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Respuesta a un contacto sobre la muerte de Juan Camilo Mouriño,Anonyme, Dimanche, Février 1, 2009 - 14:25 El texto que reproducimos a continuación constituye una respuesta de la fracción a un email de un nuevo simpatizante en México en el que nos pregunta nuestra apreciación sobre un acontecimiento que acababa de suscitar una fuerte campaña ideológica en este país. El documento, que rebasa ampliamente la pregunta del contacto, se basta a sí mismo y por ello no reproducimos el email inicial. Estimado compañero: Recibimos tu mensaje, en el que nos preguntas sobre cuál es nuestra “apreciación sobre el accidente de Mouriño”(1). Dado que hemos entrado en contacto contigo muy recientemente, y apenas empiezas a conocer nuestras posiciones, nos parece conveniente aprovechar la ocasión para contestar a tu pregunta exponiendo a la vez nuestro marco de análisis sobre la situación particular de México, en el contexto de la situación mundial actual. Sobre el suceso en sí de la caída del avión-jet en el que viajaba el Secretario de Gobernación, pensamos que no debemos detenernos en las especulaciones sobre si se trató de un accidente o de un atentado. El Estado capitalista, ha machacado estas semanas la versión de que se trató de un “accidente”, mediante una campaña ideológica que, entre más insistente se vuelve, más dudas despierta. Ya que el jet volaba en condiciones completamente normales, y que algo parecido a la “explicación” oficial nunca antes había ocurrido en los 50 años que tiene funcionando el aeropuerto de la Ciudad de México, resulta improbable que una “casualidad” tal le hubiera sucedido precisamente al político burgués más importante de México después del presidente. Para nosotros, la muerte de Mouriño obedece a un “ajuste de cuentas” entre fracciones rivales de la burguesía. Al contrario del show del “accidente” montado para la TV, estos “ajustes de cuentas” sí que son muy comunes en el interior de la clase burguesa de México (como, por lo demás, en la de todo el mundo). Basta echar un vistazo rápido a la historia moderna de México para ver cómo ésta se encuentra salpicada de episodios en los que una supuesta “casualidad” -en la modalidad de “asesino trastornado” que nadie sabe cómo burló la seguridad del funcionario, o de un “accidente mientras viajaba”- se encarga de modificar el tablero de las pugnas interburguesas. Desde los asesinatos de Carranza y Obregón a principios del siglo XX, hasta los más recientes de Colosio, Ruiz Massieu y el Cardenal Posadas (asesinado a balazos aunque, según la versión oficial, ¡“accidentalmente”!) o el “accidente” de Clouthier durante el tormentoso “periodo de transición” de Salinas de Gortari, y los “accidentes” de Aguilar Zínzer (el funcionario que se opuso a la guerra de Irak) o Martín Huerta durante el anterior sexenio de Fox. ¿Pero qué interés puede tener para la clase trabajadora dedicarle alguna atención a estos “ajustes de cuentas” en el interior de la clase burguesa? Ante todo, hay que ayudarle a salir de la trampa de la “información” de los medios de difusión que se enfocan en el drama y en las supuestas “pesquisas”, y cuyo único objetivo es desviar la atención de los trabajadores sobre las posibles causas y consecuencias de la remoción violenta de tal o cual alto funcionario. Debido a que este tipo de acontecimientos son acompañados de extensas campañas ideológicas en las que la exaltación de las supuestas “virtudes” del difunto y todo el carácter dramático de la situación son aprovechados para provocar la simpatía y el apoyo de los trabajadores hacia tal o cual fracción de la clase burguesa, todo ello disfrazado de “patriotismo”, para los revolucionarios es importante contrarrestar esas campañas ideológicas, denunciando los verdaderos intereses mezquinos y las sórdidas pugnas de los capitalistas que están detrás de esos sucesos que, al menos momentáneamente, los mismos sucesos dejan al descubierto, intereses capitalistas que son completamente antagónicos a los intereses de los trabajadores. ¿Cuáles son pues, para nosotros, las causas y consecuencias de que Mouriño haya sido puesto fuera del juego? Para contestarte esta pregunta, tenemos que volver antes sobre algunos aspectos de nuestra caracterización de las relaciones de la burguesía y la situación actual. Como clase, la burguesía está siempre unida contra el proletariado. Sin embargo, en su interior, por su propia naturaleza e intereses (obtener las mayores ganancias) la clase dominante se encuentra siempre, a la vez, dividida, compitiendo y luchando entre sí en todos los planos (económico, político, etc.); esa misma competencia y lucha le conduce a formar fracciones o grupos que se enfrentan entre sí(2). Evidentemente, las mayores divisiones son las de los países capitalistas: históricamente la burguesía se cohesionó alrededor de los Estados nacionales para defender sus intereses, (si bien en el interior de cada Estado existen también divisiones entre grupos con intereses aún más particulares). La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del país. Aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad. Este proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política. Territorios antes independientes, (…) se asocian y refunden en una nación única, bajo un Gobierno, una ley, un interés nacional de clase y una sola línea aduanera. (Manifiesto Comunista.