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Comunicado sobre la epidemia en México y la probable pandemia mundial

Anonyme, Dimanche, Mai 10, 2009 - 09:35

La influenza porcina:
Otro producto de la insaciable sed de ganancias y la barbarie capitalistas

El pasado jueves 23 de abril el gobierno de México hizo pública la existencia de un brote, en la Ciudad de México y su zona metropolitana, de una epidemia provocada, según dijo, por una “nueva” enfermedad, llamada originalmente influenza porcina, la cual tenía como causa el contagio entre personas de un virus nombrado A-H1N1. Este virus produce síntomas parecidos al de otros tipos de influenza, aunque más severos y, sin un pronto tratamiento, la persona afectada puede morir por neumonía en unos cuantos días.

El gobierno mexicano inició en ese momento una “campaña sanitaria” para, supuestamente, evitar la extensión de la epidemia, basada en medidas higiénicas básicas y en la progresiva suspensión de actividades públicas (comenzando por las escuelas de todos los niveles y posteriormente cines, actos deportivos, restaurantes, etc.). Sin embargo, en los días siguientes se reportaron cada vez más casos de esta influenza porcina, incluso en otras regiones, hasta abarcar todo el país. Según las estadísticas oficiales, en la primera semana se habían reportado ya más de 2,000, y más de 150 muertos. Posteriormente, con el pretexto de que se estaban haciendo pruebas de laboratorios más confiables, el conteo fue reiniciado y volvió a comenzar a partir de unos 100 casos y unas 10 muertes “confirmadas”; tomando en cuenta, además, que la epidemia debe haber comenzado antes de la declaración oficial (lo que se prueba por los reportes, desde meses, antes de “neumonías atípicas”), es evidente que el gobierno trata de subestimar el daño real causado sobre la población por la epidemia. Esta manipulación estadística contrasta, sin embargo, con la aplicación de medidas cada vez más restrictivas para el movimiento de la población (como la extensión de la suspensión de escuelas en todo el país, y el cierre de diversas oficinas gubernamentales) y el aviso del gobierno de que está adquiriendo laboratorios adecuados, más medicamentos antivirales, aparatos detectores de temperatura para los aeropuertos, todo lo cual indica la extensión de la epidemia, sin contar que incluso el gobierno reconoce que los decesos continúan, aunque la información estadística oficial se vuelve, a propósito, cada vez más confusa.

En el plano internacional, se vive también una situación de dispersión de la “nueva” enfermedad. En una semana, en los Estados Unidos, de unos cuantos casos aislados se ha pasado a un ciento de casos confirmados, con algunos focos agudos como California y Nueva York. Asimismo, cada vez más países están reportando la aparición de casos tales como España, Gran Bretaña, Nueva Zelanda, Israel... Muchos países han empezado a tomar medidas de todo tipo para “evitar la entrada” del virus -desde la suspensión de vuelos a México, controles sanitarios especiales a viajeros provenientes de México y Estados Unidos, recomendaciones de no viajar a México, hasta el sacrificio de cerdos. Todo esto ha llevado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a elevar -en una semana- su nivel de “alerta de pandemia” de 3 a 5 (en una escala de 6); así que que dicho organismo está a punto de decretar “oficialmente” la existencia de una pandemia, esto es, la diseminación de la enfermedad a escala mundial.

