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Israel basa buena parte de su apoyo internacional en mentiras que presenta como “hechos”

Anonyme, Monday, November 7, 2011 - 17:17

Joseph Massad, Al-Jazeera

Realidades, mentiras y hechos

Joseph Massad, Al-Jazeera (fuente)

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

En 1991, comenzaron negociaciones oficiales y extraoficiales entre la Organización por la Liberación de Palestina (OLP) (y los palestinos asociados con ella) y el gobierno israelí. Entonces, Israel había ocupado Cisjordania (incluido Jerusalén Este) y la Franja de Gaza durante los 24 años anteriores.

Actualmente, 20 años después, Israel y el presidente Obama insisten en que la única manera de llegar a la paz, y presumiblemente terminar la ocupación, es continuar con negociaciones. No está claro si lo que afirman Obama e Israel es que Israel necesita 24 años de negociaciones para terminar con sus 24 años de ocupación de tierra palestina, para que cuando termine la ocupación, haya durado 48 años.

Es, por cierto, la interpretación optimista de las posiciones de Israel y EE.UU.; la realidad de las negociaciones y de lo que apuntan a lograr es, sin embargo, mucho más insidiosa.

Las negociaciones se han basado en objetivos específicos para terminar con ciertos aspectos de la relación israelí con los palestinos, es decir algunas de las partes introducidas desde la guerra de 1967 y la ocupación, el comienzo de asentamiento colonial exclusivamente judío en esos territorios. Pero lo que siempre permanece al margen de las negociaciones es el núcleo mismo de la relación palestina-israelí que dicen a los palestinos que no pueden ser parte de ninguna negociación.

Esos temas cruciales excluidos incluyen lo que sucedió desde 1947-1948, incluida la expulsión de 760.000 palestinos, la destrucción de sus ciudades y pueblos, la confiscación y destrucción de su propiedad, la introducción de leyes discriminatorias que legalizan el privilegio racial, colonial y religioso judío, que niegan a los ciudadanos palestinos de Israel la igualdad de derechos y niegan el derecho al retorno de los refugiados.

Sin embargo, este núcleo, que los israelíes resumen como el derecho a existir de Israel, y el de que lo reconozcan como un Estado “judío”, es lo que invocan siempre los propios israelíes como fundamental para el comienzo y el fin exitoso de las negociaciones y que los palestinos, insisten los israelíes, se niegan a discutir.

Pero los temas centrales de la cuestión de la relación entre palestinos e israelíes siempre se han basado en las reivindicaciones históricas, geográficas y políticas del pueblo palestino y del movimiento sionista.

Mientras los palestinos siempre han basado sus afirmaciones en hechos verificables y verdades que han sido acordadas y reconocidas por la comunidad internacional, Israel siempre ha basado las suyas en hechos concretos en el terreno que ha creado por la fuerza y que la comunidad internacional solo ha reconocido retroactivamente como “legítimos”.

¿Cómo se puede entonces discriminar entre esas nociones en competencia de verdades y realidades por una parte, y hechos concretos en el terreno, por el otro?

Las verdades esenciales de EE.UU. y los planes israelíes fueron mejor articuladas el pasado mes en los discursos de Obama y del primer ministro israelí Netanyahu ante las Naciones Unidas (ONU) en respuesta a la solicitud de la OLP de reconocimiento de Palestina como Estado miembro de la ONU. En esa ocasión tanto Netanyahu como Obama invocaron lo que llamaron “verdades” y “hechos” para insistir en los hechos concretos de Israel en el terreno.

Como mostraré, su estrategia se ha estructurado para convertir los hechos concretos israelíes sobre el terreno de antónimos de verdades y hechos a sinónimos de esos términos.

La ‘primera realidad’

Comencemos por lo que los sionistas y EE.UU. han definido como la ‘primera realidad’ que por definición no está abierta a ninguna duda o cuestionamiento. Obama insiste: “Estos hechos no pueden negarse. El pueblo judío ha forjado un Estado exitoso en su patria histórica”.

