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Parálisis

Anonyme, Sunday, February 28, 2010 - 05:46

Juan Gelman

Por Juan Gelman

¿Washington en bancarrota? Es la palabra que utilizó el vicepresidente Joe Biden en una entrevista: “Actualmente, Washington está en bancarrota” (www.cbsnews.com, 17-2-10). ¿Estados Unidos inestable políticamente? Es lo que escuchó en bocas extranjeras, por primera vez en su vida, Thomas L. Friedman, tres veces premio Pulitzer de Periodismo, cuando cubría el Foro Económico de Davos (www.nytimes.com, 31-1-10). En el marco de ese barómetro económico global de primer nivel, un empresario norteamericano declaró a Friedman que todo el mundo le preguntaba sobre “la inestabilidad política en EE.UU., nos hemos convertido en algo impredecible para el mundo”.

Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, no evita el tono melodramático cuando se refiere al tema: “Siempre supimos que el reinado de EE.UU. como la nación más grande del mundo llegaría eventualmente a su fin. Pero la mayoría de nosotros pensamos que nuestra caída, cuando se produjera, sería algo imponente y trágico. En cambio, lo que conseguimos, más que una tragedia, es una farsa mortífera (...) En vez de reencarnar el ocaso y la caída de Roma, estamos repitiendo la disolución de la Polonia del siglo XVIII”. Hay más voces en este coro.

Un artículo del semanario The Economist titulado “Estudio de una parálisis” (www.economist.com, 18-2-10) subraya que crece y crece la idea de que EE.UU. es “ingobernable”, en buena medida por la imposibilidad de Barack Obama de que se aprueben las leyes más importantes que ha propuesto. A un año de haber ganado las elecciones apoyado por una clara mayoría y de controlar tanto la Cámara de Representantes como el Senado, el presidente Obama no logra que se apruebe su meta prioritaria, la reforma del sistema de salud. Otras incertidumbres planean sobre temas importantes como la reducción del déficit presupuestario, la cuestión energética y la reforma financiera. Para los críticos, el sistema bipartidista facilita obstrucciones de la oposición republicana y el Congreso actual, en particular el Senado, son los grandes paralizadores.

Krugman recuerda un antecedente histórico: en los siglos XVII y XVIII, el Sejm o Parlamento polaco, integrado por nobles, debía ajustarse al principio de unanimidad para aprobar disposiciones. El desacuerdo de uno solo de sus miembros impedía la promulgación de una ley, imperaba la ingobernabilidad, Prusia, Austria y Rusia absorbieron a Polonia en 1795 y su “inexistencia” se prolongó un siglo todavía. El Nobel ilustra el caso estadounidense con un ejemplo menor: el nombramiento de Martha Johnson como directora de la administración de servicios generales, un cargo no político, pudo ser frenado durante nueve meses por el senador republicano Richard Shelby que, a cambio de aprobarlo, exigía que el gobierno financiara un proyecto edilicio en Kansas City. Esto, desde luego, jamás desembocaría en la disgregación de EE.UU.

Estas críticas, fundamentadas o exageradas, tienen un olorcillo electoral: aunque los comicios intermedios están lejos –se llevarán a cabo en noviembre próximo–, el triunfo de un republicano para ocupar la banca senatorial vacía por el fallecimiento del prominente demócrata Ted Kennedy, nada menos, elegido diez veces consecutivas y que ejerció su senaduría durante 47 años, alarmó al gobierno de Obama. Por otra parte, según las encuestas de varias empresas realizadas el mes pasado, los republicanos avanzan y podrían ganar en algunos lugares hasta por márgenes del 14 por ciento (www.pollster.com, febrero 2010). Las dificultades de la Casa Blanca no radican en su presunta incapacidad para gobernar. El tema es para quién gobierna.

Los ejecutivos de los grandes bancos, que Obama salvó de la bancarrota concediéndoles la inabarcable cantidad de 787 miles de millones de dólares de dinero público, están satisfechos: Wall Street va mejor y ellos se autopremian con bonos millonarios. En tanto, una encuesta de Gallup estima que cerca de 30 millones de estadounidenses, un 20 por ciento de la fuerza de trabajo, están desocupados o apenas se defienden con empleos de medio tiempo. Gallup interrogó a más de 20.000 adultos del 2 al 31 de enero y el 23 de febrero dio a conocer los resultados que, entre otras cosas, muestran que estos ciudadanos gastan en compras para el hogar un 36 por ciento menos que los otros, los que sí tienen trabajo. Varios millones ni eso podrán hacer cuando venzan sus seguros de desempleo.

La verdadera parálisis estadounidense radica en esta incongruencia. Se aduce que los grandes intereses dificultan los planes de Obama, pero lo cierto es que la industria farmacéutica, por ejemplo, apoya sin vacilaciones la reforma sanitaria: tendrá decenas de millones de nuevos consumidores. Y sin embargo...



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