La instauración de un “semiestado” de excepción en México

Un primer aspecto importante que debemos denunciar, sobre la situación que se vive particularmente en México ante la actual epidemia, es el de la intensificación por parte del Estado capitalista, de sus mecanismos de control político-ideológico de corte totalitario. Esta situación comienza con la declaración de “emergencia sanitaria”, hecha de manera sorpresiva, a las 11 de la noche, y que provocó al día siguiente una enorme confusión, temor y paralización entre la población trabajadora. El primer paso del gobierno fue, pues, anticipar y evitar cualquier tipo de acción o intento de organización más o menos espontánea de los trabajadores para enfrentar la emergencia (a través de reuniones de padres en las escuelas, iniciativas provenientes de los estudiantes universitarios o de organizaciones “civiles”, o incluso de las instituciones o escuelas de medicina, como ocurrió, por ejemplo, en el terremoto de 1985). La propaganda oficial no solamente enfatiza la necesidad de de no viajar, de evitar el saludo de mano, de mantenerse con tapabocas y, sobre todo, la reclusión en las casas, -todo lo cual ha creado un ambiente de desconfianza mutua entre los trabajadores-, sino que además el gobierno ha aprovechado la situación para sacar nuevamente al ejército y la marina (¡sic!) a la calle con el pretexto de “repartir tapabocas”. Sin mencionar que muchas empresas han aprovechado la situación para descontar parcial o totalmente el salario, o dar vacaciones forzadas, a los trabajadores obligados a suspender su labor.

Junto a la suspensión de actividades públicas, se ha decretado también la suspensión de cualquier acto político, incluso la manifestación del 1° de mayo. De esta manera, la situación ha servido al Estado para llevar a cabo un ensayo de instauración de un “semiestado” de excepción, -algo con lo cual el actual presidente del país sueña desde que asumió el cargo- durante el cual, a la vez que los medios de difusión propagan el temor y la desconfianza entre la población trabajadora, el Estado aparece como el único organismo capaz de dar cohesión a la sociedad, como el único recurso existente detrás del cual deben alinearse los trabajadores para intentar solucionar sus problemas. Aunado a lo anterior destaca el control por el Estado tanto de la información sobre la situación, como de los medios de difusión, especialmente de la televisión, en la que la propaganda gubernamental se ha vuelto permanente, mediante noticieros, programas especiales, cortes informativos, conferencias de prensa; y en la que las voces de protesta son ahogadas en la burla y la censura oficiales.

Esta situación ha sido acompañada de una incisiva y creciente campaña ideológica orquestada no sólo por el gobierno de México, sino por los gobiernos de todo el mundo, junto con la OMS, la cual persigue dos objetivos relacionados: El primero, es convencer a los trabajadores de que “su gobierno” -el Estado capitalista- hace todo lo posible por el bienestar de la población y se preocupa prioritariamente por la salud de los trabajadores, sin importar su estrato social. De lo que se trata, ante todo, es de que no aparezca a la luz del día el hecho de que la función del Estado actual -de todos los gobiernos- no es garantizar el “bienestar de la población”, sino el mantenimiento de las condiciones de explotación de los trabajadores asalariados, y como consecuencia, que los “sistemas de salud” no tienen como principio de funcionamiento la cacareada “prioridad de la salud de los trabajadores”, sino el del llamado “costo-beneficio”, por el cual es el frío cálculo monetario de pérdidas y ganancias el que determina el mantenimiento de una cantidad de fuerza de trabajo, de acuerdo a los requerimientos de la producción capitalista, y por tanto una determinada “inversión” en salubridad, la cual, por cierto tiende a disminuir drásticamente precisamente en épocas de crisis. De allí que en el capitalismo no exista una verdadera “prevención” o “preparación” para atender a los trabajadores en casos de desastres o epidemias; mucho menos en los países de la “periferia”; mucho menos en la actual época de crisis económica en que vivimos.

El segundo objetivo de esta campaña, es convencer a los trabajadores de que la actual influenza porcina (al igual que otras epidemias semejantes, surgidas en las décadas más recientes, como el SARS o la gripe aviar) son meros productos casuales de la naturaleza, y por tanto imposibles de prever y evitar, por lo cual solamente se pueden tratar una vez que han surgido. Con esto, de lo que se trata es de ocultar el verdadero origen de estas nuevas enfermedades: el sistema de producción capitalista mismo, el cual tiene como objetivo fundamental la creación y acumulación de ganancias para un reducido número de capitalistas, y no la satisfacción de las necesidades de toda la comunidad de trabajadores. Este objetivo conlleva de forma inherente la existencia de condiciones de producción tales que no toman en cuenta los riesgos para los trabajadores, ni la destrucción o contaminación de los recursos naturales y -sobre todo en las últimas décadas, en el frenesí de la utilización de tecnologías “modernas” para reducir costos y elevar las ganancias- que no toman en cuenta las posibles alteraciones de las condiciones naturales provocadas por los procesos industriales, los cuales tarde o temprano dan lugar inevitablemente a monstruosas creaciones, tales como los nuevos virus “recombinados” que amenazan cada vez más la vida de millones de seres humanos. Lo anterior, sin contar que en muchos países la burguesía ha aprovechado la situación para fomentar aún más el odio nacionalista y la xenofobia, es decir el miedo y el rechazo a los “extranjeros”, como forma de mantener las divisiones entre trabajadores de diferentes países (para lo cual la burguesía ha echado mano hasta del fútbol).

