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Reformular la agenda del debate educativo y cultural argentinoAnonyme, Friday, December 26, 2008 - 12:26
Joaquin E. Meabe
Por Joaquín E. Meabe Para mi el acento debe ponerse en el marco de trivialidad que informa toda la inacción cultural y educativa del gobierno que nada ha dicho ni hecho sobre la educación y la ciencia, salvo dedicarse a financiar a sus amigos. El completo silencio acerca de los problemas educativos y culturales pone de maifiesti un vacío que provoca vértigo. El abandono de la educación ha sido completo en el gobierno y también en la oposición. Y ni que decir de la independencia educativa e intelectual. Tampoco el Congreso ha discutido nada acerca de la educación y la cultura y los intelectuales, en su mayoría lo mismo que los profesores, los investigadores y los eruditos parecen decididos a esconder la cabeza bajo la tierra como el evestruz. Algunos prefieren el bajo perfil para evitar el antagonismo y para preservar la posición alcanzada. Unos son amigos del gobierno y otros amigos de la oposición pero muy pocos parecen amigos del conjunto de la sociedad. Y no solo la escuela esta colapsada, también lo está la universidad y algo parecido pasa con los organismos de investigación; de manera que de nada sirve un ministerio de ciencia que solo hace política de parroquia y que en definitiva no es más que un ministerio del miedo y del silencio. Están, por cierto los que hablan de la cultura nacional, lo que además de pura palabrería en definitiva solo sirve para que en los momentos de urgencia permita reunir tropa intelectualoide adicta al gobierno que se pronuncie en solicitadas seguramente financiadas con fondos reservados. Resulta entonces que hasta las grandes palabras no parecen más que estuches vacíos. Hablar del antagonismo entre ciencia y tecnología en una sociedad que ni siquiera educa a lo más pequeños y que no ofrece alternativas ni atiende lo más elemental provoca una genuina indignación. Cuando no se ha discutido nada acerca de la educación y de la cultura polemizar acerca si se debe dar preferencia a la tecnología o a la ciencias naturales en detrimento de las ciencias sociales es pueril y perverso. Primero hay que ver cuales son los recursos materiales y humanos con los que cuenta nuestra sociedad. Esto ni siquiera ha sido objeto de atención y mucho menos de averiguación puntual. Tampoco se ha discutido como se asignan esos recursos y que relación tiene la disponibilidad de recursos humanos con las demandas sociales más urgentes. Cuando no hay hospitales ni contención social mínima hablar de nanotecnoligia por parte de los funcionarios responsables de la educación y de la ciencia resulta una burla cruel no solo a la gente sino a la misma nanotecnología. En fin, este es el acento que se impone. Lo otro, la diferencia entre las ciencias y las humanidades o entre la ciencia y la tecnología solo muestra de parte de los que la invocan su propia ignorancia, su mendacidad y su consecuente estupidez. Joaquín E. Meabe Y si somos teólogos, ¿qué? Después de los sucesivos y contundentes artículos de Atilio Boron y Norma Giarracca –aparecidos en este mismo medio– a propósito de las declaraciones imprudentes –¿o serán provocativas?– del ministro Barañao, parecería que queda poco y nada por decir. Sin embargo, quizás haya lugar para una imprudencia –¿o será una provocación?– más: imprudencia o provocación implícita (a decir verdad, bastante explícita) en nuestro título: y si en el límite los “humanistas” y “cientistas sociales” hiciéramos “teología”, ¿qué hay? Por supuesto: se usa “teología” de manera metafórica y peyorativa, sin pensar mucho en las connotaciones históricas del término (así como se dice de manera peyorativa que un enunciado es “retórico”, sin tomar en cuenta que la extraordinaria disciplina de la retórica, inventada en la Magna Grecia en el siglo V a. C., es lo que ha hecho posible, entre otras pavadas, que Occidente tenga una literatura, una filosofía, una poética, una ciencia jurídica). Pero descontamos que un ministro de Ciencia y Tecnología debe saber que durante siglos y siglos la teología –que por derecho propio tanto como ajeno pertenece a las llamadas “humanidades”– fue el campo privilegiado de los grandes debates filosófico-críticos (y también los “científicos”) de la Edad Media, y que en modo alguno tuvo solamente un significado “inútil” (aunque mucho habría que discutir, de todos modos, las ventajas de la “inutilidad” frente a las desventajas del instrumentalismo técnico-económico a las que alude Giarraca) ni necesariamente “reaccionario”; también cuando alguien quiere referirse a una