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Allende, el regreso a la verdad histórica

Anonyme, Martes, Septiembre 23, 2003 - 04:27

Carlos Orellana

Chile, 30 años

Allende, el regreso a la verdad histórica

Carlos Orellana
La Insignia. Chile, septiembre del 2003.

Mitterrand no lo habría hecho mejor. Más de alguien recordó su ascensión a la
presidencia de Francia y la calculada y teatral marcha en solitario por los pasillos
hacia el interior del Panteón. Ricardo Lagos saliendo de La Moneda por la puerta Norte;
dobla hacia Morandé, vira por esa calle y se detiene ante la emblemática puerta que la
dictadura hiciera desaparecer cuando reconstruyó el edificio que sus aviones homicidas
habían destruido el 11 de septiembre de 1973.
Por Morandé 80 salió el cuerpo de Salvador Allende aquel día, y ahora, reabierta, da
paso a Ricardo Lagos en su ingreso simbólico al palacio de los presidentes de Chile,
quien avanza a los compases de una sonata solemne que toca la orquesta Filarmónica de
Santiago. La dirige Fernando Rozas desde un estrado instalado en el costado sur del
Patio de los Naranjos, copado por unas mil seiscientas personas que ven en pantallas
gigantes cómo Lagos cruza solemnemente el umbral y estampa de su puño y letra un
mensaje -inaugurándolo-- en el libro de visitantes. Prosigue luego su marcha, y cuando
ingresa al patio, los mil seiscientos concurrentes se ponen de pie y aplauden con
entusiasmo. Están allí representados casi todos los colores del arcoiris político,
social y cultural chileno, salvo la derecha y los militares. Tampoco está presente la
llamada "izquierda extraparlamentaria", que sí formó parte del auditorio el día
anterior, el miércoles 10 de setiembre, en el acto dedicado específicamente a la memoria
de Salvador Allende. El anfitrión fue entonces el ministro del Interior, quien presidió
la instalación de un busto del mandatario mártir en la sala de los presidentes, más una
placa recordatoria y dos pinturas, una con la efigie de Allende hablando desde un balcón
de La Moneda, y el otro con la imagen del mismo balcón, pero completamente destruido por
las bombas de los Hawker Hunter.
Para calmar las protestas de los dirigentes demócratacristianos, quienes rechazaron, en
gesto que los ha empequeñecido políticamente la decisión gubernamental de homenajear al
líder de la Unidad Popular, Lagos decidió entonces que habría dos actos distintos, ambos
en La Moneda. Sería únicamente el primero el que estaría centrado en Allende, en tanto
que el segundo pondría el acento en la intención conmemorativa del golpe de Estado,
asumiendo un carácter ecuménico, abierto a las diferentes corrientes que componen la
coalición gubernamental.
Lo último se cumplió sólo a medias, porque Lagos dedicó una buena parte de su elocución
a relevar la significación histórica del gesto y las palabras finales del malogrado
presidente. Aceptación a regañadientes de algunos contumaces próceres de la DC, y ácidos
ataques, por supuesto, de la derecha.
La semana culminó con el homenaje popular a los detenidos desaparecidos. Miles de
personas acudieron al Cementerio General, depositaron sus ofrendas florales y escucharon
a sus dirigentes ante el Memorial erigido cerca de la calle Recoleta. Esta vez el acto
no fue empañado por la acción de aquellos grupos marginales que confunden la causa
revolucionaria con sus personales delirios destructivos.
Terminaron así las largas semanas en que el país vivió, como nunca antes, un intenso y
casi febril debate sobre el carácter del golpe de Estado y la realidad de los años de
dictadura. La conclusión fundamental no deja lugar a equívocos: la batalla por el
restablecimiento de la verdad histórica la perdió la Derecha. Sus ideólogos, sus
historiadores y sus políticos han quedado, por fin, como el rey del cuento, con todas
sus vergüenzas al descubierto. Cuando se recuerda lo que, a comienzos de la década del
90, era "la verdad oficial" sobre el Golpe, y las casi insalvables dificultades para
oponerle un discurso que esclareciera lo que había tras los aciagos hechos de setiembre