Netanyahu se hace eco de Obama al mencionar esa primera “realidad” como la primera “verdad”, o más bien al asegurar que “la luz de la verdad” brillará en la ONU a través de sus palabras: “Fue aquí en 1975 cuando el antiguo anhelo de mi pueblo de restaurar nuestra vida nacional en nuestra antigua patria… se... calificó... vergonzosamente, de racismo”. Agregó más adelante “y sabremos que [los palestinos están] dispuestos a un compromiso y para la paz… cuando dejen de negar nuestra conexión histórica con nuestra antigua patria”.

Ahora bien, esa insistencia en que la primera realidad, no la primera verdad, de que Palestina es la patria histórica de jlos udíos europeos modernos que residían en Europa y no del pueblo palestino que vivió en ella durante milenios, resulta que no está basada en hechos ni verificada, aunque por cierto sigue siendo la reivindicación primordial y primera del sionismo y el antisemitismo.

La afirmación se basa en nociones antisemitas propagadas inicialmente por la Reforma Protestante del Siglo XVI y posteriormente por el antisemitismo secular, que insistieron ambos en que los judíos europeos modernos eran descendientes sanguíneos y genéticos de los antiguos hebreos, que es precisamente por lo que la referencia de la filología del Siglo XVIII a los judíos como “semitas” se transformó pronto en manos del antisemitismo político y racial a finales del Siglo XIX de una categoría “lingüística” a otra “racial” y biológica.

Con base en esas afirmaciones antisemitas,los protestantes milenarios, antisemitas seculares y sionistas llamaron a la “restauración” de los judíos europeos en la supuesta patria de sus supuestos antepasados.

Los hechos académicos e históricos incontrovertibles de que los judíos son descendientes de conversos europeos al judaísmo de los siglos antes de que se adoptara el cristianismo como la religión del Imperio Romano en el Siglo IV son axiomas incuestionables en la erudición académica, incluso para los historiadores sionistas.

Ningún historiador respetado de la judería europea ha argumentado alguna vez que los judíos europeos, o en realidad marroquíes, iraquíes o yemenitas, hayan sido descendientes de los antiguos hebreos. Todos los eruditos respetados los reconocen como descendientes de conversos al judaísmo.

Pero incluso si se demostraran las fantasías genéticas más descabelladas de antisemitas y sionistas respecto a una “raza”, ¿convertiría este hecho a la antigua Palestina, donde los antiguos hebreos cohabitaron con otros pueblos antiguos, en el país histórico de los judíos europeos modernos?

E incluso si uno se comprometiera con la ciencia ficción de la arqueología bíblica cristiana que acompañó al colonialismo europeo en el Siglo XIX y en la cual se sigue basando la arqueología israelí, ¿significaría eso que los judíos modernos, presentados ahora como descendientes genéticos y biológicos directos de los antiguos hebreos tendrían derecho a reivindicar el país donde los antiguos hebreos vivieron con los cananeos entre otra miríada de grupos como su propio dominio nacional exclusivo y arrebatárselo a sus habitantes que han habitado en él durante milenios?

¿Podría alguien en la actualidad, con la excepción de los racistas genocidas, vincular las poblaciones germánicas con un origen ario que comenzó en el norte de India, y basándose en ese vínculo argumentar que el norte de India es la antigua patria de todos los germanoparlantes a la que deben retornar y expulsar a los actuales habitantes del país como si no fueran otra cosa que recientes intrusos en el país de los arios blancos?

Esos escenarios fantásticos son precisamente lo que Obama y Netanyahu nos presentan como hechos y verdades innegables.

Por cierto, ambos insisten en ellos como la primera realidad, el primer principio indudable del sionismo, ¡que quieren imponer a la comunidad internacional y a los palestinos!