- Cap. I.- Marx y Engels, 1847, negritas nuestras). La época actual, caracterizada por nosotros como la de la decadencia del capitalismo, encuentra aún al mundo no solamente dividido por las fronteras nacionales, sino en una lucha mortal y constante de todos contra todos entre los países capitalistas, por los mercados, las fuentes de materias primas, las zonas de influencia, las zonas estratégicas... lucha al frente de la cual se encuentran las grandes potencias, y a la cual arrastran a todos los demás. Hay que remarcar que esta lucha entre burguesías nacionales no es de “malas contra buenas”, de “imperialistas contra progresistas”, de “opresoras contra pueblos que luchan por su independencia”, etc., como lo pinta la ideología burguesa. Actualmente todas las burguesías nacionales, grandes y chicas, “desarrolladas” y “tercermundistas”, tienen el mismo carácter explotador, decadente, reaccionario e imperialista. La única diferencia es que unas son más fuertes que otras, por lo cual mantienen entre ellas relaciones de dominación, donde evidentemente las más poderosas subordinan y coaccionan a las más débiles, lo cual, sin embargo, no implica que por ello las más “débiles” sean más “progresistas”, o “menos explotadoras” que las más “fuertes”. Para la clase obrera es fundamental comprender este aspecto, ya que durante los últimos 100 años los trabajadores explotados han sido arrastrados a masacrarse entre sí en las guerras burguesas imperialistas -especialmente en la primera y segunda guerras mundiales-, precisamente detrás de la ideología de la “defensa de la nación” (ideología que actualmente toma modalidades como la de “guerra contra los estados terroristas” o “lucha de liberación contra el imperialismo”). No podemos, en el marco de esta carta, desarrollar más al respecto, y en otra ocasión podremos volver sobre este tema, citemos solamente a Rosa Luxemburg, uno de los revolucionarios que captó más nítida y profundamente los cambios del capitalismo de su fase de ascenso a la de su decadencia, a la luz de la primera guerra mundial: El imperialismo no es la creación de un estado o grupo de estados imperialistas. Es el producto de determinado grado de madurez en el proceso mundial del capitalismo, condición congénitamente internacional, una totalidad indivisible, que sólo se puede reconocer en todas sus relaciones y del que ninguna nación se puede apartar a voluntad. Solamente desde este punto de vista es posible comprender correctamente el problema de la “defensa nacional” en la guerra actual. El estado nacional, la unidad nacional y la independencia fueron el escudo ideológico bajo el cual se constituyeron las naciones capitalistas de Europa central en el siglo pasado. (...) El programa nacional podía desempeñar un papel histórico siempre que representara la expresión ideológica de una burguesía en ascenso, ávida de poder, hasta que ésta afirmara su dominación de clase en las grandes naciones del centro de Europa de uno u otro modo, y creara en su seno las herramientas y condiciones necesarias para su expansión. Desde entonces, el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa democrático burgués reemplazando el programa original de la burguesía en todas las naciones por la actividad expansionista sin miramientos hacia las relaciones nacionales. (...) Hoy la nación no es sino un manto que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate para las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se puede convencer a las masas de que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas. Esta tendencia general del capitalismo contemporáneo determina las políticas de los estados individuales como su ley suprema y ciega, así como las leyes de la competencia económica determinan las condiciones de producción del empresario individual. (La crisis de la socialdemocracia alemana o “Folleto de Junius”.- Cap. VII.