A través de esta campaña ideológica la clase capitalista busca, en fin, asegurar que los trabajadores no vean otra salida a su cada vez peor situación de vida (pérdida de trabajo, vivienda, salud...) que seguirse sacrificando pasivamente en el altar del capitalismo; y sobre todo, cada gobierno buscar evitar que la situación cada vez más dramática en que se debaten los trabajadores -por la crisis económica y todos los desastres que le acompañan- se transforme en rebelión, protestas y lucha de clase.

La producción capitalista: origen de los nuevos virus y epidemias

En este marco, desde el interior del país, se vuelve cada día más difícil conocer la situación real de la epidemia. Así, por un lado la propaganda oficial insiste en que el sistema de salud “es suficiente”, “está preparado” y ha funcionado adecuadamente para enfrentar la epidemia. Sin embargo por todas partes “saltan” datos en sentido contrario: Quejas de pacientes por el retardo y deficiencia en la atención y el diagnóstico, lo que se nota por la cantidad de muertes acumuladas. Quejas crecientes de los trabajadores del sector salud (médicos, enfermeras y demás personal) por tener que recibir pacientes contagiados sin contar con equipo, protección ni instalaciones suficientes ni adecuadas, lo que se confirma por la información que circula en los hospitales acerca de los casos de personal médico contagiado, ante lo cual el gobierno conmina a estos trabajadores a seguir cumpliendo “su obligación” y “su misión de sacrificio”. Descubrimiento, al paso de los días, de que no existía en el país ni un sólo laboratorio para determinar el nuevo tipo de virus (el gobierno mexicano tuvo que ser informado de los primeros casos por Canadá y Estados Unidos). Datos cada vez mayores de que la epidemia había comenzado semanas o incluso meses antes de la declaración oficial. Evidencia de que las medidas de aislamiento de la población han rebasado ya el objetivo de evitar la propagación de la epidemia por todo el país, y de que el Estado, luego de la actual fase de “mitigación”, se prepara para hacer volver a la población a una situación “normal” dentro de unos pocos días. La creciente manipulación de las estadísticas, las recientes declaraciones de los altos funcionarios del gobierno en el sentido de que “tendremos que aprender a vivir con esta enfermedad”, e incluso el cambio de nombre de la epidemia (de “influenza porcina” a “influenza humana”) apuntan a que el Estado burgués decretará una “vuelta a la normalidad” aún enmedio de la epidemia.

Sin embargo, a pesar del verdadero cerco informativo establecido por el gobierno, poco a poco empiezan a difundirse algunas notas periodísticas y opiniones de investigadores científicos y estudiosos del tema que apuntan hacia las causas verdaderas de esta epidemia (así como de otras análogas en los últimos años), y particularmente hacia el origen de la epidemia en México. Estas opiniones, que aparecen dispersas en los editoriales de algunos periódicos o en Internet, son obviamente desmentidas por los gobiernos y la OMS, y aplastadas bajo el bombardeo ideológico de la información “oficial”, vertida principalmente a través del medio de difusión más importante: la televisión -sobre la cual el Estado ejerce un completo control.