El segundo “hecho”

Obama asevera el segundo hecho con un floreo retórico: “Seamos honestos: Israel está rodeado de vecinos que han librado repetidas guerras contra él… Esos hechos no se pueden negar”.

Pero de ninguna manera son hechos. Ni siquiera los historiadores israelíes de las guerras de Israel están de acuerdo con ellos. Pero, claro está, los políticos e ideólogos de Israel sí lo están. En su discurso en la ONU, el propio Netanyahu se hace eco de las palabras de Obama y nos dice que Israel está amenazado por sus vecinos, que está “rodeado de gente que jura destruirlo, armada hasta los dientes por Irán” y ordena, presumiblemente a la parte estadounidense de su audiencia, que no “olvide que la gente que vive en Brooklyn y Nueva Jersey es mucho más agradable que algunos de los vecinos de Israel”.

Dejando de lado esas insinuaciones racistas, los antecedentes académicos e históricos nos muestran que fueron las fuerzas sionistas las que libraron la guerra contra los palestinos después del Plan de Partición a partir del 30 de noviembre de 1947.

Hasta el 14 de mayo, cuando Israel declaró su condición de Estado, había expulsado a 400.000 palestinos de sus casas y se apoderaba de sus tierras y territorios, que habían sido asignados al Estado árabe. Cuando tres (¡no cinco!) ejércitos árabes invadieron Palestina en manos sionistas el 15 de mayo de 1948, lo hicieron para detener la expulsión del pueblo palestino y para proteger sus tierras contra la ocupación sionista. Al terminar la guerra habían fracasado miserablemente en su tarea. Israel pudo expulsar a otros 360.000 palestinos y capturar la mitad de los territorios del Estado árabe agregándolos al Estado judío.

En 1956, Israel invadió Egipto junto con Gran Bretaña y Francia. Esto fue aparte de intermitentes pero continuas incursiones a través de la frontera hacia Cisjordania, Jordania, Siria, el Líbano, y Gaza en manos egipcias durante las siguientes décadas.
En 1967, Israel invadió Egipto, Siria y Jordania y ocupó sus territorios y todas las tierras restantes de Palestina.
En 1973, Egipto y Siria invadieron sus propios territorios (la península de Sinaí y los Altos del Golán), que Israel había ocupado anteriormente, en un intento de recuperarlos, pero fracasaron. No invadieron Israel propiamente.
En 1978, 1982 y 2006, Israel invadió el Líbano matando a decenas de miles de personas.
En 2008-2009, Israel invadió Gaza.
Son hechos innegables probados por la comunidad internacional e historiadores y los verdaderos antecedentes documentales. El propio Israel nunca fue invadido por sus vecinos, excepto en 1948, que fue un intento de detener la invasión por parte de Israel de territorio palestino y la expulsión de palestinos.

El hecho de que Israel haya vencido en la mayoría de estas guerras no puede cambiar los hechos de que las inició y que ha sido el agresor de sus vecinos, incluso antes de su establecimiento en 1947. Por cierto, Israel lanzó ataques contra Iraq en 1981 y contra Túnez en 1985, ninguno de los cuales es un vecino inmediato y sin mediar la menor provocación militar de ninguno de los dos.

Es un hecho innegable que Israel y el movimiento sionista han sido los agresores en la región durante el siglo pasado.

El hecho de que Obama asegure que los israelíes fueron víctimas de sus vecinos es en realidad la imposición de un hecho en el terreno por pura retórica y poder político estadounidense sin relación con los eventos reales. Resulta que la invocación de la honestidad por parte de Obama no es en realidad otra cosa que un llamado a una deshonestidad categórica.

Pero este “hecho” para Obama se deriva de la “primera realidad”, es decir que si los judíos europeos tienen derecho a colonizar Palestina, expulsar a los palestinos, confiscar sus tierras, ocuparlas y discriminarlos en virtud de la primera realidad de su engañosa afirmación histórica, cualquier resistencia palestina o árabe contra las campañas asesinas de los sionistas es en realidad una agresión a los judíos.