- Rosa Luxemburg, 1915, negritas nuestras). ¿Cuál es en este marco la situación de la burguesía mexicana? A la burguesía mexicana le podemos aplicar aquel dicho popular de que su desgracia es estar “tan lejos de dios y tan cerca de los Estados Unidos”, pues, en efecto, la formación del Estado y el desarrollo capitalista de México ha estado determinado en gran parte por su frontera colindante con la de los Estados Unidos, el país que en el siglo XX se convirtió en la primera potencia imperialista mundial. Es cierto que la burguesía mexicana, a partir de mediados del siglo XIX, ha estado siempre ligada y subordinada a los intereses “expansionistas” de la burguesía estadounidense. Sin embargo, es necesario, al respecto, deshacer el mito ideológico histórico tejido por ella misma acerca de la existencia de una clase “nacionalista”, “antiimperialista” siempre en oposición a alguna fracción (o incluso sólo a algún déspota “traidor”) “vendida a los Estados Unidos”. Ciertamente, la burguesía mexicana tiene su propio interés de clase nacional, pero éste no está reñido, ni mucho menos con los convenios, alianzas, pactos de dominio o subordinación, … con otras burguesías nacionales, sobre los cuales los trabajadores se enteran sólo cuando empiezan a tener que cumplirlos con mayores sacrificios en sus condiciones de vida y trabajo. Especialmente, la burguesía mexicana ha tenido que aprender a acomodarse bajo la tutela de los Estados Unidos. Tomemos, como ejemplo para aclarar lo anterior, el mito, que se encuentra en los orígenes del Estado capitalista mexicano moderno, sobre el “benemérito” Benito Juárez, considerado por la historia oficial como el máximo nacionalista e independentista antinorteamericano. Incluso la actual izquierda del capital, con López Obrador a la cabeza, enarbola a Juárez como símbolo del “antiimperialismo”. Sin embargo, la historia oficial oculta el hecho de que el mantenimiento de su gobierno tuvo que apoyarse en más de una ocasión en la burguesía de aquél país. Es conocido, por mencionar un sólo caso, el “Tratado McLane-Ocampo”, mediante el cual el gobierno de Juárez cedía el Istmo de Tehuantepec(3) a los Estados Unidos para el libre paso de mercancías y tropas (de manera similar a lo que ocurriría con el Canal de Panamá), además de permitir el tránsito y el comercio estadounidense libre de impuestos, e incluso la invasión del ejército de Estados Unidos, en caso de que tuviera que “proteger” sus intereses. Aquél tratado no difiere en su esencia política, de los tratados firmados en años recientes entre la burguesía mexicana y la estadounidense (tales como el Tratado de Libre Comercio o el Plan Mérida) mediante los cuales Estados Unidos, por un lado, obtienen jugosas ventajas económicas, y por otro utilizan y controlan militarmente a México. Sin embargo, con esto no tratamos de “juzgar” a Benito Juárez, lo cual nos llevaría a volver a caer en el juego de los mitos ideológicos, sino solamente mostrar la posición en que ha vivido constantemente la burguesía mexicana. El ideólogo de la burguesía mexicana Justo Sierra expresa el callejón en que estaba metido Juárez: “El gobierno constitucional celebró otro contrato terrible: el tratado Mac Lane. Los Estados Unidos se disponían á intervenir en Méjico, y con motivo de la inseguridad de nuestro territorio el presidente Buchanan en su mensaje había consultado al Congreso la intervención armada para ayudar al gobierno constitucional (de Juárez). Con objeto sin duda de impedirlo, el gobierno que había estado hacía tiempo procurando encontrar recursos pecuniarios en los Estados Unidos, pero resuelto á evitar la intervención negoció por cuatro millones de pesos que en efectivo se reducían á dos, un convenio que cedía a la Unión norte americana tales franquicias en Tehuantepec y en una zona de la frontera del Norte, que equivalía al condominio, á la cesión de una parte de la soberanía de la República sobre el territorio nacional. (...)” (Justo Sierra, político e ideólogo mexicano de finales del siglo XIX y principios del XX). Lo que hay que entender es, pues, que históricamente la burguesía mexicana ha tenido que encuadrar su interés nacional de clase en el de la potencia vecina, mediante malabarismos, cediendo partes de su “soberanía” (comercio, territorio, etc.) para evitar ser aplastada completamente, viviendo subordinada a ella, pero a la vez acomodándose lo mejor posible bajo su “protección” (en el sentido que da la mafia a este concepto). Ahora bien, al mismo tiempo, la burguesía mexicana, ha buscado constantemente, como un medio para “equilibrar” o contrarrestar el dominio completo de los Estados Unidos, la apertura a otros capitales y potencias extranjeras, principalmente las europeas. Esto ha convertido a México, sobre todo en épocas históricas “críticas” (especialmente de guerras), una zona donde se han manifestado frecuentemente las rivalidades entre las grandes potencias imperialistas. A estas rivalidades corresponde también una cierta división en el interior de la burguesía nacional, pero no entre “nacionalistas” y “vendidos”, sino simplemente entre las fracciones