ALAI-AMLATINA, 16/10/2003, Montevideo.- La impresionante insurrección del pueblo boliviano ya habría derrocado al débil gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, si no fuera por el apoyo político y militar de Washington, que visulumbra que una caída de su aliado fortalecerá el bloque Brasil-Venezuela-Argentina.
En La Paz los pobres están arriba y los ricos abajo. No es una metáfora sino una realidad geográfica que tuvo su impronta en el país más pobre, y probablemente más rebelde, de América Latina.
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Bolivia en la encrucijada
En las calles de La Paz se está jugando el futuro del ALCA
Raúl Zibechi
ALAI-AMLATINA, 16/10/2003, Montevideo.- La impresionante
insurrección del pueblo boliviano ya habría derrocado al débil
gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, si no fuera por el apoyo
político y militar de Washington, que visulumbra que una caída de
su aliado fortalecerá el bloque Brasil-Venezuela-Argentina.
En La Paz los pobres están arriba y los ricos abajo. No es una
metáfora sino una realidad geográfica que tuvo su impronta en el
país más pobre, y probablemente más rebelde, de América Latina.
A cuatro mil metros, en pleno altiplano, la ciudad de El Alto
domina el enorme valle, la "hoyada" donde está colgada La Paz.
Un millón de pobres y de muy pobres allá arriba y cientos de
miles colgados en las laderas, mientras allá abajo, a menos de
3.500 metros, las clases medias y los barrios ricos ocupan los
mejores espacios. En el centro de La Paz está la histórica Plaza
Murillo (sede del gobierno y del parlamento), testigo mudo de más
de 180 golpes de Estado y situada casi en el medio de los
extremos físicos y sociales que atraviesan la ciudad.
A mediodía del jueves 16, decenas de miles de paceños
empezaron, por segunda vez en una semana, a descolgarse de las
alturas para bajar al centro, desde sus barrios atrincherados en los
que cavaron zanjas para impedir el paso de los tanques y
camiones del ejército. "Ya va a caer, ya va caer", es la consigna
voceada por la multitud que Radio Erbol definió como la más
numerosa que conoció la historia del país. Abajo, la soldadesca
que abandonó los barrios pobres se atrinchera en defensa de los
edificios gubernamentales. El mando del ejército decidió sustituir
a los soldados aymaras por rangers provenientes de la zona de
Santa Cruz de la Sierra, ya que varios soldados se negaron a
disparar contra sus hermanos, siendo asesinado uno de ellos por
un oficial en la batalla de El Alto del sábado y domingo pasados.
La insurrección boliviana, un mes de cortes de rutas que hacen
imposible la circulación en las principales carreteras del país, más
una semana de huelga general indefinida con manifestaciones
masivas, se ha ido derramando desde su epicentro en El Alto
hacia todo el país. Cochabamba, Potosí y hasta la muy tropical y
mestiza Santa Cruz de la Sierra se incoporaron a la revuelta
exigiendo el fin de un gobierno que en una semana asesinó a más
de 70 bolivianos. La revuelta consiguió compactar, en la exigencia
de que renuncie el presidente, desde los campesinos hasta los
vendedores ambulantes de las ciudades. Decenas de emisoras
radiales de baja potencia, en la tradición de las legendarias radios
mineras, mantienen informada a la población y forman parte del
movimiento, pese a las clausuras y atentados que vienen
sufriendo. Sánchez de Lozada sólo cuenta con el apoyo de la
embajada de Estados Unidos y una parte de las fuerzas armadas.
Todo empezó en Cochabamba
La mecha se encendió en abril de 2000. Ese mes estalló el
pueblo de Cochabamba que peleó, y ganó, la llamada "guerra del
agua". Toda la población salió a la calle, instaló cientos de
barricadas, se plantó en la plaza principal durante días y obligó al
gobierno de Hugo Bánzer a dar marcha atrás, recuperando así el
control de los recursos hídricos que habían sido privatizados y
estaban en manos de una empresa trasnacional.