Es así como se ha conocido, sin embargo, que al menos desde marzo pasado -un mes antes de la declaración oficial- había surgido ya un brote epidémico de influenza en México. En esos días, en un poblado de unos 3,000 habitantes que viven en la mayor miseria, conocido como La Gloria en el valle de Perote, Veracruz, 400 enfermaron gravemente de las vías respiratorias y hubo al menos dos niños muertos. Las autoridades establecieron un “cerco sanitario” y sin ninguna investigación seria, declararon como de origen “bacteriano” la enfermedad (los pobladores confirman esto, al nombrar únicamente antibióticos, como medicamentos que se les administraron). Este brote fue desatendido y ocultado cuidadosamente por el gobierno (tanto local como federal), y la situación salió a la luz un mes después porque trascendió en la prensa que, luego de enviarse unas decenas de muestras tomadas a los pobladores de La Gloria para su análisis en el extranjero, al menos un caso había dado “positivo” para la influenza del “nuevo” tipo. Sin embargo, el Secretario de Salud, ante las insistentes preguntas de los reporteros, ha negado obstinadamente, que se conozca el punto de “origen” -es decir, el primer brote- de la epidemia en México, e incluso que algún día pudiera conocerse. Los comentaristas de radio y TV se mofan constantemente de quien habla del caso de La Gloria (como una “paranoia de la conspiración”). Pero ¿por qué este interés del gobierno en ocultar el caso de La Gloria? Existen dos motivos, vinculados uno con el otro:

    • El primero, es que, al dejar al descubierto que existían indicios claros y suficientes de un brote epidémico por lo menos varias semanas antes de la declaración oficial, pone en evidencia el verdadero funcionamiento del Estado, el cual está muy alejado de los discursos oficiales. Y , por tanto, una de dos posibilidades: O bien los mecanismos gubernamentales frenaron la investigación de la epidemia -ya sea por negligencia o a propósito-. O bien el gobierno federal conocía ya, al menos desde marzo, la existencia del brote epidémico, , pero no actuó para evitar que mermaran las ganancias de los capitalistas obtenidas durante las vacaciones de abril (turismo, hoteles, aviones...). En todo caso, es lógico pensar que la amplia dispersión del virus por todo el país, e incluso por el mundo -como lo atestiguan los casos de turistas enfermos-, se produjo precisamente durante ese periodo vacacional.

    • El segundo, es que, por “coincidencia”, existe desde 1994 en el poblado de La Gloria una de esas monstruosas instalaciones industriales porcícolas modernas, propiedad de Granjas Carroll, filial de una de las mayores productoras de carne del mundo: la Smithfield Foods. Una granja del mismo tipo como las que, desde hace años, numerosos investigadores y científicos han relacionado con los focos de origen de los nuevos virus “recombinados”, como el actual A-H1N1, del cual se ha comprobado que es resultado de la combinación precisamente de virus porcinos, avícolas y humanos. Para los investigadores se vuelve cada vez más evidente que el punto de origen de la epidemia -por lo menos en lo que se refiere a México-, si no es que existen otros focos simultáneos, habría estado en ese poblado, lo que ha desatado un creciente escándalo, por más que el gobierno mexicano, contando con la complicidad del estadounidense y de la OMS, trate de ocultarlo y acallarlo. Los desplegados de prensa de los propietarios de la granja, acerca de que ellos “han cumplido siempre” las normas de salud establecidas, y de que las dependencias oficiales “han avalado siempre su buen funcionamiento”, causarían risa -si no estuviera detrás la intención de ocultar su responsabilidad criminal- en un país como México, donde es de todos conocida no sólo la fácil corrupción de los funcionarios, sino también la existencia por doquier de rastros insalubres y, en general, la amplia libertad de que gozan las empresas de todo tipo para contaminar y destruir los recursos naturales con la complicidad de las autoridades.