que, por sus propios intereses, son más proclives o bien hacia los Estados Unidos, o bien hacia las potencias europeas (si bien éstas han sido mucho más débiles, sobre todo a partir del fin de la llamada “revolución mexicana”de 1910-17). En este sentido, podemos recordar, primeramente, que el fin de la guerra de independencia (en 1821) dejó intactas grandes áreas de influencia y dominio comercial, político e ideológico de España y la Iglesia romana, que sólo fueron retrocediendo a regañadientes ante el empuje de las nuevas potencias mundiales (primero Inglaterra y luego los Estados Unidos), pero que nunca cedieron del todo -al grado que, un siglo después, los terratenienetes y capitalistas ligados a España y al Vaticano todavía pudieron lanzar como carne de cañón a los campesinos del centro del país contra el gobierno de los generales “revolucionarios” que trataba de limitarles sus privilegios, durante la llamada “guerra de los cristeros” de 1926-29. Esta influencia no sólo se mantiene hasta la fecha, sino que incluso busca reforzarse: Ante los actuales patinazos de los Estados Unidos, España (y el Vaticano) están sirviendo desde hace varios años como una especie de punta de lanza para la entrada de capitales de la Unión Europea a México. Hay que recordar, asimismo, que la segunda mitad del siglo XIX corresponde, no sólo a la naciente expansión de los Estados Unidos, sino también al último impulso de expansión de las viejas potencias europeas, principalmente de Inglaterra, pero también de Francia y Alemania hacia México (y hacia toda América Latina). Es, hablando más ampliamente, el periodo de agudización de la competencia entre las potencias imperialistas por todo el mundo que, a final de cuentas, conduciría, en 1914, al estallido de la primera guerra generalizada por la repartición del globo. Este periodo, corresponde en México al de la dictadura de tres décadas de Porfirio Díaz, la cual, en el plano de las relaciones internacionales expresa nuevamente nítidamente el juego de “malabares” con las grandes potencias en el que ha tenido que mantenerse la burguesía nacional. Un alto funcionario del gobierno de Díaz, prominente ideólogo de la burguesía mexicana, expresaba así ante el ministro francés este juego: “No cabe duda de que no podemos responder a esta invasión [se refiere a la entrada de capitales estadounidenses] en forma extremista, ya que los Estados Unidos han contribuido al desarrollo de nuestro país y siguen haciéndolo, y contribuirán más en el futuro. Debemos mantener a tan poderoso vecino en un estado de ánimo favorable y evitar cualquier cosa que provoque su enemistad. Por otra parte, tenemos el derecho y también el deber de buscar en otras partes un contrapeso a la influencia continuamente creciente de nuestro poderoso vecino. Debemos volvernos hacia otros círculos, de los cuales podamos obtener apoyo en ciertas circunstancias, para preservar nuestra independencia industrial y comercial. Ese contrapeso sólo podremos encontrarlo en el capital europeo” (José López Portillo y Rojas(4), 1901. Citado por F. Katz en “La guerra secreta en México”. Negritas nuestras). Incluso el derrocamiento de Díaz obedece en buena parte -aparte de las fuerzas sociales internas-, al apoyo brindado inicialmente por los Estados Unidos a la fracción de los terratenientes-capitalistas del norte encabezados por Madero, al ver amenazados sus intereses ante la apertura de Díaz hacia los capitales europeos. Como lo señala el historiador Katz: “El régimen de Díaz no fue derrocado únicamente por las múltiples fuerzas cuya hostilidad suscitó dentro de México, sino también debido a las muy poderosas fuerzas cuya oposición despertó fuera del país: las de importantes grupos económicos en los Estados Unidos. En su esfuerzo por detener lo que llegó a considerar como una invasión de inversionistas norteamericanos, Díaz comenzó a volverse hacia las potencias europeas, invitándolas a invertir en su país y a desafiar en él la supremacía norteamericana. Cuando esta invitación fue atendida se convirtió en uno de los principales escenarios de la rivalidad europeo-norteamericana en América Latina.” (Friederich Katz. La guerra secreta en México, T. I. Negritas nuestras). En fin. No podemos en esta correspondencia recorrer toda la historia de las pugnas imperialistas y de las fracciones burguesas en México. Al finalizar la primera guerra mundial, los Estados Unidos aprovecharon el desgaste sufrido por las viejas potencias europeas, para expandirse mundialmente, y particularmente para “tomar posesión”, por decirlo así, de toda América Latina. Sin embargo, las potencias europeas conservaron aún fuerte influencia e intereses en América Latina, y ésta siguió siendo, incluso hasta la segunda guerra mundial, un terreno de pugnas entre las potencias europeas y los