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Venezuela: Un golpe mediático conjurado en su terreno

patc, Dimanche, Décembre 15, 2002 - 20:26

Marieva Caguaripano

Antes del anochecer del octavo día de huelga general decretada por la alianza CTV-Fedecámaras en Venezuela, los rumores de golpe se sucedían de una a otra línea telefónica. Como tantas otras veces a lo largo de los últimos meses, los venezolanos esperaban -con alegría o tristeza, según el bando político de su preferencia- un desenlace de fuerza al largo conflicto político que vive el país. Sin embargo, esta vez la batalla no se libró a las afueras del Palacio de Gobierno sino a las puertas de los principales medios de comunicación.

Venezuela: Un golpe mediático conjurado en su terreno

Marieva Caguaripano

ALAI-AMLATINA, 11/12/2002, Caracas.- Antes del anochecer
del octavo día de huelga general decretada por la alianza
CTV-Fedecámaras en Venezuela, los rumores de golpe se
sucedían de una a otra línea telefónica. Como tantas otras
veces a lo largo de los últimos meses, los venezolanos
esperaban -con alegría o tristeza, según el bando político
de su preferencia- un desenlace de fuerza al largo conflicto
político que vive el país. Sin embargo, esta vez la batalla
no se libró a las afueras del Palacio de Gobierno sino a las
puertas de los principales medios de comunicación.

El frontal enfrentamiento entre los principales medios
privados de comunicación nacional y el gobierno de Hugo
Chávez es ampliamente reconocido. En los últimos tiempos,
los medios venezolanos se han revelado como actores de
primera línea, heroicos combatientes contra el régimen o
cómplices de intereses de clase, según una u otra tendencia.
En este marco, la población venezolana se ha visto cada vez
más bombardeada de información claramente contradictoria,
según sintonice un medio estatal o privado.

Esta circunstancia se fue agravando a partir de la huelga
general decretada por la alianza entre la principal central
obrera del país -la CTV- y su equivalente empresarial -
Fedecámaras-, líderes de la llamada Coordinadora
Democrática, que incluye también a organizaciones de la
sociedad civil y a militares disidentes, algunos de los
cuales participaron en la fallida intentona golpista del 11
de abril. Día tras día, los canales de televisión
transmitían imágenes que mostraban media cara de la
realidad: la ciudad paralizada, a través de las privadas;
actividad normal en las calles, a través de la televisora
estatal. Con encendidos discursos, los líderes refrendaban
una y otra versión, negando rotundamente no ya la fuerza
sino la existencia de los otros.

Día tras día el paro fue ganando en calor: los opositores a
Chávez recorrían las calles del este de Caracas, obligando a
quienes no acataban el paro a cerrar sus comercios "de forma
pacífica", según los medios. Diariamente, grupos de
opositores se apostaban a las puertas de la televisora
estatal, hostigando por igual a periodistas, técnicos y
obreros; los adeptos al gobierno comenzaban a concentrarse
en distintos puntos de la capital, sin que estas
manifestaciones fuesen reseñadas por medio alguno, salvo,
vale repetir, el canal oficial. La huelga se iba
resquebrajando en las calles, mientras se reportaban nuevos
incidentes contra comerciantes renuentes al paro y se
incrementaba la brecha de intolerancia entre uno y otro
bando. Finalmente, al quinto día, mientras se anunciaba la
continuación del paro y la adhesión de PDVSA, la petrolera
estatal, tres personas son asesinadas y unas veinte resultan
heridas, en medio de una concentración en la Plaza Altamira,
bastión de los militares disidentes desde hace varias
semanas.

Entre escenas de sangre y confusión, como en una cruel
parodia de los reality shows de emergencias médicas, los
venezolanos vimos morir en cámara a una adolescente de 17
años, mientras los líderes militares recorrían la plaza de
un extremo a otro, mostrando un profuso arsenal de armas de
guerras que, sorprendentemente, no lograron disuadir ni
neutralizar a un solo hombre, ahora señalado de haber
efectuado los disparos.