Obama pasa entonces a contarnos otros “hechos”, incluido que “los ciudadanos han muerto por los cohetes disparados contra sus casas y bombas suicidas contra sus autobuses, los niños israelíes crecen sabiendo que en toda la región se enseña a otros niños a que los odien”.

Aunque algunos israelíes han muerto estos años por fuego de cohetes, decenas de miles de palestinos, libaneses, egipcios, jordanos y sirios han sido asesinados por cohetes israelíes durante tiempos de guerra y de paz. Tal vez el ejemplo más reciente puede ilustrar este hecho.

Durante la invasión israelí de Gaza los cohetes israelíes mataron a más de 1.400 palestinos mientras los cohetes de Hamás contra Israel no mataron a un solo israelí, aunque varios israelíes resultaron traumatizados por los disparos y necesitaron ayuda psicológica. En cuanto al asesinato de miles de niños árabes desde 1948 y mediante la invasión de Gaza Israel ha matado a una tasa de miles de niños árabes por un solo niño judío muerto en ataques de represalia contra Israel.

Por lo tanto, aunque Obama ciertamente no miente cuando dice que se han disparado cohetes contra Israel y que históricamente los niños judíos israelíes han muertos por ataques, lo saca fuera del contexto de destrucción y de asesinatos mucho mayores en los que se involucró Israel contra sus vecinos desde su establecimiento, ¡que después de todo se basa en la primera realidad!

Los hechos a medias de Obama, como sus supuestos hechos concretos, terminan utilizándose para imponer hechos concretos de Israel en el terreno. Se hacen esas afirmaciones para insistir en la necesidad de “seguridad” de Israel, que es de máxima importancia, y el motivo por el cual tanto Obama como Netanyahu afirman que las negociaciones han fracasado.

Quisiera citar algunas referencias de Obama a la seguridad de Israel en su discurso en la ONU: “El compromiso de EE.UU. con la seguridad de Israel es inquebrantable”; “los israelíes deben saber que cualquier acuerdo suministra garantías para su seguridad”; “cualquier paz duradera debe reconocer las preocupaciones de seguridad muy reales que Israel enfrenta cada día”.

Por lo tanto, Israel puede invadir a los palestinos y a todos sus vecinos soberanos, a algunos repetidamente, durante las últimas seis décadas, seguir ocupando sus territorios, invadir su espacio aéreo y oprimir a las poblaciones ocupadas y colonizar sus tierras. Sin embargo, para que las negociaciones tengan éxito, Israel quiere garantías de que su seguridad se proteja de la resistencia a los ataques israelíes, la colonización y la ocupación y de aquellos a los que sigue atacando, colonizando y ocupando. Y esto puede exigirse sobre la base de la primera realidad.

Obama, habría que señalar, nunca mencionó las preocupaciones de seguridad de los vecinos de Israel que han sido objetivo de ataques de Israel durante más de seis décadas. Sin embargo, no mencionó ni una sola vez la seguridad de los niños palestinos junto a sus repetidas menciones de niños israelíes a pesar de la ratio de uno a varios miles entre ellos: “La medida de nuestras acciones debe siempre ser si contribuyen al derecho de niños israelíes y palestinos a vivir en paz y seguridad, con dignidad y oportunidad”.

Netanyahu sigue donde terminó Obama: “Nuestro principal aeropuerto internacional está a pocos kilómetros de Cisjordania. Sin paz, ¿nuestros aviones serán los objetivos de misiles antiaéreos colocados en el Estado palestino adyacente?”

Lo más interesante de esta declaración es el hecho de que el aeropuerto de Israel nunca ha sido atacado por cohetes, lo que no quiere decir que Israel no haya atacado los aeropuertos de sus vecinos. Eso lo ha hecho con aplomo. En 1968 Israel bombardeó el aeropuerto internacional de Beirut destruyendo 13 aviones comerciales. Volvió a atacar el aeropuerto de Beirut en 2006 bombardeando pistas de aterrizaje.

