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VENEZUELA:TERROR A QUE EL POBRE VOTE.

COJITE, Mercredi, Juin 23, 2004 - 14:37

Por Mari Pili Hernández.

Durante décadas, sacar una cédula en este país era prácticamente una misión imposible. Había que llegar a la oficina de un funcionario mal educado antes de la salida del alba, hacer una cola kilométrica, aguantando sol, frío, lluvia y malos olores, para poder obtener un numerito y contar con la suerte de no quedar fuera de la repartición. Luego, esperar por horas para que se dignaran a atender a los afortunados que habían obtenido el numerito y total para que, una vez que se había cumplido el procedimiento, la persona lo único que recibiera fuera un comprobante, el cual generalmente debía ser renovado cada tres meses, ya que cuando la persona se dirigía a buscar su cédula laminada le decían que la misma no estaba lista por falta de material. Claro, todos estos pasos podían obviarse si el individuo contaba con recursos económicos como para poder sobornar a cualquier funcionario de la DIEX para que le “agilizara

Este hecho, que parece un simple problema burocrático tercermundista, ha traído la terrible consecuencia de que las personas humildes, por décadas, no tuvieran identificación, no pudieran ser inscritas en el Seguro Social, en el INCE o ser sujetos de cualquier otro beneficio social en caso de conseguir un trabajo. Pero, además, tampoco podían inscribirse en el Registro Electoral y, en consecuencia, no podían ejercer el derecho consagrado en la Constitución, de expresar su opinión en el juego democrático a través del voto.

También sucedía que personas que habían obtenido su cédula desde hacía mucho tiempo y que incluso se habían inscrito en el REP, posiblemente haciendo un inmenso esfuerzo pero motivados por ser la primera vez que tenían la oportunidad de votar, luego, con el paso de los años y a consecuencia de las dificultades para poder renovar la cédula o actualizar los datos en el Registro Electoral, dejaran la cosa de ese tamaño y formaran parte, entonces, de ese más de 40% de abstencionismo crónico que se ha evidenciado en las elecciones venezolanas desde hace décadas.

Lo gracioso es que aquellos que viven desgarrándose las vestiduras ante los medios de comunicación con un discurso hipócrita de defensa de la democracia, sean los mismos que ahora usen cualquier argumento para descalificar el proceso de cedulación que ha implementado la DIEX y a través del cual los venezolanos pueden obtener su documento de identidad en 20 minutos.

El tiempo no es el único beneficio que tiene este sistema. No se trata sólo de poder sacar la cédula en pocos minutos, además está la ventaja de que los funcionarios de la DIEX se trasladan, con todo su equipo y materiales, a los lugares de más difícil acceso, donde vive mucha gente que nunca o casi nunca tuvieron la oportunidad de tener una cédula. Todo esto dentro del marco del operativo de la Misión Identidad.

Y es que el tema del derecho a la identidad que tiene cada uno de los venezolanos se tuvo que convertir en una Misión, así como la Misión Barrio a Dentro, que busca llevar salud a los más necesitados o la Misión Robinson, que trata de erradicar el analfabetismo.

La gente que vive en los sectores humildes de nuestro país ha sido excluida, durante décadas, de la salud, de la educación, de la posibilidad de tener una vivienda digna, de la recreación sana y en familia, pero además han sido excluidos de la democracia, porque ni siquiera tenían derecho a la identidad.

Todo el escándalo que los grupos opositores han tratado de formar alrededor del tema de los operativos de cedulación, tiene un triste telón de fondo. El problema es que les da miedo que los pobres se sientan ciudadanos, sujetos con deberes y derechos, entre ellos, el de votar y expresar a través del sufragio cuál es su opinión electoral.

Y es lógico que les dé miedo que los pobres voten porque, aunque no lo reconozcan, los mismos que militan en las filas opositoras saben que el único gobierno de la democracia que se ha ocupado realmente de resolver los graves problemas estructurales de la gente más humilde del país ha sido el que lidera Chávez.

Este pánico que les produce el ejercicio democrático de aquellos que viven en los sectores populares se expresa también en la manera cómo, durante años, se dividieron los centros de votación organizados por el antiguo Consejo Supremo Electoral. Un mapa lamentable, que hemos heredado hasta nuestros días, y que es el mismo con el que actualmente trabaja el Consejo Nacional Electoral, pero que debe, en honor a nuestra Constitución y a la democracia, ser cambiado de inmediato.

No puede ser que la gente de clase media de nuestro país cuente con más de 20 centros de votación en zonas cercanas a su residencia, mientras que en los barrios humildes, a duras penas se consiguen uno o dos centros, generalmente en zonas de difícil acceso, por lo que las personas tienen que hacer un gran esfuerzo para llegar hasta allá. Tampoco puede ser posible que haya centros de votación donde los que van a sufragar sean unas 500 personas, mientras que, a pocos kilómetros de ahí, en el barrio más cercano, existen centros de votación donde los electores ascienden a 5000. Es evidente que esto es discriminatorio, pues las colas que se puedan formar en esos centros será mucho mayor, y en consecuencia, el acto de votar será más difícil, produciendo así mayor posibilidad de abstención.

Es obvio que un sistema con esta características está diseñado para que el pueblo pobre no vote, o por lo menos para que le cueste mucho más hacerlo.

Lo que está en el fondo de toda esta estructura es el desprecio por la gente humilde, el creerlos inferiores o ciudadanos de segunda categoría. Así no se puede hacer política, ni hablar de democracia.

Me dan pena los políticos que creen que hacer política es declarar por televisión o montarse en una tarima a dar undiscurso, pero que no se sientan a conversar con la gente y a conocer cuáles son sus verdaderos problemas. La política de verdad, no está detrás de la computadora de la oficina, ni del celular, ni viaja por internet.

Siempre le digo a mis amigos, especialmente a los de clase media, que la única manera real de hacer política es en la calle, abrazando a la gente y bañándose de sus olores. Hay quienes se acercan a los humildes, pero con un pañuelo en la nariz. Y son ellos los que realmente pierden, porque el pueblo huele rico, a café recién colado, a sudor de trabajo, a jabón de panela, y sobre todo a solidaridad y a cariño.



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