De esta manera, queda al descubierto el vínculo directo entre la producción capitalista y la aparición de epidemias como la actual. Citemos a un estudioso en estos temas, que expresa claramente la situación que, a este respecto, vive el mundo (las negritas son nuestras):

Hace seis años, Science dedicó una nota importante (...) para probar que, luego de años de estabilidad, el virus de la influenza porcina norteamericana ha saltado hacia una vía rápida de evolución. Desde que fue identificada, al principio de la gran depresión, la influencia porcina H1N1 sólo se había desviado ligeramente de su genoma original. Sin embargo, en 1998 se abrieron las puertas del infierno. Una cepa altamente patógena comenzó a diezmar la población de una granja porcina fabril en Carolina del Norte, y versiones nuevas y más virulentas comenzaron a aparecer casi cada año, entre ellas una extraña variante de H1N1 que contenía los genes internos del H3N2 (la otra influenza tipo A que circula entre humanos). Investigadores (...) se preocupaban de que uno de estos híbridos pudiera convertirse en influenza humana (se cree que las pandemias de 1957 y 1968 se originaron en la mezcla de virus aviar y humano en el cuerpo de cerdos) y llamaron a la creación de un sistema de vigilancia oficial sobre la influenza porcina: amonestación que, desde luego, pasó inadvertida en Washington (...)

“Pero, ¿qué causó esta aceleración de la evolución de la influenza porcina? Probablemente lo mismo que ha favorecido la reproducción de la gripe aviar. (...) Como muchos escritores han destacado, la crianza de animales ha sido transformada en décadas recientes en algo más parecido a la industria petroquímica que a la familia feliz de granjeros (...) En esencia, se trata de una transición desde los chiqueros a la antigua hacia vastos infiernos de excremento, de naturaleza sin precedente, en los cuales decenas, incluso cientos de miles de animales con sistemas inmunes debilitados se sofocan entre el calor y el estiércol e intercambian patógenos a velocidad de vértigo con sus compañeros de presidio y sus patéticas progenies. Quien haya viajado por Tar Heel, en Carolina del Norte, o Milford, Utah –donde las subsidiarias de Smithfield Foods producen cada año más de un millón de cerdos por cabeza, así como cientos de pozas llenas de mierda tóxica–, entenderá por intuición hasta qué punto las agroindustrias han interferido con las leyes de la naturaleza.

“El año pasado una distinguida comisión convocada por el Centro de Investigación Pew emitió un informe señero sobre la producción animal en las granjas industriales, el cual subrayaba el agudo peligro de que “el continuo reciclaje de virus… en grandes manadas o rebaños incrementará las oportunidades de generación de virus novedosos, mediante mutación o eventos recombinantes, que podrían propiciar una transmisión más eficaz de humano a humano” . La comisión también advirtió que el uso promiscuo de antibióticos en fábricas de cerdos (alternativa más barata que sistemas de drenaje o ambientes más humanos) favorecía el aumento de infecciones por estafilococo dorado resistentes a los antibióticos, (...)

“Sin embargo, cualquier intento de mejorar esta nueva ecología patógena tendría que enfrentarse al monstruoso poder ejercido por conglomerados ganaderos como Smithfield Foods (cerdo y res) y Tyson (pollo). Los comisionados del Centro Pew, encabezados por John Carlin, ex gobernador de Kansas, reportaron obstrucción sistemática de su investigación por las corporaciones, (...) Además, se trata de una industria altamente globalizada con equivalente peso político internacional. Así como el gigante del pollo Charoen Pokphand, con sede en Bangkok, logró suprimir investigaciones sobre su papel en la propagación de la gripe aviar por toda Asia, es probable que la prevista epidemiología del brote de influenza porcina se estrelle contra el valladar corporativo de la industria del cerdo.” ( “Los cerdos peligrosos usan traje”. Mike Davis. Reproducido en español en el periódico mexicano La Jornada, 29 abril 2009).

En el mismo sentido, otro autor explica, de manera simple, el mecanismo de generación, en el interior de estas grandes granjas industrializadas capitalistas, de los nuevos virus que, con mayor gravedad y velocidad de transmisión, afectan a los seres humanos en las últimas décadas:
“Un virus patógeno utiliza al organismo anfitrión para transmitirse a otro organismo. Si lo mata antes de tiempo, queda aislado y no puede reproducirse. En la evolución de una cepa viral, se mantiene un equilibrio entre nivel de virulencia y la tasa de transmisión (de un anfitrión a otro). Cuando la transmisión es más rápida, la cepa aumenta su virulencia, matando al anfitrión más rápidamente.

