; ni Altamirano (1994), Bouju (1998-99) y Sullivan (1990) con relación al despotismo; ni finalmente Dobbelaere (1981), Graham (1992) e Ivereigh (1994) con referencia al secularismo.

Para todos estos autores, con sus respectivas diferencias y especificidades, dichas categorías y sus distintas derivaciones no se debían asociar o fijar exclusivamente a forma de gobierno alguno, ya sea antiguo o moderno, pre-colonial, colonial o neo-colonial, feudal o capitalista, europeo o americano, y democrático o despótico. Dichas categorías fueron aplicadas también en la modernidad, donde varios autores, entre ellos Lasswell (1941), Finer (1962), Gilmore (1964), Huntington (1962, 1968), Perlmutter (1977), Irwin (2000, 2001) y Bowman (2002), diferenciaron el caudillismo del pretorianismo, este último del cesarismo o bonapartismo (por Luis Napoleón), y todos ellos del militarismo y del profesionalismo militar.

Para analizar la crisis del moderno estado-nación, Finer (1962) comenzó diferenciando cuatro tipos distintos de pretorianismo o intervencionismo militar; y simultáneamente Huntington (1962) destacó tres especies distintas de putschismo o golpe de estado. En los distintos niveles del intervencionismo militar en la política estatal, Finer (1962) distinguió la mera presión, de la extorsión o chantaje; del desplazamiento disfrazado de accionar civil; y de la intervención desembozada. De todos ellos, en una democracia constitucional solo el primero puede considerarse como legal y legítimo, mientras que los otros niveles van creciendo en intensidad hasta culminar en el golpe de estado desembozado. Por el contrario, para Huntington (1962), la distinción no debe ser de grado sino de naturaleza, pues sus tres tipos de putschs o golpes son: el golpe gubernamental o de palacio, el revolucionario, y el reformista. Con referencia al pretorianismo propiamente dicho, Huntington lo definió como aquella situación política en donde se ha producido un hiato o desajuste o retraso, entre un nivel muy alto de participación política y un nivel muy bajo de institucionalización, lo que determinaba una inestabilidad y/o violencia crónica. De este retraso, Huntington derivaba, a juicio de la interpretación hecha por Alberti (2003), que para poner en “sincronía

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