La revuelta de abril significó un viraje de largo aliento en las
luchas sociales bolivianas. Fue, también, el campanazo de salida
de una vasta alianza social que incluye a campesinos,
trabajadores informales de las ciudades, pequeños comerciantes,
maestros, transportistas. Entre setiembre y octubre de ese año
se registró el segundo episodio, pero ahora a escala nacional.
El "ensayo de abril", como denominó el dirigente campesino Felipe
Quispe a la revuelta de Cochabamba, se reeditaba ahora en un
escenario mucho más amplio, que incluía a todo el altiplano, la
región más pobre del país y una de las más pobres del mundo. La
modalidad fueron los bloqueos masivos de carreteras, en los que
las comunidades se turnan llevando alimentos, en lo que pudo
leerse ya como una verdadera rebelión comunitaria aymara,
básicamente rural pero con fuertes apoyos urbanos.
La revuelta nacional de setiembre-octubre consiguió fracturar a la
policía paceña: un grupo de policías se amotinaron en la principal
ciudad del país e hicieron un llamado a sus compañeros a no
reprimir la revuelta. La desmovilización se produjo gracias a la
firma por el gobierno de un convenio de 50 puntos que debían ser
discutidos en comisiones técnicas con la supervisión de la Iglesia
Católica, la Asamblea de Derechos Humanos y la defensoría del
pueblo. Como suele suceder, el diálogo se estancó y no produjo
resultados concretos.
Los sacudones sociales de 2000 modificaron el mapa político-
social boliviano. El movimiento campesino apareció como la
principal fuerza social, organizado en torno a la Federación de
Plantadores de Coca del Chapare (liderada por Evo Morales,
entonces diputado) y la Confederación Sindical Única de
Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), dirigida por Felipe
Quispe. Pero las organizaciones campesinas experimentaron a su
vez cambios profundos. La CSUTCB fue fundada en 1979 con
apoyo de la Central Obrera Boliviana (COB), a su imagen y
semejanza, y se definió como una organización campesina. A la
vuelta de dos décadas, sintetizando los cambios subjetivos vividos
por las mayorías del país, se define como "una organización
indígena que agrupa a todos los pueblos y naciones indígenas y
originarias de Bolivia".
Del discurso clasista, que nunca abandonó, se pasó a uno
histórico y étnico, que hace hincapié en las demandas de tierra y
territorio, lo que supone la gestión participativa en los
recursos naturales. Estos cambios reflejan la pérdida de
centralidad de la clase obrera por la implementación de políticas
neoliberales a partir de mediados de los ochenta. Este
movimiento, sin embargo, consiguió articular a amplios sectores
de la población boliviana, en particular en el altiplano. Fue
surgiendo así un neuvo sujeto social, heterogéneo y diverso, pero
articulado en torno a la identidad aymara (síntesis de la nueva
identidad nacional, que se manifiesta en el uso de la bandera-
arco iris denominada wiphala en lengua aymara) y anclado en
algunos territorios, como El Alto y las comunidades indígenas.
Las elecciones de junio de 2002 llevaron a este sujeto a
conseguir una importante representación en las instituciones
estatales. Los dos frentes que se presentaron (el Movimiento al
Socialismo, de Morales, y Pachakutik, de Quispe) cosecharon uno
de cada cuatro votos y estuvieron muy cerca de alzarse con la
presidencia frente al candidato de la embajada de Estados Unidos,
Sánchez de Lozada.
Un ascenso constante
El siguiente paso del movimiento social se dio en febrero de este
año. Un motín policial en La Paz, contra la reducción de un 12,5
por ciento de los sueldos policiales decidida por el nuevo
gobierno, se convirtió en motín y masacre. Seis policías, siete
civiles y dos miembros del ejército fueron muertos el 12 de
febrero en el enfrentamiento entre el Grupo Especial de la
policía y efectivos del Regimiento Custodia en la mismísima Plaza
Murillo. Al día siguiente, una enorme manifestación obrera que
finalizó en la céntrica plaza San Francisco fue ametrallada desde
las alturas, elevando a 33 los muertos de esas jornadas, que
provocaron la dimisión de casi todo el recién estrenado gabinete.