“Los mecanismos que promueven las mutaciones virales que conducen a mayor virulencia y rapidez de transmisión están presentes en la producción pecuaria, porcina y avícola en concentraciones industriales. El hacinamiento, la alimentación industrializada e inyecciones masivas de antibióticos y suplementos hormonales (para el rápido crecimiento), son excelentes promotores de una evolución que conduce a cepas patógenas virulentas. El hacinamiento y los débiles sistemas inmunológicos de cerdos y aves producidos en estas condiciones son propicios para generar tasas de transmisión muy rápidas. La acumulación de desechos es desde luego un foco de contaminación con graves riesgos para la salud humana y la integridad de los ecosistemas. La crueldad con los animales en estos centros productivos no es un problema menor. La cereza del pastel es la débil variabilidad genética en la población concentrada en estas granjas.

“Bajo estas condiciones, el reemplazo periódico de la población de cerdos y aves provee nuevos lotes de anfitriones y favorece la evolución de cepas patógenas. Y si el reemplazo se acelera para aumentar rentabilidad (por ejemplo, pollos antes procesados en dos meses hoy lo son en 40 días), el ciclo viral se acelera porque aumenta la presión para que el virus alcance más rápido la fase de transmisión a otro organismo. La intensidad de virulencia aumenta proporcionalmente.

“Al buscar cerrar lo que Marx llama los poros del proceso de valorización del capital, la gran industria porcícola y aviaria ha puesto en pie un sistema generador de cepas patógenas de fiebre porcina y avícola. Esto es lo que explica la aparición de una red filogenética de influenzas que afectan al ser humano precisamente cuando se globaliza el modelo industrial de producción avícola.” (Cuna de la influenza patógena. Alejandro Nadal. La Jornada, 28 de abril de 2009).
Destaquemos los puntos que nos parecen más relevantes de lo anterior:

    • Es completamente falso, como lo siguen repitiendo descaradamente los funcionarios del gobierno mexicano que el actual virus nombrado A-H1N1 fuera desconocido hasta hace apenas “unos días”. Los científicos han alertado desde hace años sobre la existencia y el peligro de las mutaciones de virus operadas en los pútridos ambientes de las granjas industriales capitalistas actuales de todo el mundo, e incluso sobre la existencia del mismo virus que hoy está produciendo la pandemia. Y no sólo el de México, sino que ningún gobierno, ni el de los Estados Unidos -donde surgió por primera vez el virus-, ni la OMS, ni nadie, hace nada realmente para frenar este peligro, pues ello equivaldrá a atentar contra la naturaleza del propio capitalismo: la búsqueda de ganancias de cualquier modo.
    El foco de surgimiento de las epidemias modernas son las grandes industrias capitalistas. Detrás de los virus, la clase capitalista es la responsable directa de las masacres ocasionadas por las epidemias y pandemias actuales. Pero además, la clase capitalista lo sabe pertinentemente. Sabe que sus procesos industriales conllevan daños crecientes a la naturaleza y a la población, pero no los detienen, ni los modifican, ni invierten en mecanismos de prevención de estos daños, porque ello requeriría un gasto que, nuevamente, significaría reducir sus ganancias. Esta situación se agrava aún más por la actual crisis económica, ya que las empresas, en sus desesperados intentos para sobrevivir, reducen aún más los gastos -que para ellas son “secundarios”- en protección y salud de los trabajadores, tratamiento de los desechos industriales, etc.
    • Los organismos del Estado capitalista relacionados con salubridad, vigilancia epidemiológica, medio ambiente. (de los gobiernos de todos los países, no sólo de los países periféricos, sino también de las grandes potencias), no tienen, como lo pregonan, la función fundamental de “proteger la vida humana”, sino, ante todo, el mantenimiento de las condiciones para la producción capitalista. Por ello, una y otra vez, aparecen como “cómplices” de las mismas empresas que generan los daños, y sobre todo de los grandes empresas monopólicas, en particular haciendo todo lo posible por ocultar las verdaderas causas de las enfermedades, deteniendo cualquier investigación seria que tienda a poner al descubierto la responsabilidad de dichas empresas, justificando y “blanqueando” a esas empresas, y permitiendo “legalmente” que los procesos industriales dañinos sigan adelante. De allí que los trabajadores deben entender que, mientras siga existiendo el capitalismo, no podrán instaurarse mecanismos sociales que paren y eviten la propagación de este tipo de epidemias, sino que, por el contrario, éstas seguirán aumentando.