discusión ociosa o inconducente dice que se está hablando del “sexo de los ángeles” o que es una controversia “bizantina”: pero pregúntele el señor ministro a un psicoanalista si el tema del sexo de los ángeles le parece un “desplazamiento” tan estúpido, o pregúntele a un historiador del arte o a un filólogo si la iconografía bizantina –-con la cual tan vinculada está aquella retórica idem– es algo verdaderamente tan ridículo como para que no merezca ser investigado. Así que no se apresure el señor ministro a burlarse tan ligeramente de la teología, de la retórica o del bizantinismo. Y todo ello para no mencionar que el señor ministro debe saber que –desde un punto de vista infinitamente más “empírico”– el Estado argentino sí está efectivamente financiando a la teología (esta vez sin metáforas), puesto que, por ejemplo, subsidia a la educación privada, mucha de ella religiosa y confesional, donde por lo tanto se enseña y se investiga mucha teología. Desde ya, y para insistir: todo lo anterior es sólo una pequeña provocación (“retórica”), apenas para decir que si lo que se ha querido introducir con todo esto es, una vez más (y van...), una recusación del pensamiento crítico –que es lo que fundamentalmente deberían practicar los “humanistas”, aunque no siempre lo hagan, mientras que sí lo hacen a su vez muchos “científicos”, claro que puestos en “humanistas”–, la única respuesta que cabe es: “¡Ufa! ¡Qué aburrimiento!”. Porque eso ya se ha intentado miles de veces, y qué se le va a hacer, no funciona: hay gente que se sigue interesando por la filosofía, la historia, las ciencias sociales, el arte, la literatura, la historia de las religiones ¡y hasta la teología! (puede haber, señor ministro, incluso presidentes/as que se interesan por esas cosas: por ejemplo, sin ir más lejos, la actual, que cerró un Congreso Mundial de Filosofía en San Juan con un discurso sobre... Hegel: ¿la incluye usted a ella en su diatriba sobre los “teólogos”?). Y la habrá siempre, con o sin financiamiento de organismos estatales. Es mejor, claro, que sea con: entonces se daría un pasito al menos para demostrar que nuestro Gobierno prefiere que los argentinos tengamos una cultura equilibrada entre el saber científico-técnico y el “humanístico”, que quiere que nuestros hijos y nietos tengan la libertad de elegir en las mismas condiciones cualquiera sea su “vocación”, que apuesta al desarrollo de un debate libre y todo lo crítico que sea necesario sobre la sociedad y la humanidad, y que hay un ministro que debe saber que –como lo señaló Boron en su artículo– la polémica entre las ciencias “nomotéticas” y las “ideográficas” ya es, después de un siglo y medio de discusión, completamente “teológica”, “retórica” y “bizantina”, ahora sí en el pleno sentido peyorativo (y vulgar) que aparentemente se insiste en darles a esos prestigiosos términos. Todo eso sería mejor. Y ya sería óptimo –y probablemente “utópico”, otra palabra hoy tan menospreciada– que ese financiamiento se otorgara sin ningún tipo de condicionamientos temáticos ni metodológicos que obligaran a los “humanistas” a ajustarse a grillas completamente absurdas (y habitualmente dictadas desde la lógica de los países “centrales” para sus propios objetivos), a formalismos “bizantinos” cuya mínima transgresión implica el riesgo de quedarse sin cobrar los malditos “incentivos” (que nunca debieron existir sino como desvío perverso para aquietar las quejas por, justamente, las miserias financieras y salariales), o a reciclar catorce veces el mismo paper para acumular puntitos en las revistas “indexadas”, algo que sí es totalmente ridículo en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, donde las mejores publicaciones de debate crítico no son necesariamente “indexadas” (y entre paréntesis, el señor ministro debe saber algo sobre el origen decididamente inquisitorial del latinazgo “Index”). Ahora bien –para que no vaya a creerse que lo anterior es una pura defensa corporativa–: si lo que se quiere decir con todo esto es que en su actual fase de “desarrollo” el país debe priorizar la investigación tecnológica, para beneficio de la industria nacional o incluso para beneficio de las grandes empresas transnacionales (¿y por qué escandalizarse, si así fuera? Finalmente, ningún funcionario ha dicho que vamos a salirnos del capitalismo), entonces discutamos eso. Pero hagámoslo claramente y de frente, sin trasnochadas especulaciones –usaremos una palabra de esas despreciables que hasta ahora no ha sido pronunciada–- metafísicas. *Sociólogo, ensayista, profesor de Teoría política y social (UBA).
Eduardo R. Saguier
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