Estados Unidos, si bien estos últimos se volvieron predominantes, especialmente México que se convirtió en su “patio trasero”. Nos interesa recordar, sin embargo, el histórico caso de la “expropiación petrolera”. La versión oficial sobre la “nacionalización” del petróleo de 1938 es otro de los mitos cuidadosamente mantenidos por la burguesía mexicana, pues de hecho tras aquéllos acontecimientos logró arrastrar efectivamente a los obreros y campesinos pobres detrás de la defensa de los intereses capitalistas, no solamente haciéndoles aceptar enormes sacrificios para indemnizar a las compañías petroleras (particularmente los obreros petroleros tuvieron que aceptar aún más duras condiciones de trabajo, la imposición de un sindicato estatal y la prohibición de hacer huelga), sino en general como un paso previo de la burguesía mexicana para convertir al país en proveedor de materias primas (petróleo, alimentos, algodón...) para los Estados Unidos con miras a la segunda guerra imperialista mundial. Según el mito ideológico, con aquél acontecimiento el petróleo se convirtió en “propiedad de todos los mexicanos”. Sin embargo, como lo ha señalado siempre el marxismo, la nacionalización de una industria en el capitalismo no significa que ésta se convierta en “propiedad de toda la sociedad”, sino que simplemente es ahora administrada por el Estado capitalista en provecho del conjunto de la clase capitalista; en tanto los obreros de esas industrias siguen siendo obreros asalariados, explotados por el capital. Pero además, la expropiación de 1938 ni siquiera significó la “independencia” de la industria petrolera de México, sino solamente el fin de la dominación del capital inglés, que hasta entonces seguía manteniéndose, para quedar a partir de entonces subordinada al capital... estadounidense. Frente a la borrachera nacionalista que se desató con la expropiación petrolera (y que hasta la fecha la sigue alimentando, especialmente la izquierda del capital), solamente un pequeño grupo político, perteneciente a la Izquierda comunista internacional, el Grupo de Trabajadores Marxistas, denunció toda esta situación: Hoy como ayer recibe el petróleo de México, con la diferencia de que lo compran al gobierno mexicano en vez de comprarlo a las compañías petroleras. Los precios son los mismos, el petróleo es el mismo y el futuro se encargará de demostrarlo en breve, las compañías seguirán siendo las mismas en lo que se refiere a su procedencia americana...” (El carácter reaccionario de las nacionalizaciones en la fase imperialista del capitalismo. Grupo de Trabajadores Marxistas, Comunismo Nº 1, 1938. Reproducido en el folleto: Textos del GTM, FICCI, 2008). Esta situación perdura hasta nuestros días. Luego de varias décadas en que la producción petrolera de México disminuyó (hasta convertirse en importador de petróleo) el descubrimiento del yacimiento de Cantarell volvió a hacer de México un país exportador importante a partir de la segunda mitad de los años 1970; sin embargo la burguesía mexicana no desarrolló la industria de refinación (producción de gasolina y demás derivados), sino que alegremente se dedicó a usufructuar las ganancias por la exportación de crudo, principalmente hacia... los Estados Unidos. Pero, además, al cambiar la situación internacional a principios de ésta década (derrumbe de las Torres Gemelas en 2001), el petróleo de México se ha convertido en una prioridad estratégica para los Estados Unidos. En efecto. Después del derrumbe del bloque imperialista del Este, el desmembramiento de la antigua URSS, y la consiguiente extinción del juego de bloques imperialistas que había resultado de la segunda guerra mundial, los Estados Unidos quedaron como la primera potencia mundial indisputada, como “policía del mundo” en una situación en que los conflictos imperialistas no desaparecieron, sino que tomaron un cariz convulso (o “caótico”, como decíamos en la CCI) durante más de una década. Sin embargo, a la vuelta del nuevo milenio, el rechazo de las otras grandes potencias (Alemania principalmente, así como Francia, Rusia, y otras) a seguir detrás de las aventuras guerreras estadounidenses para imponer su “orden”, en el contexto de la crisis crónica del capitalismo, marcó nuevamente un cambio en la situación internacional: el inicio de una nueva marcha de la burguesía mundial hacia una tercera conflagración generalizada, como medio de un nuevo ajuste de cuentas, de una nueva repartición del globo. En estas condiciones, el control de las fuentes de materias primas y sobre todo de energéticos, adquieren más allá de su importancia comercial, una importancia estratégica-militar. Estados Unidos, el mayor consumidor de petróleo, no es autosuficiente, sino que, por el contrario, es el primer importador de petróleo del mundo. Y es interesante