En cuanto a secuestros de aviones, Israel fue un pionero en Medio Oriente, cuando su primer secuestro tuvo lugar en 1954. La fuerza aérea israelí se apoderó frecuentemente de aviones civiles en vuelo en cielos internacionales y los desvió hacia Israel, sometiendo a los pasajeros a inspecciones, interrogatorios y encarcelamientos.

Por cierto, Israel sigue siendo el único país de Medio Oriente que hizo estallar un avión comercial cuando derribó un avión civil libio en 1973, matando a los 108 pasajeros a bordo.

Negociaciones y más negociaciones

Esto nos lleva de vuelta a lo que cree Obama: lo que son negociaciones y en qué deben consistir, es decir: “Los que deben llegar a un acuerdo sobre los temas que los dividen: fronteras y seguridad; refugiados y Jerusalén son los israelíes y los palestinos, no nosotros”.

Las negociaciones que comenzaron en 1991 en Madrid y continuaron en serio después del acuerdo de Oslo de 1993 se basaron, sin embargo, en resoluciones de la ONU que estipulan que Israel debe retirarse de los territorios ocupados (Resoluciones 242 y 338), lo que solucionaría el problema de las fronteras si no fuera por la negativa de Israel a cumplir con las resoluciones.

Además, el problema principal que ha terminado con las negociaciones y en el cual ambas partes no están de acuerdo ha sido la colonización judía israelí de Cisjordania y Jerusalén Este.

Afortunadamente, la comunidad internacional y el derecho internacional condenan los asentamientos coloniales israelíes en los territorios de 1967, que son categóricamente considerados ilegales y así se han declarado en numerosas ocasiones por resoluciones de la ONU y declaraciones políticas.

Es curioso que Obama no haya mencionado ni una sola vez en su discurso los asentamientos coloniales, aunque intentó en numerosas ocasiones en los últimos años, sin éxito, intervenir ante el gobierno israelí para que detenga, o por lo menos ralentice, su construcción. En cuanto a los temas de las fronteras, el Plan de Partición de 1947 ya había especificado las fronteras de los dos Estados, y la Resolución 242, en la que se basan las negociaciones, especificó adónde debería retirarse Israel después de la guerra de 1967, a pesar de la casuística israelí sobre ese asunto.

La posición de negociación palestina se hace eco de la del derecho internacional y de las resoluciones de la ONU, mientras que la de Israel los viola. Esto también se relaciona con el tema de los refugiados que también ha sido decidido por resoluciones de la ONU y el derecho internacional mientras Israel se obstina en su negativa a implementar esas resoluciones al negarse a repatriar, compensar y devolver la propiedad a los 760.000 palestinos que expulsó. Tampoco está de acuerdo con compensar y devolver su propiedad al cuarto de millón de palestinos (refugiados internos y sus descendientes) que son ciudadanos israelíes, a los que expulsó de una parte del país a otra.

Pero las denominadas verdades históricas y la primera ‘realidad’ a la que Netanyahu recurre para establecer hechos en el terreno son interminables.

Agrega: “En mi oficina en Jerusalén, hay un… antiguo sello. Es un anillo de sello de un funcionario judío del tiempo de la Biblia. El sello se encontró justo al lado del Muro Occidental y data de hace 2.700 años, la época del Rey Ezequías. Ahora bien, el anillo tiene un nombre del funcionario judío inscrito en hebreo. Su nombre era Netanyahu. Es mi apellido…”

“... Mi nombre, Benjamin, data de mil años antes –Binyamin– el hijo de Jacob, a quien también se conoció como Israel. Jacob y sus 12 hijos deambularon por esos mismos cerros de Judea y Samaria hace 4.000 años, y desde entonces ha habido una continua presencia judía en el país”.