Las cámaras de televisión mostraron los rostros desencajados
de ciudadanos clamando venganza contra "el asesino", Hugo
Chávez, mientras reporteros y especialistas señalaban la
inequívoca y comprobada responsabilidad del Presidente en
estos hechos. Comenzó así un fin de semana que se
caracterizó por el incremento de los niveles de violencia y
por contundentes demostraciones de apoyo y rechazo al
gobierno. Una gran concentración chavista, y numerosas
manifestaciones de oposición, que se acercaban agresivamente
a las instituciones oficiales y a las sedes del partido
oficialista, algunas de las cuales sufrieron destrozos de
consideración. La tensión crecía frente a la amenaza de
desabastecimiento de alimentos y combustibles, mientras la
gente se mantenía en las calles.

El lunes por la tarde, y pese a la reanudación de la mesa de
diálogo presidida por el Secretario General de la OEA, César
Gaviria, la continuación del paro y la débil actuación
gubernamental auguraban una nueva salida violenta. Los
medios privados mantenían su apología del paro, estimulando
a las masas a mantenerse en la calle, mientras el canal
oficial denunciaba el sabotaje a la industria petrolera e
instaba a la población a no hacerse eco de invitaciones a la
violencia. Las líneas telefónicas transmitían, una vez más,
rumores de golpe, en medio de las cacerolas que sonaban a
uno y otro lado de la ciudad. Sin embargo, por una vez, no
fue el ruido de los tanques sobre el asfalto sino las voces
de centenares de personas que, poco a poco, fueron marchando
para rechazar la violencia ejercida desde el otro lado de la
pantalla: cuatro de las cinco televisoras privadas
nacionales se vieron sucesivamente rodeadas por centenares
de partidarios del gobierno en actitud, reconocida hasta por
los mismos canales, pacífica aunque "intimidatoria". Poco a
poco, las consignas en contra de los medios y los graffitis
en las paredes difundían un mensaje que desde hace meses
puede leerse en varios muros de la capital: Cuando los
medios digan la verdad las paredes callarán.
Consecuentemente, la televisora estatal volvió a ser rodeada
por un grupo de opositores, quienes incluso dispararon
contra la planta.

Hechos similares se registraron al menos en cinco estados
del interior del país, con un tinte, eso sí, más violento.
En Táchira y Aragua, los manifestantes tomaron
momentáneamente dos televisoras regionales. En el estado
Zulia, al occidente del país, se registraron destrozos a la
sede regional de Globovisión, una de las señales más
pugnaces contra Chávez. Entonces sí, los medios se
apresuraron a llamar a la calma y a pedir a la ciudadanía
que se mantuviera en sus casas, al tiempo que mostraban
públicamente su estupor frente a un hecho para ellos
inexplicable. No podían entender por qué esas mismas masas,
"a quienes durante cincuenta hemos llevado entretenimiento e
información, no sólo a través de las telenovelas" los
elegían ahora como blanco.

Sin embargo, no se trata de un fenómeno difícil de entender.
Los medios privados acusan a Chávez de gobernar para un solo
estrato de la población: los más empobrecidos; ellos han
construido un mensaje exclusivamente dirigido a la estratos
medio y alto, exacerbando el odio entre clases y
criminalizando a priori a los seguidores de Chávez. Por
citar apenas un ejemplo reciente, siete personas fueron
detenidas inmediatamente después del tiroteo en Plaza
Francia; todos fueron brutalmente golpeados ante las cámaras
de televisión. Sin embargo, este hecho no fue destacado por
ningún medio, a excepción de uno, RCTV. Dos de estas
personas eran vendedores informales y otros dos eran
trabajadores de la zona, culpabilizados por su aspecto
humilde, distinto al de los manifestantes habituales de la
plaza.

A lo largo del conflicto, los medios privados se han
empeñado en negar o minimizar la fuerza de apoyo al gobierno
tanto como los estatales insisten en hablar de normalidad.
Más de una vez los oficialistas tomaron masivamente las
calles sin que este hecho fuese reseñado por los medios
privados que, en cambio, magnifican las manifestaciones de
la oposición. Negar al otro para reafirmar la propia
fuerza; eso es lo que han hecho los medios venezolanos.
Sólo que esta vez, esa realidad negada con tanta insistencia
llegó hasta sus puertas. La imagen muda mostraba a los
manifestantes gritando a los micrófonos de los reporteros.
Tardamos horas en escuchar lo que decían: "Queremos
transmisión", "queremos respeto a nuestra libertad de
expresión", "queremos que los medios digan la verdad".

* Marieva Caguaripano, activista de derechos humanos.

Agencía Latinoamericana de Información
alainet.org/index.html.es


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