del 73 y de los largos años de dictadura, se comprueba que la verdad ha hecho su camino
y ya es muy difícil que puedan forzarla a echar marcha atrás.
No hubo medio de comunicaciones que pudiera sustraerse a la poderosa presión de opinión
pública que reclamó reflexiones serias, visiones veraces, análisis documentados,
testimonios iluminadores. Los más identificados con el pinochetismo y la derecha extrema
debieron ocultar esta vez la mano entrenada en la mendacidad y buscaron un equilibrio
informativo que permitiera mostrar el rostro de la maldad desde un ángulo menos
castigador. Buscaron y encontraron el tema diversionista desenterrando las viejas culpas
de la democracia cristiana en la instigación del golpe y su apoyo inicial. Se publicó
otra vez la célebre e innoble carta de Frei Montalva a Mariano Rumor justificando la
toma del poder por Pinochet y su pandilla. Favor señalado le hizo también a El Mercurio
el presidente de la DC, Adolfo Zaldívar, cuando afirmó con la arrogante seguridad en sí
mismo que se le conoce que "el principal culpable del golpe de Estado fue Salvador
Allende"; se sumaba así a la actitud de su hermano Andrés, presidente del Senado, quien
poco antes había afirmado on tono un tanto airado que no iba a participar en ningún acto
en homenaje a Allende, porque había sido opositor a su gobierno. Opositor también de
Pinochet, nada le impidió sin embargo mantener en su trato con él las mejores maneras,
mientras el general vivió su efímero tránsito por la Cámara Alta como senador vitalicio.
Los dos Zaldívar pusieron con esto una lápida a la digna actitud de Radomiro Tomic,
Bernardo Leighton, Renán Fuentealba y una docena más de prominentes DC que dos días
después del golpe lo condenaron públicamente sin ambigüedad alguna.
En la derecha hubo algunos, por supuesto, que no quisieron arriar sus banderas. Hubo un
caso, emblemático por lo patético, el del abogado y columnista de El Mercurio,
Hermógenes Pérez de Arce, que reiterando su sostenida e inflexible línea ultramontana,
rindió en una entrevista un increíble homenaje al coronel Miguel Krasnoff Marchenko, uno
de los célebres torturadores de Villa Grimaldi.
Un papel sorprendente jugó la televisión chilena, tan frívola y acomodaticia, y tan
temerosa durante estas dos décadas de rozar siquiera los temas de los detenidos
desaparecidos, los torturados, los asesinados. Sufrió una suerte de destape, a veces un
tanto ambiguo, otras con reticencias y verdades sólo a medias. Pero el impacto público
que causaron algunos de sus programas no van a ser fácilmente olvidados. El reportaje,
por ejemplo, dedicado a la fragata "Esmeralda" y su papel como centro de detención y
torturas -nunca antes admitido o menos exhibido en imágenes--, o el impacto alucinante
que producía el brutal contraste entre las sabias y cálidas palabras de Salvador Allende
y la vulgaridad y grosería del lenguaje empleado por Pinochet en sus instrucciones de
campaña. Esas imágenes sonoras -como suelen también ocurrir con las imágenes
visuales-hicieron estos días más por el restablecimiento de ciertas verdades, que miles
de palabras impresas.
Allende ha resurgido como la gran figura política chilena del siglo xx. Y Ricardo Lagos,
político con sentido de la oportunidad, lo comprendió ahora a tiempo. Todos saben lo
olvidado que el personaje estuvo durante el ya largo período de gobierno de la
Concertación. Todos recordamos el aire culpable con que el gobierno de Aylwin patrocinó
el traslado de los restos de Allende al Cementerio General. Los muchos miles de personas
que intentaron sumarse al cortejo, tuvieron que asistir como simples e impotentes
espectadores de la comitiva oficial que atravesó la ciudad a toda velocidad para que
nada perturbara la frialdad del protocolo oficial. El 93, los veinte años del Golpe
merecieron apenas una mirada casi de soslayo, porque la llamada "ala progresista" de la
Concertación mantenía una actitud de conciencia culpable, como si quisiera persuadir que
Allende le era más o menos ajeno y de la Unidad Popular ni hablar. Fue luego la actitud