Netanyahu (un nombre que Benjamin Netanyahu cambió cuando vivía en EE.UU. a Ben Nitay, supuestamente porque era más fácil de pronunciar a los estadounidenses) es en sí un nombre sionista inventado que, como todos los demás nombres sionistas, comenzó a otorgar a los judíos europeos un antiguo linaje hebreo.

Por cierto, el padre de Netanyahu, Benzion Mileikowsky, era hijo de judíos polacos convertidos al sionismo, que llamó a su hijo Benzion sobre la base de sus compromisos ideológicos y cambió su nombre a “Netanyahu” después de que emigraron para colonizar Palestina en 1920.

Los nombres del padre y la madre de Benzion (y de los abuelos de Benjamin Netanyahu) eran Nathan Mileikowsky y Sarah Lurie, nombres comunes de judíos europeos antes del sionismo.

El que Benjamin Mileikowsky (Netanyahu), descendiente de colonos judíos polacos, reivindique el antiguo Jerusalén como su origen ancestral, podría considerarse como un curioso invento ideológico y mítico en una conversación durante la cena, pero afirmarlo como una reivindicación política y territorial basada en realidades a la tierra de los palestinos en las Naciones Unidas, convierte en una burla el derecho internacional, que es la base de las resoluciones de la ONU que condenan la ocupación y colonización de la ciudad por Israel.

El Israel actual mantiene por lo menos 30 leyes que otorgan privilegios raciales, religiosos y colonizadores a los judíos por sobre los ciudadanos palestinos de Israel –incluida la ley temporaria de 2002 que prohíbe el matrimonio entre israelíes y palestinos de los Territorios Ocupados– y más todavía contra palestinos no ciudadanos que viven bajo la ocupación israelí; Netanyahu arguye contra esos hechos documentados que “El Estado judío de Israel siempre protegerá los derechos de todas sus minorías, incluido el millón de ciudadanos árabes de Israel”.

Agrega una curiosa declaración respecto a los colonos judíos ilegales en los Territorios Palestinos Ocupados al señalar que “quisiera poder decir lo mismo sobre un futuro Estado palestino, ya que funcionarios palestinos dejaron en claro el otro día –de hecho, pienso que lo hicieron aquí mismo en Nueva York– que el Estado palestino no permitirá judíos en su interior. Serán libres de judíos Judenrein [libres de judíos, N. del T.]. Eso es limpieza étnica. Hay leyes actualmente en Ramala que castigan con la muerte la venta de tierras a judíos. Y sabéis qué leyes evoca este hecho”.

Mientras que ningún funcionario palestino, desde que comenzaron las negociaciones, se ha atrevido alguna vez a declarar inequívocamente que hay que devolver a los colonos judíos a Israel, según dispone el derecho internacional, esa afirmación no verificable de Netanyahu, incluso si resultara verídica, no sería racista o discriminatoria, sino más bien anticolonial, al negarse a permitir que los judíos israelíes colonicen tierras palestinas en contra del derecho internacional en virtud de algún privilegio judío que invoca la primera ‘realidad’.

Las leyes que restringen el acceso a tierras de Israel de sus ciudadanos palestinos no judíos son israelíes, a pesar de que un 90% de esas tierras se confiscaron al pueblo palestino. Son también las ciudades israelíes las que se mantienen Araberrein [libres de árabes]; por cierto, como han señalado numerosos observadores, Tel Aviv es la única ciudad occidental que no tiene habitantes árabes o musulmanes.

Si se han de evocar leyes racistas, serán evocadas por las propias leyes y prácticas racistas de Israel, no por la resistencia anticolonial palestina.

Pero esa declaración aclara la posición de Netanyahu sobre el tema de la colonización judía de Cisjordania y Jerusalén Este: La colonización judía de la tierra de los palestinos no es racista como la ONU la definió en 1975, sino más bien en la aplicación del derecho internacional al impedir que los judíos colonicen la tierra de los palestinos.