notar de dónde provienen estas importaciones: en primer lugar de los países árabes de Medio Oriente, es decir, de la región más “caliente” del globo en cuanto a conflictos imperialistas y lucha entre las grandes potencias, una región en la que los Estados Unidos mantienen su supremacía cada vez con mayores dificultades; en segundo lugar, de ... Venezuela, un país que abiertamente se ha pasado del lado ruso y que tiende a desafiar cada vez más a los Estados Unidos; y, finalmente, de Canadá y de México, que en realidad son, por tanto, las fuentes más seguras de petróleo (tanto por su colindancia, como por el carácter de países “amigos”) que poseen los Estados Unidos, en la actualidad y para el futuro. Para darte una idea del entrelazamiento de México con Estados Unidos en relación al petróleo podemos decir5 que México ha producido, durante los últimos años, unos 2,500 millones de barriles de petróleo diariamente. De estos, más de la mitad, unos 1,500 millones, se destinan a la exportación (el resto se procesa en las 6 viejas refinerías de México, para consumo interno). Pues bien, si ya en 1985 el 50% iba a parar a los Estados Unidos (el otro 50% a Europa y Asia), en los últimos años es el 80% de la exportación de crudo mexicano el que se destina a los Estados Unidos. La producción de petróleo mexicano está controlado, pues, por el capital estadounidense -sin contar que, además, posteriormente le revende a México una quinta parte de ese mismo petróleo, en forma de gasolina y derivados, (50% del consumo de gasolina y derivados de México proviene actualmente de los Estados Unidos). Como ves, los chillidos de López Obrador y de toda la izquierda del capital, acerca de que “Calderón quiere entregar el petróleo mexicano a los Estados Unidos” es otro mito: No solamente desde la época de Cárdenas Estados Unidos tiene el control exclusivo del petróleo de México, sino que además, en la última década México se ha convertido en una fuente estratégica de petróleo para los Estados Unidos. ¿Cuál es, entonces, el significado de la actual “reforma energética” de Calderón? En los años más recientes, la producción de petróleo en México tiende a disminuir. Oficialmente se dice que el yacimiento de Cantarell se está agotando; algunos dicen que se trata de una disminución provocada para acelerar la reforma. Lo cierto es que la reforma de Calderón busca busca abrir la inversión de capitales privados (“extranjeros”) en la exploración y explotación de las famosas “aguas profundas” del Golfo de México. Sin embargo, el proyecto de la burguesía mexicana debe acomodarse, una vez más, a los intereses de los Estados Unidos, quienes, precisamente se han lanzado a la pugna por el control de las fuentes de petróleo a escala mundial, lo que incluye en primer lugar el control de su propia área geográfica, es decir, precisamente del Golfo de México. Como decíamos hace unos meses: En los últimos años las pugnas imperialistas por el control del petróleo y el gas a escala planetaria han vuelto crítica para la primera potencia la seguridad del suministro de petróleo y gas provenientes de México y la región andina (Venezuela, Bolivia...), así como el control de los yacimientos en “aguas profundas” tanto del Golfo de México como de los recientemente descubiertos en aguas de Brasil. Pero es en este aspecto precisamente en el que los Estados Unidos tienen que actuar con la mayor firmeza y cuidado para mantener su hegemonía en la región. Por un lado, el proyecto de “reforma energética” que promueve el actual gobierno mexicano para quebrar el monopolio de producción de la estatal Pemex se ha convertido en un asunto de “seguridad nacional” para la burguesía estadounidense, pues debe garantizar el control completo del flujo de petróleo hacia los Estados Unidos y evitar por tanto la entrada de empresas de países potencial o declaradamente enemigos, como España o Rusia. Por otro lado, los Estados Unidos deben lidiar también con las pretensiones imperialistas regionales de un país como Brasil que ha declarado la estatización de la extracción de petróleo en “aguas profundas”. Y, finalmente, los Estados Unidos tienen que enfrentar la oposición abierta del gobierno de Venezuela el cual en el curso de los últimos años se ha convertido en el principal foco de impugnación y de polarización de diversas burguesías nacionales (Bolivia, Ecuador, Nicaragua...) contra los Estados Unidos. (Boletín de la Fracción Nº 44, septiembre 2008; negritas nuestras). El problema -para los Estados Unidos- es que, la reforma, al resquebrajar el monopolio de Pemex sobre la extracción, abre la puerta -via la competencia por los contratos- no sólo a las compañias estadounidenses (que de hecho ya controlan el petróleo mexicano), sino también a las compañías petroleras de otras potencias, como la Repsol