que Lagos mantuvo en su campaña presidencial: la de "no se oye, padre", mientras Lavín
machacaba con ambos temas.
En sus tres primeros años de gobierno, el actual presidente mantuvo en general frente al
tema de los derechos humanos una actitud fría y distante. Su lema, repetido infinitas
veces, era: no quedarse anclado en el pasado, mirar hacia el futuro. Lo reemplazó ahora
por un astuto: no hay futuro sin el reconocimiento del pasado. Esta frase no la dijo,
ciertamente, en su Mensaje Anual a la Nación el 21 de mayo reciente, en el que no hubo
una sola palabra, ni una sola palabra sobre las tares pendientes en derechos humanos, ni
menos sobre algo que parecía obligatorio para el jefe del Estado: mencionar
(mencionarlo, al menos), que este año se cumplían treinta años del golpe, y que por lo
tanto correspondía hacer un alto en el camino para dedicarlo aunque no fuera sino a la
reflexión sobre tan capital hecho de nuestra historia. Ni una sola palabra sobre estos
temas en el el solemne documento presidencial. El gobierno tenía completamente olvidadas
estas preocupaciones, que no eran las suyas, y sólo vino a recordarlas cuando la
UDI --¡la UDI, el partido de la ultraderecha pinochetista!-anunció que estaba preparando
un proyecto para atender reparaciones a los familiares de detenidos desaparecidos, como
una manera de ponerle un punto final al problema. El campanazo (y el bochorno) para el
gobierno fue descomunal. Fue el aguijón que gatilló todo lo que ha venido después.
La Justicia todavía no llega pero la Verdad ha dado un gran paso. No en todos los
dominios, porque aunque la figura de Allende ha visto reverdecidos sus fueros, la
derecha buscar reponerse de su derrota, buscando al flanco del ataque no a la persona
sino a su gobierno, a la Unidad Popular. Su lema es hoy: el gobierno de la Unidad
Popular es el peor que ha tenido Chile en toda su historia. La consigna suele no ser
ineficaz, tanto que algunos beneméritos socialistas y del PPD --el ya mentado "eje
Progresista" de la Concertación--, aparecen de repente haciéndose eco de la
irresponsable afirmación. Un caso extremo es el de personajes como el ex comunista Luis
Guastavino, que se inculpó públicamente autoacusándose de corresponsable del golpe
militar. "todos fuimos culpables", dijo con aparatosa solemnidad. Es evidente que si
todos somos culpables, nadie en verdad lo es y nadie puede ser juzgado. La apoteosis de
la impunidad.
El que perdió, sí, definitivamente, la batalla del reconocimiento histórico, es
Pinochet. Este domingo, un diario reproduce una entrevista que concedió a un
estadounidense --soi-disant historiador-incondicional suyo, a comienzos del 2001.
Algunos de sus opiniones , que han escandalizado hasta a muchos de sus partidarios, lo
muestran como lo que es: un militar deshonesto, amoral, perverso y soez.
Algunos se preguntan si con lo que ha ocurrido estamos, hoy, más cerca que antes de la
reconciliación. Hay para esto una buena respuesta en las siguientes palabras del
sociólogo Tomás Moulián:
"La reconciliación no va a existir nunca. En primer lugar, la reconciliación es una mala
palabra, porque la reconciliación es la hermandad. Es decir, son dos hermanos separados
por una lucha, pero que reconocen su linaje común, que reconocen que la misma sangre
corre por sus venas y la misma sangre no corre por las venas de los pinochetistas y de
los antipinochetistas. El tema de la reconciliación es falso, está absolutamente mal
planteado. Lo que tenemos que hacer es aprender a vivir con tolerancia, pero por qué voy
a amar al torturador. No. Eso es una pura ilusión mística. Es una palabra del lenguaje
teológico desplazada al lenguaje político. Sí podemos decir que podemos vivir en paz,
por motivos prácticos y éticos, para no volver a repetir las carnicerías, las noches de
San Bartolomé... No soy hijo de un desaparecido ni tengo un desaparecido en mi familia,
pero no me reconcilio con los que mataron a los detenidos desaparecidos ni con los que
torturaron. No, no me reconcilio."

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