El último episodio de este impresionante ciclo de luchas es la
actual guerra del gas. Su epicentro está en El Alto, la ciudad más
pobre del continente, un monumento al abandono, donde seis de
cada diez personas viven con un dólar diario. El Alto, que creció
de los 10 mil habitantes de 1950 a los 800 mil de hoy, es un
polvorín social y político: basta recorrer sus calles de tierra
barridas por el helado viento del altiplano, sus precarias viviendas
de barro sin saneamiento ni agua potable, habitadas por rostros
curtidos de jóvenes aymaras, para comprender las razones
profundas de una sublevación que arranca en las entrañas de la
historia y del territorio. Para los bolivianos, el gas es la última
oportunidad de vivir en un país que tenga algo parecido a un futuro.
En tres años la protesta recorrió un amplio camino: desde la
rebelión localizada en una ciudad de medio millón de habitantes y
por una demanda específica, a una guerra civil que comenzó por la
defensa del patrimonio pero que desemboca en la exigencia de
renuncia del presidente y, sobre todo, de un giro político-
económico completo. Del escenario local se pasó al nacional, de
las demandas puntuales a demandas políticas generales, de
actores municipales a regionales primero, y a conformar luego un
amplio abanico de alianzas sociales que, más allá de las
posiciones de sus dirigentes, involucra hoy a campesinos, obreros,
informales, ambulantes y ahora también a la confederación
empresarial, que exige la renuncia del presidente.
Las cifras de muertos por la represión dan la pauta de la
intensificación de la protesta: de los seis muertos de Cochabamba
en febrero de 2000 se pasó a más de una decena en setiembre y
octubre, para escalar a los 33 de febrero de este año y
desembocar finalmente en los más de 70 muertos desde el sábado
pasado, cuando los habitantes de El Alto intentaron frenar el paso
de los convoyes de camiones cisternas protegidos por tanques
que llevaban gasolina a la sitiada La Paz.
Preparando la masacre
Para el imperio, la sucesión de Sánchez de Lozada es todo un
problema. Debe vérselas con un frente regional liderado por Brasil
y Argentina, que incluye a Venezuela y que puede ampliarse ahora
a Bolivia. Desde la fracasada cumbre de Cancún de la OMC,
intenta desesperadamente estabilizar una alianza de contención
de los grandes países de Sudamérica. Hasta ahora, ha
conseguido formar una cuña que incluye a Colombia, Ecuador y
Perú. No puede permitirse perder un aliado tan importante como
Bolivia, que no sólo posee los segundos yacimientos de gas del
continente sino que puede ser el fiel de la balanza en el cuadro de
las alianzas regionales. Esa es la única razón por la cual, hasta
ahora, no cayó Sánchez de Lozada. Más aún, trascendió que
cuatro asesores de la embajada de Estados Unidos están
dirigiendo los operativos militares represivos, lo que supone un
paso adelante en la intervención militar y un anuncio de que se
está preparando una masacre, con el objetivo de frenar en seco
este extraordinario ciclo de protestas.
Por eso, el futuro del ALCA y de los planes imperiales se está
jugando en las empinadas calles de La Paz, y en cada uno de los
barrios pobres que la rodean. Sólo el increíble valor de los
aymaras, y muy en particular de las mujeres indias que reúnen en
ellas el coraje y la decisión de su pueblo, hizo posible que
tanta metralla no consiguiera apagar la rebelión. "Toda la
ciudad de El Alto es un velorio que lo pueden contener únicamente
las calles, porque no hay salón, ni iglesia, ni lugar donde quepa
todo el dolor y el luto", nos dice María Galindo, de Mujeres
Creando. Y sigue: "Los cadáveres son envueltos en mantas rojas,
naranjas, azules, verdes, amarillas, con tonos intensos chillones
que contrastan con la aridez del paisaje. Las vecinas insisten
en sentar alrededor de muertas y muertos a las huérfanas y
huérfanos para hacer patente el desamparo; sorprendentemente
estos niños y niñas no lloran, con caras de terror miran de
frente en silencio".
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