española o las grandes compañías rusas, que de hecho han estado penetrando ya en los últimos años en América Latina; potencias que cada vez más expresan intereses diferentes -por no decir antagónicos- a los de los Estados Unidos. A lo anterior se suma no sólo la subsistencia, sino un cierto fortalecimiento -con la llegada del PAN a la presidencia-, de los restos de las viejas fracciones “proeuropeas” de la burguesía nacional, a las que se sumaron capitales abiertamente proeuropeos más “frescos”, sobre todo de origen español. Esta situación no es, por supuesto, producto de un “viraje” del conjunto de la burguesía mexicana, sino de los trastocamientos de las relaciones imperialistas: recordemos que fue Salinas de Gortari, a finales de los 1980, quien impulsó la liquidación del régimen de partido único (el PRI) en el poder y el establecimiento de un régimen de “alternancia” de partidos; para ello fue necesario reforzar y renovar al PAN (el viejo partido de derecha donde estaban enquistadas las fracciones ligadas al Vaticano) con una hornada de empresarios “jóvenes”. Los Estados Unidos vieron con buenos ojos este cambio, como medio de fortalecimiento del Estado capitalista mexicano, mientras que el problema del acceso al gobierno de algunos “proeuropeos” no era un elemento preocupante, en la medida en que en esos años Europa aún marchaba detrás de los Estados Unidos. Sin embargo, la cosa cambió radicalmente a partir de 2001, cuando las grandes potencias europeas encabezadas por Alemania y Francia se deslindaron de Estados Unidos ante la segunda guerra de Irak, marcando la existencia de una oposición creciente a su hegemonía. En el caso de México, la situación se tensó aún más cuando el nuevo gobierno de Zapatero decidió también retirar las tropas españolas de Irak; a partir de entonces la influencia europea en México se convierte en “una piedra en el zapato” para los Estados Unidos, y ello tanto más en la medida en que ésta influencia busca extenderse cada vez más por América Latina. Evidentemente, las fracciones mexicanas “proeuropeas” no tienen, ni mucho menos, la fuerza suficiente como para hacer volcar los intereses del conjunto de la burguesía mexicana contra los Estados Unidos (algo que, en cambio, sí puede suceder en otros países, incluso de América Latina). Sin embargo, la existencia de estas fracciones puede ser aprovechada por las potencias antagónicas a los EUA, para al menos distraer, desestabilizar, debilitar, a estos últimos hasta donde sea posible, y esto en “su propio patio trasero” (algo que, por lo demás, no es la primera vez que intentan las potencias europeas en México). Y, así, en las actuales condiciones de agudización de las tensiones y pugnas imperialistas a nivel mundial, en las que la burguesía mexicana se halla atada a los intereses y al destino de la burguesía estadounidense, el gobierno de Calderón atraviesa, en cierto modo, por el viejo dilema de la burguesía nacional, según el cual, como decía López Portillo y Rojas: “Debe mantener a tan poderoso vecino en un estado de ánimo favorable y evitar cualquier cosa que provoque su enemistad, pero a la vez intentar buscar en otras partes un contrapeso a su influencia continuamente creciente.” Evidentemente, la llegada de Calderón a la presidencia no sólo tuvo el aval de los Estados Unidos, sino que el mismo Calderón ha mostrado su inclinación hacia la primera potencia mundial. Sin embargo, es significativo que el ascenso de Calderón ha sido a la vez acompañado por una apertura creciente hacia los capitales europeos, principalmente españoles. Y, precisamente, en la última década el principal vocero y representante en el gobierno de esos capitales españoles y europeos ha sido -o más bien “fué”-... Juan Camilo Mouriño. Es sabido que entre Calderón y Mouriño se estableció una alianza (Calderón habla de una “amistad personal”) desde el 2000, cuando el PAN (con Fox) llegó a la presidencia. Como coordinador del grupo parlamentario del PAN, Calderón nombró a Mouriño encargado de la comisión de energía6. Desde allí, y aprovechando las reformas impulsadas desde los tiempos de Salinas para permitir la inversión privada -sobre todo de empresas extranjeras- en el sector energético (que supuestamente debería ser monopolio estatal) Mouriño logró el otorgamiento de muchos contratos (en electricidad, gas, etc.) a diversas empresas no estadounidenses, y especialmente a las españolas (tales como Unión Fenosa, Iberdrola o GPA Energy). Tiempo después, Mouriño se convirtió en el principal colaborador de Calderón, cuando éste ascendió a la secretaría de energía, logrando, por ejemplo, en 2004, la asignación de uno de los más jugosos contratos del sexenio de Fox para la “joya de la corona” española: Repsol, como principal empresa encargada de la exploración de la Cuenca de Burgos (50,000 km2 en el noreste de México), el yacimiento de gas natural más rico descubierto en México; un contrato de 20 años por el cual la Repsol obtendrá más de 2,000 millones de dólares. Finalmente, al ser nombrado Calderón presidente de México, Mouriño también llegó a la cumbre de su carrera cuando su amigo le concedió la Secretaría de Gobernación.7 Desde este puesto, y a la vez interviniendo en asuntos que formalmente íban más allá de sus funciones (relaciones exteriores y energía) Mouriño impulsó una política que, poco a poco, empezó a “incomodar” a la burguesía estadounidense, y a las fracciones predominantes de México, ligadas a los Estados Unidos. Por otra parte, fue Mouriño también quien, posteriormente, durante la preparación de la “Iniciativa Mérida”, mediante la cual Estados Unidos incrementaría su “ayuda”, es decir, su intervención militar en México, declaró como “inaceptable” la cláusula que daba derecho de supervisión al gobierno estadounidense sobre la policía y ejército mexicanos. Pero sobre todo, fue la injerencia de Mouriño en la reforma energética lo que, al parecer terminó por convertirlo en un obstáculo serio para los intereses del conjunto de la burguesía nacional, alineada con los Estados Unidos; pues era claro que Mouriño buscaría favorecer la “apertura” del Golfo de México no sólo a los estadounidenses sino también a otras potencias que no eran necesariamente “amigas” de los Estados Unidos, de manera análoga a como lo había hecho en la electricidad y el gas. Durante meses, mediante la “filtración” de información “confidencial” a los medios de comunicación, de la que se hizo vocero sobre todo la izquierda del capital con López Obrador, Mouriño fue presionado para renunciar a su cargo: Primero, “se descubrió” que no era mexicano, sino español, por lo que no estaría habilitado para ocupar cargos de importancia nacional; después “se descubrió” que años antes desde sus cargos de gobierno había facilitado ilícitamente el enriquecimiento de su familia en el sector energético; y, finalmente “se descubrió” que su padre se había enriquecido también mediante operaciones fraudulentas y de blanqueado de dinero. Debido a que, a pesar de la presión recibida sobre su gobierno ocasionada por Mouriño, Calderón, o bien lo seguía sosteniendo lealmente, o bien no tenía la fuerza para relevarlo, los días anteriores al “avionazo”, los medios de difusión daban versiones completamente contrarias acerca del destino de Mouriño: mientras algunos auguraban que a lo sumo se mantendría en el cargo hasta a finales de año, otros por el contrario lo veían como el próximo candidato a la presidencia del país nombrado por Calderón. Unos días después de aprobada la reforma energética, toda esta situación de tensiones terminó de un sólo tajo ... con el “avionazo” y la muerte de Mouriño. Es evidente que los capitales europeos (sobre todo españoles) y las fracciones de la burguesía nacional ligadas a ellos han sufrido un duro revés. Asimismo, el gobierno de Calderón ha recibido un severo aviso acerca de que debe ser más “disciplinado”, de que debe terminar con cualquier veleidad de “apertura” hacia las potencias y países menores “no amigos” de los Estados Unidos.8 Durante su funeral, y frente a la crema y nata de la burguesía mexicana, Calderón elevó a su amigo al rango de mártir cristiano y héroe nacional. Sin embargo, como vemos, la muerte de Mouriño obedeció a causas más terrenales, mezquinas y siniestras: la pugna mortal entre las diferentes fracciones del capital por la conservación de sus ganancias, privilegios y poder. ¿Cuál debe ser la posición del proletariado? Ante todo, no dejarse arrastrar tras las campañas ideológicas de ninguna de las fracciones del capital que buscan arrastrarle tras de sí, ni de “izquierda” ni de “derecha”, ni “amiga de los Estados Unidos”, ni “antiamericana”. Por ejemplo, hoy algunos grupos izquierdistas hacen mucha alharaca sobre la política de Chávez que, al oponerse a los Estados Unidos, se pinta como “antiimperialista” y hasta “revolucionaria” o “socialista”. En realidad, los Chávez o Castro, Lula o Evo Morales, defienden intereses igualmente capitalistas e imperialistas, aunque elijan ponerse a la sombra de una potencia antagónica a los Estados Unidos. Ante la agudización de las tensiones, pugnas y guerras imperialistas, en las que aparecen al frente las grandes potencias arrastrando a las burguesías nacionales de todo el mundo, lo fundamental para el proletariado es, como decimos nosotros, mantenerse en su terreno de clase, es decir, mantener su lucha independiente, en defensa de sus propios intereses de clase, tanto inmediatos como históricos, contra la explotación capitalista. La Fracción, diciembre de 2008. Notas: Boletín Comunista 45 - FICCI |
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