Para el sionismo y Obama, todo intento de rechazar la primera ‘realidad’ sionista es prueba inmediata de antisemitismo. Es otro ejemplo de que los hechos concretos en el terreno son transformados por Israel y sus patrocinadores en “verdades” y “hechos”.

Por cierto, Netanyahu (¿o es Mileikowsky, o Nitay?) afirma: “Vine aquí a decir la verdad. La verdad es… que Israel quiere paz. La verdad es que yo quiero paz. La verdad es que siempre en Medio Oriente, pero especialmente durante estos días turbulentos, la paz debe estar anclada en la seguridad. La verdad es que no podemos lograr la paz mediante resoluciones de la ONU, sino solo a través de negociaciones directas entre las partes. La verdad es que hasta ahora los palestinos se han negado a negociar. La verdad es que Israel quiere paz con un Estado palestino, pero los palestinos quieren un Estado sin paz. Y la verdad es que no deberíais permitir que eso suceda.”

Para Netanyahu y los israelíes, sin embargo, la paz solo se puede lograr si los palestinos reconocen los derechos de los judíos a ocupar su país, a colonizar sus tierras y a discriminarlos.

Para lograrlo, los israelíes ofrecen una fórmula simple, que también ha sido apoyada por Obama, e insiste en ella, es decir que los palestinos deben reconocer el derecho de Israel a ser un Estado judío.

Netanyahu no escatima sus palabras cuando afirma que: “este año en la Knéset y en el Congreso de EE.UU., presenté mi visión de paz en la cual un Estado palestino desmilitarizado reconoce al Estado judío. Sí, al Estado judío. Después de todo, éste es el organismo que reconoció el Estado judío hace 64 años. Ahora bien, ¿no pensáis que ya es hora de que los palestinos hagan lo mismo?... Israel no tiene intención alguna de cambiar el carácter democrático de su Estado. Solo no queremos que los palestinos traten de cambiar el carácter judío de nuestro Estado. Queremos… que renuncien a la fantasía de inundar Israel con millones de palestinos.”

Es un desafío a la ONU y al derecho internacional, que ha llamado a Israel a que permita que los palestinos que expulsó vuelvan a sus casas, el que esto se identifique como una “inundación” que socavaría la razón de ser de Israel como Estado que extiende privilegios raciales y coloniales a judíos, lo que ciertamente sería.

En lo que se equivoca Netanyahu es en la afirmación de que que cuando la Asamblea General de la ONU pidió el establecimiento de un Estado judío en 1947, eso, por omisión, reconoció el derecho del Estado judío a expulsar al pueblo palestino, colonizar sus tierras,y confiscar su propiedad para uso exclusivo de judíos, y discriminarlos mediante la ley.

El Estado Judío no solo no recibió derechos semejantes en el Plan de Partición de la ONU, que declaró explícitamente que el establecimiento de un Estado judío semejante significa que no puede expulsar a su población no judía, y que “no se hará discriminación de ningún tipo entre los habitantes por la raza, la religión, el lenguaje o el sexo” (Capítulo 2, Artículo 2) y que “no se permitirá ninguna expropiación de propiedad de un árabe en el Estado judío… excepto con propósitos públicos. En todos los casos de expropiación se informará de una compensación plena tal como sea fijada por la Corte Suprema, previa al desposeimiento.” (Capítulo 2, Artículo 8).

Las patrañas y mentiras sobre el reconocimiento de la ONU son repetidas por Netanyahu ante el propio organismo internacional que emitió el Plan de Partición y las lanza a su cara como si fueran verdades, en circunstancias que todo lo que son es nada más y nada menos que hechos concretos en el terreno establecidos por Israel, condenados por la ONU, y defendidos por EE.UU.

Mientras las negociaciones que iniciaron la Autoridad Palestina y los israelíes impidieron que los palestinos plantearan los crímenes de 1947 y 1948 del Estado israelí (y los cometidos en los años siguientes) porque ciertamente pondrían en duda “la primera realidad”, Netanyahu y Obama plantean esos crímenes como un principio sacrosanto de la judeidad del Estado, ciertamente de la “primera realidad” que confirman.