No será la OMS la que ponga fin a la barbarie

La actual epidemia ha abierto nuevamente, en los medios de difusión, la cuestión del papel de la “Organización Mundial de la Salud” en el combate de las pandemias actuales. Por ejemplo, el gobierno mexicano ha insistido, para lavarse la manos respecto a su responsabilidad en la extensión de la epidemia, en que ha seguido al pie de la letra los “protocolos” marcados por la OMS. La pregunta es, entonces, ¿por qué la OMS no hace nada, por ejemplo, para clausurar esos nidos de recombinación de virus que son las actuales granjas capitalistas? La respuesta es la misma que en el caso de los organismos estatales de “salud”: Porque su función no es proteger la vida humana, sino los intereses de la clase capitalista.

En efecto. La OMS es una dependencia de la ONU, es decir, de la cueva donde los bandidos imperialistas -todos los Estados capitalistas-, dirigidos por los mayores, dirimen sus conflictos. Sólo un ingenuo podría pensar que la OMS atentaría por un momento contra los intereses de sus propios amos, los que la han creado y la subvencionan: las grandes potencias capitalistas y las grandes empresas transnacionales. Por ello, la OMS carece -como lo denuncian algunas personas de buena fe- de una política y de medios, tanto para frenar los daños causados por esas mismas industrias capitalistas, como para prevenir las epidemias, y es sólo, además del lugar donde los grandes laboratorios capitalistas se disputan los jugosos negocios que surgen ante cada epidemia, la tapadera de las masacres y desastres naturales ocasionados por la producción capitalista.

¿Qué hacer entonces ante esta perspectiva de crecientes epidemias y desastres provocados por el capitalismo?
Es evidente, en primer lugar, que los trabajadores no pueden resignarse simplemente a aceptar las “soluciones” que les ofrece “su” gobierno (o la OMS). Este camino equivale a permitir que la clase capitalista impunemente siga amenazando cada día más la salud y la vida misma de millones de trabajadores de todo el mundo. Hay que luchar unidos -rompiendo los prejuicios corporatistas y nacionales, por fuera y en contra de las instituciones capitalistas, para impedir que nuestras condiciones de vida y de trabajo sigan empeorando ¿Pero hacia dónde encaminar la lucha? Un camino falso sería meterse en el “ecologismo” tipo Greenpeace, enfocado a eliminar algunos males, algunos efectos de la producción capitalista, pero sin salir del marco del propio sistema, lo que sólo lleva a un callejón sin salida. Por ejemplo, la lucha por cerrar cierta empresa dañina termina, en el mejor de los casos en su traslado a otra región -tal como fue el caso de las Granjas Carroll- y en el peor a servir como mero instrumento de la competencia entre diferentes capitalistas.
La única perspectiva de lograr las demandas relacionadas con las condiciones de trabajo y de vida, lo que incluye seguridad, salubridad, servicios médicos, es, entonces, incluir éstas demandas en un sólo torrente de lucha general de resistencia de la clase trabajadora contra todos los ataques del capital, tales como los despidos y la disminución de los salarios, que en la actualidad afectan también a millones de trabajadores. Esta vía es, además, la única que puede abrir la perspectiva de una lucha internacional de la clase obrera para terminar de una vez y para siempre con este decadente sistema de producción que es el capitalismo, el cual en la actualidad los único que puede ofrecer es más miseria y desempleo, más calamidades de todo tipo, más guerras imperialistas, en fin, una barbarie creciente, en la que las epidemias, como la que vivimos ahora, son apenas una parte.

Fracción Interna de la CCI. 30 de abril de 2009.

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