Por cierto, Netanyahu hace lo mismo con los crímenes israelíes posteriores a 1967, incluida la colonización de Cisjordania y de Jerusalén Este.

Finalmente, Netanyahu concluye con un llamado a expulsar a los 1,6 millones de palestinos que son ciudadanos israelíes. Instruye al presidente Abbas de la AP a que: “Reconozca el Estado judío, y haga la paz con nosotros. En una semejante paz genuina, Israel está dispuesto a hacer compromisos dolorosos. Creemos que los palestinos no deben ser ciudadanos de Israel ni sus súbditos. Deben vivir en su propio Estado libre. Pero deben estar dispuestos, como nosotros, a hacer compromisos.”

Netanyahu presenta su llamado a una nueva expulsión de ciudadanos palestinos de Israel como un compromiso que debe ser aceptado por los palestinos. Al hacerlo, su lógica es impecable. Si los palestinos reconocen la “primera medida”, es decir, el derecho de Israel a ser un Estado judío basado en afirmaciones históricas inventadas, y que debe garantizar el privilegio racial y colonial judío, la consecuencia es que deben aceptar otra expulsión de palestinos de ese Estado para asegurar que el privilegio judío siga existiendo.

Lo que no pueden aceptar los palestinos, e incluso la colaboracionista AP, es la oferta israelí a los palestinos de una fórmula de paz semejante.

Cuando Obama asevera que “la paz depende del compromiso entre pueblos que deben vivir juntos mucho después del fin de nuestros discursos y de que se hayan contado nuestros votos”, muestra su mejor táctica evasiva, porque la paz que Israel busca, como cuando Netanyahu llama a expulsar a los ciudadanos palestinos, convirtiendo por fin a Israel en Araberrein, llevará a que palestinos e israelíes no vivan juntos en absoluto.

El Área de Residencia Obligada del asentamiento palestino

La paz que Israel propone a los palestinos evoca en los hechos otro recuerdo, de cómo otro país encaró el asentamiento judío, es decir el Imperio Ruso bajo Catalina la Grande y la creación del Área de Residencia Obligada a finales del Siglo XVIII para confinar a los judíos, lo que sucedió a la mayor parte hasta principios del Siglo XX.

El Área de Confinamiento, como los bantustanes palestinos, era el único territorio en el que los zares antijudíos permitían que vivieran los judíos rusos, aunque también vivían en él cristianos rusos para asegurar que no hubiera contigüidad territorial para los judíos. Los bantustanes palestinos servirían una función semejante.

Mientras Israel se haría Araberrein, los bantustanes palestinos extraídos de los territorios de Cisjordania y Jerusalén Este serían atravesados en todas direcciones por carreteras solo para judíos y asentamientos y ciudades solo para judíos, y por el ejército israelí, que, como ha propuesto el propio Netanyahu, quedaría estacionado indefinidamente en el valle del Jordán.

El Área de Confinamiento Palestino se llamaría “Estado palestino” y sería inmediatamente reconocido por israelíes y estadounidenses como “soberano”, aunque ni siquiera tendría los accesorios formales de soberanía. Por lo tanto el Estado palestino, cuya existencia no sería ni realidad ni verdad, se reconocerá como un hecho concreto en el terreno, por cierto el único hecho que Israel y EE.UU. harán valer.

Para que los palestinos sobrevivan al ataque de más de un siglo de los sionistas contra su sociedad y país, su única opción es resistir esta “paz” impuesta por israelíes y estadounidenses, y los llamados hechos que les imponen, desde la primerísima “realidad” a la última.

Joseph Massad es profesor asociado de Política e Historia Intelectual Árabe Moderna en la Universidad Columbia. Sus libros más recientes son The Persistence of the Palestinian Question y Desiring Arabs.

Fuente: http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/10/2011102583358314280...

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